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Breve biografía de un pino

domingo 29 de noviembre de 2020 | 5:00hs.
Breve biografía de un pino
Breve biografía de un pino

El pino creció en la inmensidad de la plantación que ocupaba decenas de hectáreas, allí donde antes se erguían majestuosos lapachos, cañafístolas, cedros y guayuviras de la selva nativa. Al cumplir siete años, el contratista que hacía raleo consideró que este pino ni para fabricar papel servía, por lo pequeño y enfermizo que lucía; lo extrajo de raíz con un poco de tierra y lo puso en una bolsa de plástico negra para llevarlo al local comercial del vivero en la ciudad; las Fiestas estaban próximas, tal vez podría despertar el interés de alguien.  Fue exhibido durante semanas en la vidriera, hasta que a cinco días de Navidad lo compró una señora que detestaba los arbolitos de plástico, por falsos y ordinarios; pensó que sus ramitas eran adecuadas para colgar los adornos y como tenía raíz, serviría para otras Fiestas si lo cuidaban. Lo trasplantaron a una maceta de barro cocido y la compradora, su marido e hijos disfrutaron ver, cada año, como el sencillo pinito se transformaba en reluciente Árbol de Navidad, el mendigo devenía príncipe. Con el correr del tiempo, observaron que el árbol crecía y crecía, en contra de la expectativa que abrigaron de que por estar en plantera no se desarrollaría demasiado, que podría ser una suerte de Bonsai gigante, el eterno arbolito natural para las Fiestas. Así, llegó el día en que ni los recipientes más grandes podían contenerlo, otro trasplante o la muerte constituyó la disyuntiva. La familia deliberó sobre el destino de ese ser viviente que había llenado de calidez sus jornadas, no lo dejarían perecer; en el patio cubierto de baldosas de estilo italiano no había lugar para grandes coníferas, no obstante, existía una salida. Pagaron el flete de una camioneta que lo llevó hasta la chacra que la compradora heredó de sus padres en el interior de la provincia, cerca del río Paraná. El marido hizo el pozo y los cuatro miembros de la familia lo ubicaron en la cavidad, cubriéndola con tierra que cada uno arrojó con sus manos. Pronto el pino se encontró a sus anchas en el jardín de la casa de campo, creció espléndido en altura y grosor; para las Fiestas, le cortaban una rama que la familia llevaba a la ciudad para que cumpliera la misión del pino original, jamás una burda copia de plástico suplantó al elemento natural mientras la familia se mantuvo junta y completa. Por décadas, el pino de este relato albergó a pájaros e insectos, prestó su resina para el propóleo de las abejas, soportó los picotazos del pica-pau, esparció balsámicos aromas, aguantó los impiadosos vendavales del sur y el persistente viento norte; los rayos cayeron cerca pero no lo abatieron. Los dos hijos de la familia se alejaron de la ciudad por estudios, se recibieron e hicieron hombres, organizando sus vidas por separado, pero la familia, aumentada con nueras y nietos, se reunía para las Fiestas cada año, las recortadas ramas del pino seguían aportando su engalanada y acogedora presencia. Cierto día, la compradora, mujer ya de edad avanzada, enfermó y falleció; pocos meses después el marido la siguió. Los hijos vendieron la casa familiar de la ciudad, comenzaron a reunirse los fines de año en la casa de la chacra, donde en Nochebuena rezaban y cantaban villancicos en torno al pino, símbolo familiar. Los años, inexorables, siguieron su curso; el mayor de los hermanos quedó viudo, sus dos hijas fueron a hacer un posgrado a España y allá quedaron; sintiéndose viejo y sólo, el mayor vendió al menor su parte del campo y fue tras sus niñas a la tierra del Quijote.

El benjamín era maduro también, sus cuatro hijos, dos varones y dos mujeres, estaban esparcidos por el territorio de la República por vicisitudes de la vida y se encontraba solo con su mujer. Luego que ambos obtuvieron la jubilación, decidieron vivir en la chacra en busca de tranquilidad, cansados del ajetreo citadino. En la nueva residencia, el menor realizaba caminatas diarias por el jardín como parte de su rutina; a veces se detenía ante el gigantesco pino, otrora despreciado por pequeño y débil; frente a él sentía paz profunda, desde la raíz hasta la punta representaba su historia y la de su familia. Las cosas, sin embargo, suelen cambiar de repente. Una mañana de octubre, el casero preguntó al hermano menor si advirtió cómo el pino se deterioraba desde su base, fue entonces que el interpelado notó que una significativa porción de las raíces del árbol se mostraban al aire, dejando de cumplir su función de arraigo, el riesgo de caída aumentaría con los años; para peor, se dio cuenta de una circunstancia que jamás había cruzado por su mente, plantaron el pino demasiado cerca de la casa, no tuvieron en cuenta ese detalle, se convertía en peligro devastador si llegara a caer hacia ese lado. Con lágrimas en los ojos, el hermano menor concluyó que no existía otro remedio que cortar, derribar el querido pino. Vinieron los del aserradero del pueblo y tomaron cuenta de él, se admiraron de sus dimensiones y regocijaron del producto que daría. El propietario, al ver a los hombres bajar del camión con motosierras y sogas para controlar la caída, no quiso presenciar la escena, se internó en el monte en procura del arroyo, como si la compañía de tantos árboles aliviase la pena por la pérdida del pino. En el jardín quedó un inmenso vacío, apenas dejaron el ancho diámetro de la base del tronco que se pudriría con el tiempo. No obstante, parte del desgarrado corazón del pino acompañó al hermano menor, como lo hiciera desde la infancia, contemplándolo desde un barnizado cielo de machimbre, que el aserradero entregó como parte de pago. Fue un final anunciado para un pino de plantación, pero la vida de este pino no fue común, cumplió el papel de gran árbol de Navidad por decenios, junto con sus ramas cortadas al efecto, opacando con su mero existir a las tristes réplicas de plástico y papel. Cuando la esposa del hermano menor lo encontró muerto en el sillón del escritorio, tenía en la mano una tabla suelta del pino, que solía acariciar como si tocara una guitarra en momentos de reflexión y añoranza.

Inédito. El autor publicó los libros Rotación de los vientos, El amigo jesuita (novela) seleccionado para la Feria Internacional del Libro 2018.

Carlos Manuel Freaza

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