El fenómeno climático dejó 400 muertos y 500 heridos. 

Se cumplen hoy 97 años del ciclón que azotó Encarnación

El acto conmemorativo se realizará este sábado a partir de las 19 en la explanada del Museo Regional Aníbal Cambas
miércoles 20 de septiembre de 2023 | 9:52hs.
Se cumplen hoy 97 años del ciclón que azotó Encarnación
Se cumplen hoy 97 años del ciclón que azotó Encarnación

Se conmemora hoy el aniversario número 97 del ciclón que causó destrozos en Encarnación, Paraguay, ciudad espejo de Posadas, Misiones. En tanto, el acto festivo, con presencia de autoridades paraguayas, se realizará este sábado a partir de las 19 en la explanada del Museo Regional Aníbal Cambas.

Organizan el evento la Municipalidad de Posadas, la Junta de Estudios Históricos de Misiones, y la Logia Roque Pérez. En la ocasión, habrá números artísticos y la primera exposición del NEA de atributos masónicos.

El 20 de septiembre de 1926, la crudeza del viento y las fuertes lluvias dejaron un tendal de 400 muertos y más de 500 heridos en Encarnación. Y la cicatriz de esa noche oscura no la borra el tiempo.

El ciclón que se originó por el choque de dos corrientes de agua en el medio del Paraná, se levantó con una violencia inédita y arremetió la tromba contra la costa paraguaya. El monstruo de agua se llevó a su paso la estructura del muelle, una construcción que era orgullo de los encarnacenos por sus dimensiones y solidez de concreto.

Apenas cedió el viento, Jorge Memmel y el padre Kreusser cruzaron el río embravecido para pedir auxilio en Posadas. “Los posadeños trajeron todo, llegaron esa misma noche los médicos, enfermeros, policías con agua y comida y siguieron ayudando después. Un tiempo largo no fuimos a la escuela porque no había clases, la escuela se destruyó y después se levantó con aportes de los posadeños”, expresó en una entrevista reciente Menardo Ayala Palacios, sobreviviente del desastre. Incluso la Logia Roque Pérez abrió sus puertas “para atender a los desamparados, extendiendo su reconocida solidaridad a la orilla opuesta”. Montando en sus instalaciones un improvisado banco de sangre.

 Las embarcaciones que se encontraban en el puerto posadeño se movilizaron para brindar ayuda, y los ferrobarcos "Presidente Roque Sáenz Peña" y "Exequiel Ramos Mejía" se convirtieron en hospitales flotantes e improvisados albergues.

 Un poco de historia

A 97 años del fatídico ciclón que destrozó Encarnación, Paraguay en 1926, el impactante relato de un testigo fue publicado en el libro Un viaje de 150 años, de Rolando Kegler. La transcripción completa del capítulo puede leerse entre las páginas 185 y 191 del citado volumen, al que accedió El Territorio por gentileza del autor.

“En los finales de 1926, dos meses después que una histórica tragedia se desatara sobre Encarnación, recibimos en nuestra casa la visita de quien vivía en Posadas (Richard Turath) y denominó “Días de terror en Encarnación” a este hecho acaecido el 20 de septiembre anterior. En una noche nos relató sus vivencias como testigo de aquel trance, los cuales están reproducidos a continuación, más el agregado de las fotografía tomadas para el mismo y que dejó en aquella oportunidad”.

Y decía éste: “Era el 20 de septiembre de 1926. El calor húmedo no cedía, aun acercándose la noche en el ambiente de las dos ciudades Posadas y Encarnación, ubicadas una frente a otra en ambas márgenes del río Paraná. Las piedras de las casas y del pavimento despedían el calor que habían recibido durante el día. Era la hora del crepúsculo. Estábamos como siempre en el Café Guaraní, frente a la plaza principal de Posadas, para tomar nuestro cóctel y observar a los paseantes que transitaban por la plaza mientras la Banda Policial ejecutaba su tradicional concierto al aire libre”.

“Apenas nos habíamos despedido de un amigo sueco que vivía en Encarnación y a quien no fue posible convencer que quedara con nosotros a pasar la noche en Posadas porque estábamos invitados a un baile en la Escuela Normal, el instituto formador de maestros. Todos nuestros argumentos para convencerlo se perdieron en el viento. Saltó a una carroza tirada por caballos y fue rápidamente hacia el puerto, y solo a último momento pudo tomar la lancha a motor que partía hacia el Paraguay. Viajó hacia su perdición. Se hizo de noche. Sorpresivamente vimos aparecer desde el cielo sur una muy oscura nube que emanaba un raro esplendor rojo y que se acercaba con gran velocidad. Todos suspiramos, por fin lluvia, especialmente nosotros, los que iríamos al baile nos alegramos por el anuncio del próximo fresco. No tardó mucho, hasta que nos vimos obligados a cerrar todas las puertas y ventanas. Tan furioso era el temporal que parecía todo el infierno liberado”.

“En el camino hacia la escuela nos encontramos con varios conocidos sacerdotes católicos a quienes seguía una larga fila de monjas. Una imagen llamativa por la alta hora de la noche. Esa caravana se dirigía hacia el puerto. A nuestro saludo y más por nuestras caras con expresión de curiosidad, nos gritó uno de los jóvenes pastores: “¿Ya escucharon? Encarnación desapareció de la tierra”. Sin entender, seguimos con la vista a esa gente y vimos como iban de casa en casa para solicitar linternas y faroles en préstamo. ¡Por un poco de mal tiempo hacer tanta alharaca! Eso era típico paraguayo. De una mosca se estaba haciendo un elefante. Nos reímos. El baile estaba de lo más alegre. La mejor sociedad posadeña estaba presente. El lancero, baile para casados, estaba por comenzar cuando las puertas fueron abiertas violentamente, en cuyo marco aparecieron personas sucias y mojadas e intercambiaron breves palabras con los organizadores. Traían la noticia oficial de la desaparición de Encarnación. Un violento ciclón combinado con una tromba arrancada del Paraná destruyó totalmente a la ciudad”.

 Primeros auxilios

“El baile fue interrumpido  inmediatamente. ¡Entonces era cierto! Mientras tanto, llovía nuevamente. Pese a ello, en trajes de fiesta como estábamos, del baile fuimos al puerto, donde ya se había reunido una inmensa cantidad de personas. La noche estaba oscura. La siempre apreciada costa paraguaya del frente se hallaba en la más profunda oscuridad. Inmediatamente innumerables lanchas argentinas se pusieron a disposición incondicional. Un gran ejército de Boys Scouts y jóvenes mayores, provistos con palas y azadas, subía a un bote mayor. También bomberos, policías y soldados de gendarmería pujaban por acceder a los medios de transporte disponibles. Entonces ya llegaban los primeros heridos, entre ellos varios alemanes, las ambulancias los cargaban inmediatamente. Quienes todavía estaban conscientes no podían contar nada, no sabían nada. Cada uno creía que sólo a él le había afectado el accidente, porque la oscuridad había impedido ver lo demás. Fueron dados a conocer los nombres de los muertos hasta ahora encontrados. Conocíamos a la mayoría de ellos. También estaba el de nuestro amigo, el sueco. Abrumados y apenados fuimos a nuestros hogares, pero no pudimos dormir, nuestros nervios estaban demasiado excitados”.

 Primeras imágenes

“Cuando la aurora comenzaba andar la luz anunciando un hermoso día primaveral, entre tres nos pusimos en camino para ir a conocer con propios ojos el lugar de desolación y al que nos unían muchísimos hermosos recuerdos. La espesa neblina nocturna, normal sobre el Paraná, apenas comenzaba a disiparse cuando nuestra lancha zarpaba de la orilla argentina. Llegados a mitad del río ya podíamos ver bien la cercana destrucción en la costa paraguaya. Los conocidos árboles a lo largo de la costa estaban sin gajos ni hojas. De las hermosas instalaciones ya no quedaba nada.

El gran muelle de cemento de unos cien metros fue triturado en dos tramos. Alrededor de nosotros faltaban grandes y pequeños travesaños, también diversas partes estructurales no identificadas de barcos”.

"De los barcos y botes que siempre daban vida al puerto sólo se veía sobresalir del agua grandes mástiles y chimeneas. Muchas embarcaciones habían volcado, quedando con sus quillas hacia arriba. Como ya no había atracadero, nos trasladaron con botes desde la lancha hasta la costa. En el puerto las viejas y conocidas construcciones como el edificio de la aduana, con su amplia escalera libre, todavía estaban".

Campo de ruinas

“Como siempre y como normal obligación, quisimos presentarnos a las autoridades, subimos los escalones al muy conocido salón de la izquierda que debía pasar todo individuo procedente de la Argentina exhibiendo su pasaporte para el control aduanero. No se veían empleados, pero en cambio se nos presentó una imagen horrorosa. Había sido apilada una cantidad sorprendente de cadáveres hasta la altura de los hombros. Incómodos, salimos furtivamente, pero todavía nos esperaban peores imágenes. Cruzamos el portón que dirigía hacia el patio del edificio y de allí seguimos nuevamente para doblar por la calle principal. Pero ¿qué era eso? ¿Dónde se encontraba la calle principal? Ante nuestros ojos había un horrible campo de ruinas. De las grandes y hermosas casa que antes se hallaban a ambos lados de la calle solo se veían por acá y por allá algunas paredes en ruinas como última prueba. Ya no podíamos localizar los cruces de las calles. Todo era una sola gran masa de piedras y escombros. Cruzamos sobre montañas de escombros, atravesamos profundos agujeros con agua, habíamos perdido totalmente el sentido de la orientación. Donde se fijaba la vista había escombros y cenizas mezclados con cadáveres de personas y animales. En horrible recuerdo conservo la imagen de una pobre vaca con las cuatro patas cortadas por alguna chapa de zinc corrugado, de las que se usan para cubrir el techo, y que habían volado como papel. Sobre sangrientos muñones el animal seguía arrastrándose sobre el suelo, lentamente, como un gusano, con su ternero por detrás, por todos lados había personas llorando y buscando sus pertenencias".

Edificios derrumbados

“Sobre improvisadas camillas y en largas filas se transportaban a los heridos hacia el puerto. Familias enteras fueron violentamente desgarradas, ninguna sabía el destino de sus miembros. ¿Habían muerto o estaban en los hospitales de Posadas? Contra un muro que había resistido había apoyado un piano, lo que indicaba que allí había tenido su sede el primer Club. Al lado estaba nuestra querida pensión La Palma, es decir, la que alguna vez estuvo allí; sólo una de sus paredes había quedado en pie y llamativamente se había salvado el mostrador y el bufet; este último se hallaba apoyado con todos los vasos y botellas. Por sobre todo ello estaba apoyado el techo en dos travesaños, en ellos se hamacaban los hijos del concesionario. En medio de esta mala suerte alegres risas de niños. Delante de lo que alguna vez fue el hospital, en largas filas estaban ubicados cadáveres recogidos, la mayoría horriblemente mutilados. Cadáveres de niños sin cabezas, luego cabezas a las que le faltaba el cuerpo. En una embarazada cuyo cuerpo estaba rasgado se veían las piernitas del hijo próximo a nacer. A un muy conocido y solvente panadero el cerebro le salía por una herida en la cabeza. Nos fue imposible seguir adelante. Nos dominó el espanto y la indisposición. En un alto cerro, en el lugar donde había estado el hotel alemán Ciudad de Trieste, la mujer en llanto buscaba a su marido. A su lado estaba el pequeño hijo adoptivo que extendía sus brazos y piernas rígidas y en sus manos cadavéricas sostenía del asa un vaso de cerveza. Del gran hotel Internacional y de la Central Telefónica no había quedado piedra sobre piedra, del edificio municipal solo se veía la pared trasera. Al alemán dueño de la imprenta lo encontramos con el brazo atado en medio de sus destrozadas máquinas. Tanto él como su vecino, el dueño del hotel Kaiserhof, se hallaban perdidos. Melancólicamente, estaban sentados uno junto al otro".

 Los cuerpos

"El sepelio de los muertos avanzaba muy lentamente, no se podía obtener suficientes ataúdes. Por el calor reinante y para evitar males mayores había que apurarlos y así se recurrió a las tumbas masivas en los lejanos cementerios. Como la mayoría de los muertos estaban mutilados hasta lo irreconocible en muchos casos era imposible identificarlos. Seguramente el caso más triste fue la muerte masiva de una familia de nueve miembros, uno de ellos se salvó casualmente de este trágico final por haber perdido la última lancha, el joven estuvo obligado a pernoctar en Posadas, sus padres y hermanos muy mutilados, fueron encontrados bajo los escombros, unidos en fuerte abrazo".

“Las mejores pruebas de la enorme fuerza ejercida por la tormenta las tuvimos al observar los árboles, en sus altas coronas y ramas se habían envuelto como pedazos de papeles, pesadas chapas de zinc de los techos. Dos años después (de los hechos que nos relatara Richard Turath) se pudo hacer un horroroso descubrimiento al cortar el tronco de un inmenso lapacho, en las ranuras de una gruesa chapa se pudo encontrar el esqueleto de una pequeña niña con los harapos de la vestimenta".

 Vandalismo

“La actitud de varios paraguayos se presentaba triste y objetable. Donde alrededor solo había muerte y desolación y también deambulaba la miseria humana por las calles vacías entre los destrozos. Para muchos era una excelente oportunidad para dedicarse al robo y al hurto".

 Dos héroes y una leyenda de maldición

 Entre todas las personas que prestaron ayuda ese día, se destacan dos hombres. Se trata de alemanes que poniendo en peligro sus vidas, cruzaron el Paraná (esa misma noche, poco después de que calmó el temporal) entre las olas embravecidas en un pequeño bote, para solicitar ayuda en Posadas.

Fueron ellos, el dueño de la lancha, Georg Memmel, y el sacerdote Josef Kreuser perteneciente a la congregación de los hermanos misioneros Steyler del Verbo Divino.

Una leyenda:

“Esto fue el cumplimiento de la maldición”, contó un viejo vecino, quien relató que hace muchos años habitantes de la zona no quisieron saber de Dios ni de sus sacerdotes e incendiaron la iglesia, “uno de los pastores maldijo la ciudad”.

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