Perros y humanos científicos
En mi azarosa vida de lector de libros, hallé uno que relata ‒muy graciosamente‒ la relación histórico-científica entre el hombre y el perro.
Descubrí la enorme cantidad de científicos “perrunos” que han hecho avanzar la medicina y la salud humana, investigando los múltiples fenómenos fisiológicos del perro, muchos de los cuales se asemejan a los del hombre y la mujer.
También en este renglón de la ciencia se destacaron científicos argentinos ‒quizás el mayor sea el eje de este libro: el doctor Bernardo Houssay, primer premio Nóbel en Ciencia de América, año 1947‒ y su ocasional ayudante el doctor Marcelino Cereijido (del cual tengo cinco o seis libros).
La relación de los argentinos y el perro es múltiple: por ejemplo, casi en ningún país existe el “trabajo” de los paseadores de perros, personas que andan por allí con una variedad de razas caninas atados.
Por otro lado, algunos argentinos fueron los criadores y creadores de la raza dogo argentino, una feroz especie de la época en la que estaban muy difundidas las riñas de perros (y gallos).
Lamentablemente esta especie ‒pese a haber casi desaparecido las riñas, comerciales y clandestinas, de perros‒ aún perdura.
El libro que estoy leyendo, del doctor Martín De Ambrosio, cuenta que, desde el siglo quinto antes de Jesucristo, había perros griegos guerreros, con collares llenos de lanzas de hierro para asesinar enemigos.
Incluso el historiador griego Homero relata que Ulises, en su conocida odisea, más de veinte años ausente de su reino, regresa, y quien primero lo reconoce es su perro Argos, antes que su hijo y la esposa de Ulises.
Volviendo a la Argentina, y como gran fisiólogo experimental, Houssay trabajó con perros, arañas, escorpiones, sapos y serpientes. En 1923 ya se producía insulina en Buenos Aires, y Houssay también descubrió la exacta función de la hipófisis y el páncreas en la cuestión diabetes, con los estudios pormenorizados de Houssay (y Marcelino Cereijido) en los sistemas endocrino, circulatorio, inmunológico, nervioso y muscular de varios animales, extirpándoles (o trasplantándoles) ciertos órganos y evaluando su posterior comportamiento.
Siguiendo este simpático libro, titulado ‘El mejor amigo de la ciencia, el perro’, comenta que otro científico argentino que andaba despachurrando perros era el célebre Eduardo Braun Menéndez, graduado con Houssay, quien investigó el origen de la hipertensión arterial, “fabricando” perros hipertensos, estudio al que después se agregó el doctor Luis Federico Leloir ‒quien también obtuvo su premio Nóbel de Química en 1970‒ por el descubrimiento del proceso en la producción de carbohidratos en los humanos diabéticos.
Otro atractivo capítulo es el que relata la historia de los perros y la exploración espacial humana, obviamente relata la odisea de la perra Laika, que fue el primer ser vivo que orbitó la Tierra: subida en el satélite Sputnik 2, en noviembre de 1957, que sirvió para demostrar que era posible orbitar nuestro planeta y seguir con vida.
Como aún no estaba desarrollada la tecnología de recuperar satélites, luego de siete días de brindarle a Laika raciones diarias de alimento, le suministraron veneno para muriera antes que el Sputnik 2 entrara en la atmósfera, se incendiara y destruyera.
Según un divulgador argentino, Mariano Ribas, en las afueras de Moscú existen varios monumentos como homenaje a varios perros rusos que colaboraron en la investigación espacial, uno de los cuales es el de la perra Laika.
En la actualidad se continúan investigaciones con perros; el espacio Inteligencia Artificial informa que otros destacados campos de estudio y trabajo con perros abarcan: la detección de enfermedades, búsqueda y el rescate de personas atrapadas (vivas o muertas), estudios de comportamiento animal y colaboración en asistencia médica (lazarillos, compañeros de niños autistas y perros de alerta para personas con condiciones médicas como epilepsia o diabetes).
Sigue valiendo la cariñosa frase “el mejor amigo del hombre” para aludir a los canes, cachorros y pichichos de todas las razas.
