Azul

Sidus formae es el momento en el que pareciera que el mundo se aquieta y el cielo de la tarde se pone bien azul, inmaculado de ningún brillo, apenas Venus como un diamante. Y enseguida el azul se vuelve azabache y se puebla de astros. Pero antes, el ocaso, el crepúsculo de la tarde, la segunda penumbra, despierta musas según el paisaje que las inspiran; a veces es el bosque, la campiña, el mar, a veces el río.
Para Bertolt Brecht: “Jamás te he amado tanto como cuando me fui de ti en aquel crepúsculo. Me engulló el bosque, el bosque azul sobre el que los pálidos astros quedaban para siempre ya al oeste. No me reí ni lo más mínimo, yo que jugando me dirigía a mi oscuro destino mientras que los rostros tras de mí lentos palidecían en el atardecer del bosque azul. Todo fue hermoso en aquella tarde única, y nunca más después; tampoco antes, claro que sólo me quedaban ya los grandes pájaros que al atardecer tienen hambre en el oscuro cielo".
Para Néstor Martínez: “Dedos de sol atraviesan la floresta, y con su toque mágico, la llena de tonalidades verdes, doradas y amarillas. Por el contorsionado camino regresa la vacada, dejando tras de sí una estela de oro... Agoniza la tarde entre el silencio de la campiña, vuelvo mis pasos, cargo el sol sobre mis espaldas, y sigo mi sombra, de regreso a casa...con la magia en mis pupilas".
 Y para Gabriela Mistral, que lo vio seguramente en sobre el océano Pacífico: “Siento mi corazón en la dulzura fundirse como ceras: son un óleo tardo y no un vino mis venas, y siento que mi vida se va huyendo callada y dulce como la gacela".
Mi humilde imagen preferida es la del sol (“como soles chorreando”, decía Tamara) abatido tras en el grandioso Teyú Cuaré: "Se enciende la fragua de la tarde para forjar la noche del mundo fundido y cierto óxido de estrellas encendido anuncia el artificio de los ángeles. Una fantasía va templándose. Y del yunque su negrura ha sido para unos melancolía de ayer, que ha huido, y para otros la pavura de los sueños abismales".