La cárcel

domingo 09 de octubre de 2022 | 6:00hs.
La cárcel
La cárcel

La situación de la familia iba empeorando. Apenas tenían para comer y sus ropas eran una maraña de zurcidos y remiendos desesperados. Marcial sufría junto a sus hermanitos aunque sin comprender bien la causa de los acontecimientos que superaban ampliamente su capacidad de percepción. Con su escasa edad era quien iba de Tacuaruzú a Cerro Azul a buscar harina, azúcar, yerba y otras cosas. El trayecto lo recorría a caballo regresando casi siempre al anochecer, cuando las primeras estrellas comenzaban a dibujar extrañas figuras en el espacio que se iba tornando azul muy oscuro después de haber ahogado a las últimas llamas de la tarde. Las formas que imaginaba en el firmamento a veces lo entretenían y otras lo asustaban porque su imaginación corría siempre por el límite de las cosas.

Su madre lo esperaba una vez con la angustia propia de quien no sabe si su hijo regresará bien o no lo hará directamente, cuando le llegó desde lejos el galope suave que conocía perfectamente, desde una de las picadas que terminaba en la casa. Con la increíble luz de la luna llena logró divisar el caballo, pero al mismo tiempo le crecía la impresión de no ver al pequeño jinete; pero a pocos metros comprobó con alegría que Marcial había cumplido con la misión encomendada.

Una circunstancia dolorosa vivió al poco tiempo con la muerte de su hermanita de cuatro años. Su padre había dicho que no tenía sentido gastar en médicos y que con el curandero era suficiente. Pero no lo fue. El apendicitis estaba lejos de ser solucionado por el pretendido manosanta. El velatorio fue de una tristeza singular como desoladora porque extendía una nube negra sobre la afligente situación que estaban padeciendo. El cortejo estaba compuesto por dos carros para transportar a los vecinos. Durante tres kilómetros arrastraron su dolor y angustia hasta un campo rodeado de monte, con algunas tumbas apuntando a las alturas. Era el viaje final de aquella gente pobre que por un oscuro y barroso hueco en la tierra ingresaba para siempre al olvido. Cada movimiento de la pala tirando tierra sobre el rústico ataúd era un tremendo golpe al corazón de Marcial porque a pesar de que la muerte era para él un infinito misterio, sentía también que era injusta porque se llevaba a los niños más dulces, preferentemente pobres.

Al regreso, uno de los hombres se dio cuenta que había olvidado una de las palas en el lugar del entierro y una vez más se puso de manifiesto la brutalidad del viejo Morales: envió a su hijo a buscar la herramienta olvidada sin tener en cuenta que apenas era un niño desprotegido que acababa de perder una parte suya, pero tampoco le dio importancia a la noche que se abatía sobre ellos, implacable y segura. Como siempre obedeció calladamente regresando en veloz galope hasta al camposanto. Pero nadie podía imaginarse -o no quiso hacerlo- lo que podría ocurrir dentro suyo. Por un lado, el dolor infinito de haber visto morir a su hermana y luego su participación, paso a paso, de la angustiosa ceremonia del entierro; porque sólo él veía las figuras fantasmales que se multiplicaban al caer los terrones, volando hacia sus manos y sus ojos como buscando llevarlo adentro; porque solo a su alma llegaban los calores de llamas azules y demoníacas como para quebrar su pequeña resistencia y aprisionarlo en la más absoluta locura.

Al llegar la oscuridad ya había dejado su manto amplio sobre las míseras tumbas cuyas fauces agrietadas parecían bailar ante su mirada, pero ya no era consciente de lo que hacía. Cuando regresó tenía los ojos de un ser enloquecido y peligroso, con el terror bullendo en todas sus fibras. No logró detenerse frente al dueño de la pala que lo aguardaba en un cruce de picadas, ni pareció escuchar los gritos del hombre. En la casa no le salían las palabras y más que apearse se tiró del caballo, despavorido, yendo a acurrucarse al lado de la cocina de leña, sumido en una profunda angustia.

Casi hubo que arrastrarlo luego para ponerlo en su catre y lograr que se durmiera por el cansancio, ya en la madrugada, después de ingerir diversas infusiones preparadas por la madre.

Marcelo Moreyra

Fragmento (Capítulo XVI) de la novela “La Cárcel” publicado en el libro Misiones mágica y trágica. Moreira, artista plástico y docente, reside en Puerto Iguazú. Tiene publicados varios libros de poesía y de cuentos.

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