Los ángeles músicos

domingo 14 de agosto de 2022 | 6:00hs.
Los ángeles músicos
Los ángeles músicos

Una pareja de jóvenes turistas visita las ruinas de una antigua reducción con su bebé de meses en un cochecito. Es de tarde y hace bastante calor, de modo que la madre, después del recorrido que han hecho, aprovecha la sombra que proyecta una pared de aquellas construcciones para detenerse un momento y darle al niño el biberón que trae preparado. El niño, acostado en su cochecito ya es capaz de sostener con sus manitas el frasco, y al hacerlo levanta los ojos y ve, allá arriba, un friso en el que varios ángeles tallados tocan diversos instrumentos. No sabe qué es aquello, pero esas figuras en relieve llaman su atención. Desde arriba los ángeles lo miran también, así como miran a los paseantes desde esa posición que todo lo domina, y este niño les parece algo singular por ese objeto que lleva a su boca, así como algunos de ellos llevan también, desde hace siglos, las boquillas de los instrumentos a los labios. Porque lo que el niño sorbe, en ese momento, les parece a todos ellos un instrumento de viento. En cada uno, desde el momento en que fueran tallados por un cincel indígena, quedó fijada junto con la imagen un alma sonora. El alma de esos instrumentos que siguen ejecutando allí, sin sonido para quien los mira, pero que en épocas de las misiones fueran la música de misas, vísperas y letanías. Por eso les parece natural lo que hace el niño, aunque no sepan qué instrumento es, ni cómo suena. Porque a esos ángeles, que llevan siglos en el friso -aunque para los adultos que levantan la vista y los miran no sean más que unas pequeñas figuras talladas- la presencia de ese niño que sorbe el biberón es inusual. Llevan mucho tiempo en esa pared, desgastados por el viento y la lluvia, estremecidos por el trueno, acunados por los trinos de los pájaros del monte que oyen en las madrugadas y los atardeceres, y de allí que esa presencia infantil los intrigue y conmueva. De modo que, como músicos que son, se entienden rápidamente entre ellos y deciden acompañar al niño solista en la succión.

Comienza el ángel de la trompeta con una nota simpática de su instrumento que llama la atención de la criatura, el único capaz de percibirla en la dimensión de su propia inocencia. Y sin tardanza el de la chirimía hace lo mismo, en tanto que el arpista pasa sus dedos por el encordado lo mismo que su padre cuando le hace cosquillas.

-Mirá como se ríe -le dice en ese momento la madre al padre- se ve que tenía hambre y por eso estaba molesto…

Vuelve a sorber el niño el alimento y el ángel de la trompeta lo parodia con unos sonidos guturales, en tanto que el del violín, como una broma, emite una nota alargada y trémula, mientras el del bajón suelta unos tras otros sonidos que acompasan el gorgoteo del biberón, y el niño ríe con más ganas.

-Si, cómo le cambio el humor la mamadera… -dice el padre-

-Lo que pasa -dice la madre- es que ya con darle el pecho no le alcanza y hay que reforzarle con la leche en polvo…

Mientras tanto los ángeles y el niño siguen su concierto. A la trompeta que hacen sonar aquellos labios de asperón se suma ahora un acompasado juego de maracas que llega a los oídos del pequeño llenándolo de placer, mientras sus labios, inflamados de vida, sorben la leche al ritmo de los tragos que marca la música, y los ángeles se complacen con la intervención de ese recién llegado que les ha dado oportunidad de volver a hacer sonar sus instrumentos.

-Seguramente se va a quedar dormido cuando termine -dice el padre-

El niño en tanto no deja de mirar a los ángeles músicos y el de la trompeta emite ahora con su instrumento algo como un arrullo de palomas. Una melodía que acaricia y trasporta mientras el arpa expande sus notas como el temblor del agua en un estanque, y el contenido del biberón se agota, acompasado por el juego de aquellas maracas que la criatura percibe cada vez más lejanas… en tanto las manecitas que sostienen el recipiente dejan de sentirlo.

-Mirá -dice la madre-, ya cerró los ojos… Sacale por favor la mamadera para que no gotee y ensucie la almohada…

El niño se ha dormido y los ángeles paran de tocar. No saben el nombre de ese instrumento que les mostrara el niño, pero han pasado un buen momento que quién sabe vuelva a repetirse.

-Bueno, -dice la madre- ¿Volvemos al auto o recorremos un poco más…?

-Mejor volvamos -dice él- pero esperá que antes voy a sacar una foto de aquellas figuras que está allá arriba. ¿Parecen unos ángeles que tocan instrumentos, no?

Rodolfo Nicolás Capaccio

De “Piedras en Verde Silencio” (Inédito). Capaccio es licenciado en Comunicación social y docente de la Unam.
Fotografía: Reducciones de Trinidad, Paraguay (Oscar Rivet)

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