El legado del abuelo

domingo 24 de diciembre de 2023 | 3:52hs.
El legado del abuelo
El legado del abuelo

El patio, donde antes estaba la huerta, se fue llenando de pequeños pozos. Pacientemente, durante varios días los fue cavando en los lugares donde creía que podía estar enterrado.

Faltaba poco para Navidad y Juan Marcos estaba desanimado. No podía recordar con exactitud el lugar donde el abuelo había enterrado “su tesoro”.

En estos más de veinte años había cambiado mucho el paisaje del patio: se habían reducido las dimensiones de la huerta, se quitaron algunos árboles y se agregaron otras plantas por lo que le era muy difícil ubicarlo y cada vez se le hacía más remota la posibilidad de encontrarlo. Temía que el secreto del abuelo se perdiera para siempre entre sus recuerdos más queridos.

Todo había comenzado cuando aún era un niño y se acercaba la Navidad. Apenas había terminado primero o quizás segundo grado, no estaba muy seguro. El abuelo lo había tomado de la mano y con una lata y una pala le pidió que lo acompañara al patio ubicado detrás de la huerta.

Luego, le pidió que sostenga la lata y con lentitud hizo un pozo, apenas más grande que ella, de manera que entre y quede tapada por una capa de tierra.

Curioso, recuerda que le había preguntado:

- ¿Qué hay en la lata, abuelo? ¿Por qué la escondes?, ¿No quieres que lo vea la abuela?

- Es un regalo de navidad y no lo escondo, lo guardo para cuando un día seas grande...

- ¿Muy grande abuelo? ¿Cómo cuánto?

- ¡Grande!, alto como yo...

- ¿Y si lo roban o no lo encuentro?

- Solo los dos sabemos dónde está y si se te olvida, recuérdame trabajando en la huerta.- Y le dio un abrazo, que llenaron de lágrimas los ojos del abuelo.

Ellos ya no están y nuevos pozos quedaban en el patio, pero el tesoro no aparecía. Tras una nueva frustración, se aseó y se dirigió al consultorio.

Muy apreciado en su profesión, Juan Marcos con esfuerzo se había convertido en un apreciado kinesiólogo, profesión que ejercía en un pequeño pueblito del interior del Chaco.

En esa tarde calurosa y húmeda esperaría a un paciente al que ayudaba a rehabilitarlo luego de un accidente de moto y luego iría a un hogar muy humilde dónde atendería a Marita, una niña que vivía postrada debido a una parálisis cerebral.

Había aceptado atender a la niña a sabiendas que sus padres no podrían pagarle, era una forma de devolver lo que mucha gente le ayudó en sus estudios.

Cada vez que iba notaba la alegría en los ojos de la niña que no podía expresarse en palabras y se comunicaba únicamente con sonidos guturales.

Mientras realizaba los masajes en los brazos de la niña se acercó el papá y le pasó un billete.

- Perdone doctor, es lo único que tengo, quisiera pagarle bien por lo que usted hace por nuestra hija, la noto tan bien… ahora cuando escucha una música mueve sus brazos.

- Y dentro de poco también moverá las piernas... No se haga problema, don Vicente. No es necesario que me pague. Dentro de poco será Navidad y este es mi regalo y de paso, con ese dinero cómprele un regalito a Marita- contestó Juan Marcos.

Esa noche vio al abuelo en sueños. Fue un instante, estaba parado en el patio apoyado en un árbol de mangos, aplaudiéndolo por su acción. Se despertó sobresaltado. No le escuchó decir una palabra, solo recuerda verlo sonriendo y aplaudiendo.

Al día siguiente, se levantó temprano y luego de desayunar se dirigió al consultorio donde tenía la agenda completa hasta el mediodía.

Almorzaría con Agustina, su reciente esposa y luego tendrían la tarde libre, la ocuparían para comprar las cosas para la Navidad.

Luego de la siesta se propuso por última vez intentar encontrar su tesoro.

Se preguntó qué le quiso decir el abuelo con eso de que lo recuerde cuando preparaba la huerta. Y el abuelo, lo primero que hacía era puntear el terreno con la pala. Trató de ubicar el sitio donde lo soñó. Luego de insertar la pala y dar vuelta la tierra un buen rato, ya a punto de desistir, sintió un ruido raro e inmediatamente vio entre la tierra removida, restos de una lata oxidada, casi desarmada por la acción del tiempo. Su corazón latió de ansiedad. Con cuidado fue quitando la tierra hasta dejar al descubierto un paquete envuelto en varias bolsas de plástico por fuera y un trozo de tela por dentro. Quitó el desgastado envoltorio y ante sus ojos apareció una botellita pequeña, como las de jarabe, junto a una nueva bolsita. Los limpió con su pañuelo y observó dentro de la botellita un papel enrollado. En el otro paquetito encontró un pequeño pesebre de metal y un autito, que por el peso, deberían ser de plomo, ambos bastante bien conservados aunque descascarados de su pintura original.

Repuesto de la emoción ante el hallazgo, abrió la botellita. En su interior una carta del abuelo que ya teñida de color ocre y manchones de humedad decía:

“Querido nieto:

Cuando encuentres este regalo con seguridad ya no estaremos con ustedes, queda para ti mi autito de plomo, me lo regaló tu bisabuela que lo trajo de Alemania. Fue mi único juguete cuando era niño y vivíamos en la chacra de Taranco, allá en las serranías cerca de Cerro Azul, Misiones. También queda el pesebre que por muchos años utilizamos en Navidad. Está descolorido y cuando lo encuentres lo estará aún más… por muchos años congregó a la familia en torno a la mesa de Navidad.

Ojalá seas un gran hombre, querido y trabajador. Daría lo que sea por verte grande, siendo un tipo macanudo. Un beso grandote para ti.

No te olvides y siempre que puedas, reza por tu abuela y tu abuelo.

Te queremos mucho”.

Con lágrimas en los ojos, Juan Marcos lavó el autito y el pesebre y luego de secarlos los puso junto al arbolito. Por un instante volvía a ser un niño y le parecía sentir aquel abrazo teñido de tiempo y ausencia del abuelo.

En la Nochebuena, ante el arbolito y el pesebrito de plomo, Agustina con un beso le anunciaba que el milagro de la vida se había hecho carne en ella. Tanto esfuerzo por encontrarlo y el autito de plomo ya tenía un nuevo dueño.

Ambos, tomados de la mano, realizaron una oración por los abuelos y emocionados sellaron su felicidad con un largo beso de Navidad.

 

José Albino Pereyra

 

1° Premio del XI “Concurso Internacional de Cuentos Navideños” de la Fiesta Nacional de la Navidad del Litoral. Pereyra reside en Virasoro, Corrientes.

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