No me traigas nada... llévate mis miedos

domingo 24 de diciembre de 2023 | 3:40hs.
No me traigas nada... llévate mis miedos
No me traigas nada... llévate mis miedos

Lisandro se había convertido en un saco de miedos.  La valentía se le había escurrido, colgada en la rama más, más, más alta del gomero al que había trepado para probarse, para cumplir una prenda que le habían puesto por perder el juego esa tarde, en la plaza. El coraje se esfumó cuando llegó a la cima. Cuando miró abajo le entró el pánico. Se le cortó la respiración, encegueció y sólo atinó a prenderse fuerte de lo que le pareció la rama más fuerte. Recordó que en pocos meses sería Navidad. Que se había prometido no hacer travesuras, para facilitar las cosas con Papá Noel y con sus papás, que en ese tiempo empezaban a apuntar cómo iba llevando sus cosas

- ¡Está bien, Lis! ¡ya podés bajar!

Estaba paralizado. El corazón le latía en las sienes, los brazos se le iban entumeciendo, temía que si abría los ojos el gomero se iba a convertir en una calesita loca. No quería que nadie se diera cuenta… menos que nadie Clarita…¡la amaba!

- ¡Dale que nos vamos! ¡es tarde!

Trató de pensar en el día en que conoció a Clarita, que venía de un pueblo chiquito y estaba tan asustada. Recreo de meriendita. Ella, sola en un rincón de la galería, sin atreverse a abrir su tuppercito. Él tenía dos alfajores, de esos chiquitos, así que se acercó “¿te gustan?”, y ella había levantado sus ojos de avellana y movido la cabeza para señalar que sí. Le convidó uno y ella abrió su estuche “¿tenés pan con queso?¡qué rico!”. Así había sido el principio, cuando él no tenía miedo ni vergüenza. El calorcito del recuerdo no había alcanzado para que el terror se le hiciera humo. Estaba solo, una estatua lívida. El encargado de la plaza se había dado cuenta de que algo no andaba bien. Antes de tratar de tranquilizar al chico, llamó a los bomberos. Sólo entonces abordó a la barra, que protestaba abajo. Les dijo que el amigo estaba asustado, que no insistieran hasta que llegara la ayuda. Después habló con Lisandro…que se calmara, que se sostuviera, que lo iban  a auxiliar.

Lisandro recordó todos los días que siguieron, cada escena: un bombero trepando para sostenerlo desde abajo, una gran escalera de la autobomba que había admirado toda vez que la vio, acercándose por el aire con una caja en la que finalmente lo animaron a ponerse a salvo. Abajo nadie dijo nada, no mencionaron el desafío: lo abrazaron.

Ya no tuvo ganas de jugar, ni en el patio de la escuela, ni en el club, ni mucho menos en el parque. Dejó de ir a futbol, su pasión. “Es que estoy cansado, mami”. Mamá había consentido: mejor que estuviera en casa, que leyera un poco, y la había acercado su Colección Robin Hood, libros en tapa dura, amarillos, con preciosas ilustraciones.

La lectura no hizo sino acentuar su desconsuelo: todos eran valientes. Todos: Robin Hood, Sandokán, Grischka, tan pequeño el niño esquimal que se enfrentó a tremendas tormentas de nieve mientras buscaba sustento para la aldea; Dorothy, la de “El mago de Oz”…en todo caso él se parecía al león, que quería ser valiente. ¡Quería volver a ser el de antes!. Pero TENÍA MIEDO. Salía último al recreo, se quedaba en la galería, cerca de la puerta. Entonces venía su pequeño sol, Clarita, y compartían merienda y charla. Ella estaba contenta. Le habían obsequiado un gatito “casi anaranjado”, dijo. Quería que Lis le ayudara a escoger un nombre. La nena venía de una pueblito del Paraguay donde al pochoclo le decían “pipoca”… algunas palomitas salían de granos amarillos o naranjas. ¿por qué no lo llamás Pipo?”. Les pareció genial. Fue la única alegría de ese viernes.

Los fines de semana se le alargaban como chicles muy masticados. De la página de algún libro de los que había ofrecido mamá, a mirar por la ventana, imaginando el juego rudo de los amigos. Se entretenía en su cuarto con algún jueguito de la Tablet: ahí se podía desafiar sin correr riesgos…era fatal: se sentía peor. Había estado leyendo “Azabache”. Claro, él no era un potro, no se podía comparar…no hubiese podido soportar tanto infortunio. Le habían invitado a juntarse en la pista, con la bici, al final del parque. No fue: habría obstáculos de esos que ideaba Juampi… ¿y si se le plantaban los frenos? ¿si no le daban las piernas para llegar al topecito? Mejor no. Y se quedaba. Tomaba la leche sin sentir el gusto. No sabía si chocolotada o mate cocido. A veces tenía la vista fija en la pantalla de la tele, pero no podría decir qué miraba.

Los días de semana eran un poco más tolerables. Siempre había sido aplicado y ahora se centraba mucho en las tareas. Los recreos, con Clarita, que le contaba las peripecias de Pipo, que estaba TAN hermoso.

Mamá y papá le habían sugerido que aunque el año ya estaba muy avanzado, estudiara inglés, que le vendría genial no sólo para cuando fuera grande, sino para manejarse con su Tablet. Iba dos veces por semana. Nada peligroso podía ocurrir ahí.

De Inglés, con pies de plomo, como si los miedos le pesaran en todo el cuerpo, venía esa tarde planteándose que dejaría de pedir cualquier cosa a Papá Noel, con tal de que se llevaran ese estado de terror casi permanente…Eso, su carta sería así … “Querido Papá Noel: no te pido nada nada material este año. Sólo que te lleves este miedo atroz…prometo portarme muy bien y…” Para llegar a su calle, tenía que cruzar el puentecito –hermoso, de madera de ley, parecía de cuento-. Unos cuantos metros antes, escuchó gritos desesperados… Hacía frío. El día anterior había llovido y el arroyito estaba sucio , colorado y crecido. Puso atención: sobre el puente, encaramada a la barandita, Clarita sollozaba: en medio del agua que hacía borbollones, Pipo, manoteando torpe, mientras maullaba angustiado. Lisandro no pensó: se quitó la mochila y como estaba, saltó. Hacía pie sólo si saltaba un poquito. Impulsándose saltito a salto llegó hasta el gatito. Le dieron las fuerzas para llegar a la orilla, donde ya lo esperaba su amiga. El agua estaba turbia, pero había lavado y escurrido todos los miedos de Lisandro. TODOS.

Empapado, chorreando, pero TAN liviano. De la esquina llegaba doña Etelvina, que cuando vio lo que ocurría, se aprontó con un par de toallones, que repartió entre Pipo y el nene. Lo secó y lo llenó de besos. Cuando Lisandro pudo darse cuenta, tiritando de pies a cabeza, miró a Clarita que le mostraba a Pipo a salvo, mientras se acercaba a abrazarlo, a decirle

- Gracias Lis, no solo sos mi mejor amigo…¡¡¡sos el más valiente!!!!

Todavía envuelto en la toalla –doña Etelvina había ido a avisar a mamá- Lisandro subió con Clarita y Pipo al puentecito, a mirar cómo se iban deshaciendo los miedos, torvos y derrotados en medio de pequeños remolinos.

Nadie había preguntado nada en la cena, pero papá comentó: “fue un poco arriesgado, pero es lo que uno hace por los amigos”. Entonces Lisandro notó que los nudos se le desataban, y que por fin podía hablar…

- Tenía tanto miedo, que decidí pedir a Papá Noel que no me trajera nada, pero que se llevara todo eso que no me deja ir a jugar con los chicos…además sé que todo está difícil…así que sí. Ahora estoy bien, pero por si acaso…

- Bueno…vos sabrás

Hubo carta y fue prolija y bastante explícita. Por si Papá Noel no entendía, Lisandro se dibujó en la cima del árbol justo en el momento en que lo rescataban. En el sobre dibujó el puentecito, el arroyo y a Clara con Pipo.

Los papás quisieron saber de la familia de Clarita. Lisandro les contó que habían venido del Paraguay, solos con la nena para que la mamá iniciara un tratamiento, que los hermanos mayores habían quedado al cuidado de los abuelos, en su pueblo. Que ese año no iban a viajar para las fiestas de fin de año, porque los pasajes eran demasiado caros. Casi no hubo necesidad de acuerdos. En el Acto de Fin de Curso la familia del nene invitó a la de Clara Luz a pasar la Navidad juntos, en su casa. Les iba a hacer bien a todos…el abuelo estaría entretenido, esa Nochebuena difícil, la primera sin la abuela, que era la que tanto entusiasmo ponía en los preparativos, en armar “el Belén”, como decía.

Cuando el lucero del alba se dibujó en el cielo del 24, los invitados se anunciaron portando cada uno una fuente. Ana se preocupó, pero Irena la tranquilizó

-Son platos de nuestra cena tradicional. No nos pusimos en demasiados gastos. Estuvo un vecino de nuestros pagos y nos trajo una caja que envió mi mamá… almidón de mandioca, fariña de maíz, queso criollo, todo hecho en casa, así que trajimos mbeyú, sopa paraguaya y una chipa guazú con choclos del fondito –entonces la voz se le quebró un poco- …además celebramos una buena noticia: mi cáncer está remitiendo…

Lisandro llevó a Clarita a los pies del arbolito, donde había armado el pesebre con el abuelo. Le fue contando la historia de cada chiche que la abue le había dejado agregar, y del por qué de cada adorno del árbol. Le mostró la estrella encendida, que tenía tantos años como él.

Hubo charlas con tonadita de la otra orilla, un abuelo que ganaba una nieta, un cielo lleno de luciérnagas astrales, y dos niños sorprendidos, porque Papá Noel Había respondido la carta: una pelota de futbol para Lisandro, un diario con candadito, llave y bolígrafo para que Clarita pudiera escribir sobre sus días en el barrio, la nueva escuela, las aventuras con el amigo, la Argentina…¡y una cuchita con graciosa forma de pantufla para Pipo!

A los chicos les pareció que San José hasta les guiñaba un ojo.

 

Verónica Stockmayer

3° Mención del Jurado del XI “Concurso Internacional de Cuentos Navideños” de la Fiesta Nacional de la Navidad del Litoral. La autora es de Montecarlo, Misiones

                                                        

 

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