Libros de acá/Reseña
Del amor y otras calamidades

Henri Bergson concibió alguna vez el arte como un medio creado por el hombre para entrar en contacto directo con la realidad y darle aspecto comunicable: “Si la realidad pudiera ponerse en contacto directo con la conciencia, si pudiéramos entrar en comunión directa con las cosas y con nosotros mismos, quizá el arte sería inútil, o más bien todos seríamos artistas, pues entonces nuestro espíritu vibraría continuamente en acorde perfecto con la naturaleza”.
Imagino a Azucena Godoy avanzando hacia el acorde perfecto con su realidad ya que su poesía es, en el fondo, un viaje al interior del carácter de una mujer cuyo gran desafío es medirse a sí misma frente a las tormentas, a la noche y al temor.
Si bien no intentaré hacer un análisis exhaustivo de sus poemas, a simple vista apreciamos que están bañados de romanticismo con ciertas imágenes intensas e idealistas, pero también hay una riqueza actual, con un lenguaje cotidiano, pero no por eso poco claro o coqueto.
A pesar de su experiencia y de la cantidad de poemas publicados, no vemos en sus versos el choque generacional que hay entre los viejos y los nuevos modelos.
Azucena ha logrado llegar donde no han conseguido llegar muchos otros. Quizá porque supo dar un salto en el tiempo y ser eternamente joven. Tal vez porque en su manera filosófica y apasionada de sentirse en el mundo respira, se mueve y ríe poéticamente. Sea como sea, de lo que no podemos dudar es de que su poesía de sentimientos no tendría que estar circunscrita a ninguna edad concreta.
La autora sabe que solo de lo vivido, de lo intensa y profundamente vivido, nacen los versos. La poesía habita en ese no lugar sin tiempo que nos hermana, que nos acerca, que nos hace intuir lo que somos. Esa es la grandeza de esta escritora, ser lo suficientemente valiente e inmensamente humilde como para traernos desde su yo más profundo la resistencia de lo imposible. Es la esencia desnuda de su alma la que, a través del misterio de la palabra, hace que nos veamos reflejados en lo que escribe.
Como parte de las nuevas aproximaciones a la poesía quiero citar lo que el escritor mexicano Abel Pérez Rojas ha conceptualizado como el estado poético permanente, el cual "puede identificarse como aquella actitud que percibe la realidad tamizada a través de la poesía, además de que, asume que todo es poetizable".
En las páginas de “Del amor y otras calamidades”, la Godoy, soñadora de lo ingenuo con su escritura caprichosa, a veces errática y desmañada nos lleva a caminar desenfadadamente su atrevimiento de poner en palabras los sentimientos más profundos.
Evelin Rucker
Así escribe Azucena
EL SOL
Y entró el sol
y saliste a coquetear
la noche
mientras soñaba
con tus ojos amarillos
¿qué es tarde?
ya lo sé.
Es tarde para quien no maneja
horas, minutos y segundas caricias.
La sed me despertó
esta musa,
mala moza…
¿ni agua me regaló?
Aquí están mis manos blancas
y mi cuerpo de calor…
mañana amanezco temprano
tengo tareas al sol.
De mañana los papeles,
y mi historia llevo yo.
IMPERDONABLE
(a los solos)
No es la soledad
la fría puerta
de entrada
a los años míos,
ni tuyos,
de estar solo.
Haber tenido ramas, frondosos verdes
flores, frutos
y quedar con la semilla
para que la plante quien pueda
y el misterio continúe,
errante al viento
a los futuros y diarios huracanes
al olvido mayor,
imperdonable…
El altercado entre tánatos, lo vital y lo sagrado
que es dejar a un costado del camino,
la semilla,
los padres,
la historia
y la patria,
de eso hablo…
de eso estoy hablando
aunque cueste llegar a ser un árbol.