“La feria franca le devolvió la dignidad al productor”

miércoles 26 de agosto de 2020 | 0:00hs.
Junto a su esposo Jorge, Marina fue una de las pioneras. Hoy su hijo continúa el legado.
Junto a su esposo Jorge, Marina fue una de las pioneras. Hoy su hijo continúa el legado.
Daniel Villamea

Por Daniel Villamea Corresponsalía Oberá

Las Ferias Francas cumplen hoy 25 años en Misiones y en El Territorio repasamos el reciente informe de domingo, publicado hace unos días. Para homenajear a los pioneros recordamos la nota realizada a Marian Santander de Peñalba, una de las pioneras de la primera Feria en Oberá.


A doña Marina Santander de Peñalba (79) se le ilumina el rostro al repasar la historia de constancia, vocación y esfuerzo que protagonizaron los fundadores de la feria franca de Oberá, incluidos ella y su esposo Jorge Peñalba.

“Él se nos fue hace poco, a los 83 años, pero hasta lo último estuvo trabajando. A nosotros tener proyectos nos daba vida, nunca nos quedamos quietos. Siempre inventábamos algo para hacer. A lo último, para que él quedara quieto, le hicimos un vivero y enseguida nos llenó de plantas”, recordó con una sonrisa al graficar el empuje de don Peñalba.

Hoy, por cuestiones de edad y prevención en tiempos de pandemia, doña Marina relegó un tanto sus obligaciones con la feria, pero la posta quedó en manos de su hijo Javier Peñalba (49), quien desde joven se involucró con el proyecto familiar.

Y él lo resumió de la mejor manera: “Estudié en la facultad gracias a la feria y conocí a mi esposa en la feria. Es una parte muy importante de mi vida”.

El origen de la relación de la familia Peñalba con la feria franca se remonta a la pasión de don Jorge por la vida en la chacra y la producción primara. Su esposa lo definió como un hombre de acción y manos a la obra, no tanto de participar en comisiones, lo que delegó en ella.

“Él era de Lobería, provincia de Buenos Aires, por lo que se crió en el campo y le quedó esa vivencia. Siempre decía que Jorge quiere decir agricultor. Si bien ocupó cargos gerenciales, ya antes de jubilarse se fue a vivir a la chacra que compramos en San Martín y empezó a producir. Hizo conejo, codornices, cerdo, ganado vacuno, pollo campero y plantó de todo”, rememoró con cariño y orgullo.

El primer día
Recordó que al adquirir la chacra había poco más que una planta de níspero, lo que luego se convirtió en un vergel poblado de innumerables especies.

“Ahora mis hijos cortan los árboles para hacerse los muebles”, graficó entusiasmada.

Su esposo mejoró aquella tierra arrasada, plantó y crió animales. Fue así que en un punto contaban con una gran producción de huevos, por ejemplo, y no sabían dónde colocarlos, hasta que se empezó a hablar de una feria franca.

En tal sentido, doña Marina ponderó la figura del ya fallecido Michel Guilbard, histórico referente del Movimiento Agrario de Misiones (MAM), como también de Eugenio Kasalaba, incansable impulsor del proyecto.

“El MAM tenía como 15 productores, pero de Oberá no había casi nadie y nosotros nos sumamos como productores independientes. Recuerdo que estaban Hoff, Sosa y Pronick, productores fuertes de tomate con mucha producción lista, pero la Municipalidad ponía trabas. Igual empezamos, medio a los empujones, pero empezamos”, destacó.

Aquel 26 de agosto de 1995 fueron siete productores que llegaron con sus improvisadas mesitas y sombrillas de playa a la misma plazoleta donde hoy se erige la feria, pero que hace 25 años era apenas un descampado de tierra.

“A las 10 habíamos vendido todo y estábamos tan contentos. La Municipalidad notó la aceptación de la gente y empezó a vernos con otros ojos. El sábado siguiente fueron unos cuantos productores más y seguimos creciendo. La feria franca le devolvió la dignidad al productor”, subrayó doña Marina.

Evolución constante
Pero no todo fue color de rosa, ya que tuvieron que superar prejuicios propios y de terceros, como algunos vecinos de la zona de la plazoleta que se mostraron reticentes al desembarco de la feria.

“Algunos vecinos no nos querían mucho porque pensaban que íbamos a hacer basura. Pero siempre fuimos cuidadosos con eso y enseguida nos aceptaron”, valoró.

También reconoció que “el feriante de entonces no era el mismo de hoy. Por empezar, los hombres ni hablaban. Tenían vergüenza. Las mujeres fueron las que empujaron. El sector venía de una grave crisis tealera y yerbatera, entonces el hombre tenía vergüenza de volver a plantar lechuga, pero la yerba no valía y algo había que hacer”.

Hasta entonces, los pequeños y medianos productores conocían el esfuerzo en las labores de la chacra, pero no sabían vender, por lo que tuvieron que aprender a tratar con los clientes y en eso se pusieron al frente las mujeres.

Otro aspecto que fue cambiando, recordó doña Marina, fue que los primeros feriantes eran gente mayor, pero luego se integró la familia y “era una fiesta venir a la feria los sábados”, destacó.

Asimismo, fue clave la constante capacitación en las chacras y los controles para garantizar la calidad de los productos.

“Y siempre dijimos que teníamos que estar unidos para crecer. En la mesa de mi casa se redactó el estatuto de la feria franca, estuvieron sentados ministros y alojamos a mucha gente. Para nosotros era un gusto, un servicio para que todos podamos mejorar”, indicó satisfecha por lo logrado.

Herencia viva
El estilo de la feria franca impactó tanto en la vida de la familia Peñalba que Javier y su familia viven en la chacra que su papá consolidó como un verdadero paraíso.

“Si bien antes teníamos más producción hortícola, yo me dedico al rubro de producción animal, es decir, todo tipo de animales de granja. Ya en el 98 le convencí a mi papá para la compra de jaulas para la producción de conejos y fuimos pioneros en la provincia de Misiones”, rememoró. Además de producir, también fue necesario educar el paladar de los consumidores, ya que no existía la costumbre de comer carne de conejo.

En tal sentido, Javier ponderó la importancia de la Fiesta del Inmigrante, ya que las colectividades española e italiana preparan dicha carne.

“La gente comía conejo en la fiesta, le gustaba y venía a comprarnos. También entregábamos folletos con recetas, para que la gente vaya conociendo más”, agregó. Así se consolidó un círculo virtuoso que benefició a varios sectores y se afianzó la producción.

Javier trajo a la memoria los primeros viajes de Oberá a la incipiente feria de Posadas: “Salíamos a las 3 de la madrugada con el colectivo de la Municipalidad. Oberá apoyó muchísimo la feria de Posadas”.

Las bondades del proyecto derramaron beneficios múltiples, lo que se tradujo en una mejora de la calidad de vida de los productores, cuya constancia permitió sortear los altibajos.

Hoy, la feria franca cuenta con una ley provincial y dispone de una plataforma virtual para la comercialización de productos, realidad que hace 25 años parecía una utopía.