Graciela Franzen, un juicio y otro capítulo de su lucha por los derechos humanos

domingo 26 de julio de 2020 | 11:58hs.
Graciela Franzen, un juicio y otro capítulo de su lucha por los derechos humanos
Graciela Franzen, un juicio y otro capítulo de su lucha por los derechos humanos
Por Jorge Posdeley
fojacero@elterritorio.com.ar

Graciela Franzen (65) era una joven de tan sólo 24 años cuando protagonizó uno de los episodios que marcaron la última dictadura militar en Argentina. Su compromiso y sus convicciones la hicieron embarcarse en un viaje en el cual sabía que la muerte era más probable que la victoria, pero el anhelo de libertad era escudo suficiente como para asumir el riesgo. Una misión secreta que ni a su propia madre pudo contar y que hoy, después de 40 años, la hace pública y, lo más importante de todo, lo narra en un juicio oral en busca de justicia.

La vida de Franzen es un libro abierto. Militante popular, presa política en varias oportunidades, hermana de una víctima de la Masacre de Margarita Belén, testigo en varios juicios contra represores acusados de delitos de lesa humanidad en la provincia, madre y ahora también abuela. Pero su historia incluye un capítulo más, que hoy lo cuenta en una entrevista en profundidad brindada a El Territorio luego de declarar en el marco del juicio de la causa por la represión a la Contraofesiva Montonera entre 1979 y 1980.

La denominada Contraofensiva Montonera fue una operación que consistió en el reagrupamiento de militantes exiliados en diferentes países para regresar a la Argentina y encabezar la resistencia a la dictadura. El objetivo: recuperar la democracia. El riesgo: la muerte -o la tortura, que a veces hasta era peor-.
Para 1978, Franzen ya había sido secuestrada dos veces y como consecuencia de ello estuvo dos años detenida en la cárcel de Devoto, lugar en el cual se enteró de que su hermano Arturo había sido asesinado en Margarita Belén, Chaco. Pero en agosto de ese año le dieron “la salida”, lo que le significaba la libertad, pero en otro país, es decir, el exilio o “el destierro, el peor castigo”, como ella lo define.

Pero su lucha no culminó en el exilio. Los 10.000 kilómetros que la separaron de Argentina en Madrid (España) no hicieron que deje de soñar con un país libre de la dictadura. Allí comenzó otro camino en su vida, el cual le deparó un viaje al Líbano, dos bombardeos, un amor frustrado, un regreso clandestino y hasta un intento de suicidio.

Es que en marzo de 1979 Franzen se unió a otros militantes exiliados y formó parte de uno de los grupos que regresó en secreto a la Argentina para encabezar “la 
resistencia”, como lo define. Ella pudo sobrevivir y ahora lo puede contar en el juicio en el cual se investigan 94 casos de torturas, asesinatos y desapariciones ocurridas no sólo en el país, sino también en Brasil, Perú y España.

El debate oral comenzó el año pasado, en el Tribunal Federal 4 de San Martín, Buenos Aires, y tiene a nueve represores sentados en el banquillo de los acusados. Hasta el momento se desarrollaron 42 audiencias y a Franzen le tocó declarar a fines de junio. Lo hizo mediante videoconferencia desde un juzgado posadeño.
En un sobre de madera, Franzen todavía guarda las fotos y panfletos con los rostros de todos sus compañeros desaparecidos o asesinados  en esta causa que ahora llegó juicio, instancia en la que además de buscar justicia también sirve para reivindicar la identidad como militantes de cada uno de ellos.

“El juicio lo esperé toda mi vida. Nunca pensamos que iba a llegar. Yo a mi mamá nunca le llegué a contar de la causa de la Contraofensiva, ella se murió pensando que yo nunca volví a la Argentina y a mi le hija recién le conté hace poco. El juicio sirvió para reivindicar nuestra identidad, para demostrar que éramos militantes populares que luchábamos nuestros derechos, no éramos subversivos o terroristas. Hubo pocos casos de personas que escaparon una vez y decidieron volver, pero hicimos lo que hicimos por un compromiso y también por una convicción. Esto no fue nada obligado, todo fue voluntario, a elección. Muchas veces me preguntaron si no teníamos miedo. Claro que sí. Sabíamos que había un 90% de probabilidades de morir, pero valía la pena. Como siempre le digo mis hijas, yo no quiero vivir arrodillada, quiero morir de pie”.

“Para nosotros la Controfensiva Montonera fue una organización que hicimos desde este grupo de compañeros que, viendo lo terrible que era la dictadura y viendo la resistencia del pueblo, por un lado, y por otro lado la resistencia de los que estábamos en exilio también, denunciando a nivel mundial todo lo que estaba pasando acá. Entonces decidimos organizarnos, volver y sumarnos a esa lucha que ya habíamos empezado en la década del 60-70. Era hacer exactamente lo mismo que ya veníamos haciendo, pero en este caso era volver clandestinamente porque la mayoría éramos ex presos políticos exiliados”.

Un papelito, un compromiso y una misión
“Yo me sumé a esto muy rápido. A los tres meses de llegar a España se hace una reunión en la sede de un partido y fuimos más de 100 los que nos reunimos. Ahí nos dieron la posibilidad de volver organizadamente al país, con todas las medidas de seguridad que eso significaba. Nos dijeron que los decidían volver podían poner su nombre y su dirección en papelito para luego contactarnos. Yo lo hice. Eso fue en diciembre de 1978. Yo había salido de exiliada el 31 de agosto de 1978”.

“Era libre, cada uno decidía. Era voluntario. Nadie te obligaba y si querías desistir no había problema. Para mí fue un compromiso muy grande. Para mí, volver a luchar contra la dictadura y por la vuelta a la democracia era un sueño, una utopía y además para mí también era recordar a mi hermano (Arturo, asesinado en Margarita Belén). Él se va de Misiones porque ya había sufrido un intento de secuestró acá en 1975 y cuando nos despedimos no fue una despedida de dos hermanos, fue la despedida de dos compañeros, de dos militantes. 

Él me decía: ‘Yo me voy tranquilo porque sé que tengo seis hermanos de reemplazo o, por lo menos, sé que vos nunca vas a desistir’. Entonces eso era un compromiso muy fuerte. Nosotros nos formamos leyendo esa otra historia argentina que no era muy conocida, que la conocimos a través de mi hermano con los padres tercermundistas. La historia de los caudillos, del federalismo. Todo eso hacía un compromiso muy grande”.

Pero nada fue sencillo para Franzen ni tampoco para la misión. Después de anotar sus datos en ese mencionado papelito, la mujer finalmente fue contactada y debió viajar a Líbano, donde estuvo alrededor de tres meses compartiendo campamento con exiliados de otros países. Allí sobrevivió a dos bombardeos, se trepaba a los árboles de nísperos para extrañar lo menos posible a Misiones y caminaba sobre los escombros de una ciudad de Damour devastada y entre viudas y niños huérfanos.

Exilio, entre bombardeos y el amor
“Todos me dicen: ‘Bueno, fuiste a Europa’. Pero no fue ir a dar un paseo, fue resistir. Yo inmediatamente me incorporé a la Comisión de Familiares y a la Comisión de Solidaridad con los Presos (Cospa y Cosofam). Llegar al exilio era estar de nuevo compartiendo con exiliados de Latinoamérica y de todo el mundo. Ahí vimos que no éramos sólo los argentinos los que queríamos vivir bien, estaban también los palestinos, los de Guinea Ecuatorial y de varios países más de África. Ahí milité seis meses hasta que en marzo de 1979 me sumo a la Contraofensiva Montonera. Hicimos reuniones preparatorias en las afueras de Madrid, donde había mucha discusión política y después nos vamos al Líbano”.

“Nosotros compartimos campamentos con los palestinos en el sur de Líbano, un poco para entender lo que significa la guerra y la resistencia en otros países. Ahí sufrimos dos bombardeos, ellos venían desde Israel, a pocos kilómetros, nosotros estábamos en Damour, al sur de Beirut. Era una ciudad devastada, destruida, demolida. Así vivíamos nosotros, sobrevivíamos. Yo estuve ahí de marzo a junio de 1979. Eran ruinas. Dormíamos en el piso, los baños destruidos. El agua venía en una manguera para la ducha y la cocina”.

Y en medio de la rutina y los bombardeos, Franzen también tuvo una historia de amor. Entrecruzada por la pasión, el peligro y un deseo compartido: la libertad.
“Nosotros nos acostábamos a las 10 de la noche y nos levantábamos a las 6 de la mañana. Teníamos mucha actividad, mucha discusión, muchos ejercicios. Nos íbamos al mar. Caminábamos bastante. La ciudad era todo colinas y escaleras. Fue en medio de todo eso que tuvimos los dos bombardeos. Uno fue a la hora de la merienda. Eran las 5 de la tarde, estábamos merendando y ahí escuchamos las bombas. Salimos corriendo y nos refugiamos abajo de una iglesia. Las bombas cayeron en el patio de la casa y tuvimos que cambiarnos de lugar. Ahí sólo veíamos viudas y niños huérfanos. Yo en ese momento tenía un novio palestino que fue el amor de mi vida, un amor inconcluso, lo sigo queriendo, él luchaba por Palestina y yo por Argentina. Nuestra despedida fue hasta la liberación de Palestina y Argentina. Fue imposible contactarme con él”.

De nuevo en Argentina
“Estuvimos tres meses en Líbano, de marzo a junio. Ahí volvemos al país. De Líbano salimos el primer grupo, que éramos 12, y yo vine con dos compañeros. Por una cuestión de seguridad, no usábamos nuestros nombres verdaderos. Yo me llamaba Liliana. Yo entro por Iguazú, todavía no había puente y en la lancha me encuentro con un conocido, un vecino con el que hicimos la secundaria juntos y me saludó. Le tuve que decir que se estaba confundiendo de persona, con un dolor en el alma le dije eso, pero bueno, así era la supervivencia. Hasta ahora no pude decirle lo que pasó ese día”.

“Después agarramos un taxi para venir de Iguazú a Posadas. El taxista pensó que éramos turistas, nos dijo que había controles por todos lados, pero que no nos preocupáramos, que él manejaba la situación. Eso nos mostró cómo el pueblo, la gente, estaba preparada y también sobreviviendo a todo. Nos bajamos en Singer, por la avenida Corrientes, ese era el único colectivo que iba a Buenos Aires. Yo estaba ahí, a dos cuadras de mi casa, pero nadie podía saber nada de lo que hacíamos. Era secreto de muerte”.

Morir era mejor que volver a ser torturada...
“Llegamos a Buenos Aires, nos cambiamos tres veces de hotel, tratábamos de alquilar una casa. Nosotros salimos el 14 de junio de Líbano y en la madrugada del 7 de julio me secuestran en un hotel en Buenos Aires. Todo eso en el 79. Llegan y piden el documento. Le doy y el personal de civil me dice: ‘Usted ya estuvo detenida’. Lo niego, le digo que soy una profesora buscando trabajo, pero me pidió que le acompañe. No me reconoció, fue una locura suya nomás, porque si me hubiera reconocido, hoy no estaría acá”

“Ahí, dentro mío digo: ‘No me entrego en vida ni a palo’. Voy al baño e intento suicidarme. Me corté en las muñecas, en el cuello. Es increíble cómo cuando uno ya pasó por la tortura, el dolor ya no lo siente. Sentís el ruido de la carne que se corta, pero no sentís dolor. Yo estaba frente al espejo e intentaba cortarme la vena y no podía. Empecé a sangrar. Sentía que me desmayaba y me despertaba y estaba viva. Era una desesperación, no podía morir. No quería volver a pasar por las torturas”.

Sin embargo, y por fortuna para ella, nunca fue reconocida como Graciela Franzen en ese momento, por lo que a los tres días de detención fue liberada. Desconectada y separada de sus compañeros de misión, quienes la dieron por desaparecida o muerta, se recluyó hasta fin de año trabajando como empleada doméstica para juntar dinero y volver a exiliarse. Así llegó hasta Brasil, donde se refugió en casa unos familiares y desde allí observó el regreso de la democracia a la Argentina.

“Hasta acá llega mi lucha”
“Llegué a San Pablo. Me encontré con un matrimonio y nos quedamos en un hotel. Después fui a la embajada de México para encontrarme con los compañeros, yo era refugiada, pero cuando llegué a la vereda me dije ‘hasta acá llega mi lucha, yo ahora tengo que sobrevivir’. Le llamé a mi mamá y le pedí que me pasara la dirección de mis parientes. Le conté que estaba en Brasil, pero le dije que era secreto de muerte”.

“En Toropí Río (un municipio brasileño a 300 kilómetros de la frontera con Misiones) me quedé todo mi exilio. Ahí me casé y quedé embarazada, pero yo estaba siempre con un pie listo para volver a Argentina. El día de las elecciones  me acuerdo que llovía torrencialmente y yo lloré todo el día de la emoción. Ahí esperé una carta de mi mamá para ver si podía volver". 

"Mi mamá no sabía lo de la Contraofensiva Montonera, jamás le conté. Cuando volví, fue el día más hermoso de mi vida. No me importaba el calor, la humedad, nada. Y cuando volví, lo primero que hice fue levantar el teléfono y avisar que estaba viva. Digo esto para demostrar que sí fueron 30.000 los desaparecidos”.

Entre la memoria y el sálvese quién pueda
“Creo que es por ignorancia. Pero para mí, nuestra memoria es lo más importante de todo. Para mí, por ejemplo, siempre es un desahogo volver a contar todo esto. Si un pueblo no tiene memoria, todo puede volver a ocurrir. Pero nosotros tenemos que estar orgullosos y valorar la lucha que se hizo en Argentina por la memoria y los juicios a las juntas militares". 

"Sólo Alemania con los nazis hizo lo mismo. Yo investigué y denuncié a 15 represores, sé dónde vive cada uno de ellos, podía haber hecho cualquier cosa, pero nosotros no queremos venganza, queremos justicia”.
“Yo creo que hoy hay mucho egoísmo. Nosotros nos criamos con la solidaridad y hoy vivimos en un sálvese quién pueda muy fuerte. Dios hizo la tierra para todos. 

Pero confío mucho en los jóvenes, me molesta, por ejemplo, cuando dicen que los jóvenes de barrio son todos drogadictos o vagos. Son así por culpa de los adultos que les acercan todo eso. Yo hoy sigo luchando y hay muchos jóvenes que hacen exactamente lo mismo que hacía yo antes: defender los derechos humanos. ¿Qué significa eso? Querer un trabajo para todos, un sueldo digno para todos, que los pequeños productores puedan tener precios justos. Hay tierra para todos, el mundo es para todos ¿Por qué no compartir?”.