El amigo del monte

domingo 30 de enero de 2022 | 6:00hs.
El amigo del monte
El amigo del monte

Juan corrió desde la casa, bajo la fría llovizna, hasta meterse al galpón que lo recibió cálido, seco y con un olor como a complicidad. Buscó la cajita debajo del tablón y la colocó sobre la extensa mesa de carpintero, que se hallaba atestada de herramientas de todo tipo. Fue sacando uno a uno los elementos que había dentro y los fue poniendo sobre el trapo rojo, guardado exclusivamente para la ocasión. Finalmente metió la mano en su bolsillo y sacó la última de las piezas que faltaban; luego de colocarla junto a las demás las observó un instante y suspiró ruidosamente, con una mueca de satisfacción.

Hacía mucho calor aquella vez, cuando regresaba del arroyo con el abuelo Macario, donde habían ido a pescar unos bagres. El senderito hasta la casa era largo, empinado y se extendía serpenteante entre los árboles del tupido bosque. Caminaban lentamente y en silencio, como acostumbran a hacerlo quienes viven en las zonas rurales, agobiados por el intenso calor de aquel verano misionero. A mitad del trayecto el abuelo paró un instante a descansar, recostándose en un gigantesco Alecrín.

-¿Estás cansado, Juan? –preguntó, mientras se secaba el sudor con el pañuelo que llevaba al cuello.

-No, abuelo. Pero vos descansá todo lo que quieras… yo te espero.

-Cada vez me cuesta más esta picada. Un día ya no voy a poder y vas a tener que venir solo.

-Si, pero para eso falta mucho todavía… ¿no, abuelo?

-Si, falta mucho… -observó con inmensa ternura a su nieto- …pero igual te voy a enseñar algo para el día que tengas que andar solo en el monte… ¿querés?

-¡Si!

-¿Te pusiste a pensar alguna vez porqué nunca nos pica una víbora o porqué nunca el yaguareté nos comió un ternero, a pesar de que vivimos en medio del monte?

-No.

-Es porque somos amigos del monte.

-¿Amigos de las víboras y de los yaguaretés?

-Si, amigos de ellos y de todos los animales y plantas que tiene la selva. Pero ser amigo del monte es algo serio, hay que hacer una promesa que no se debe romper nunca.

-¿Qué promesa?

-Hay que prometerle al monte que lo vamos a cuidar siempre, entonces el monte también nos cuida.

-Yo quiero hacer esa promesa, abuelo.

-Bueno, pero no es tan fácil. Hay que hacer algo, primero. Tenés que juntar cinco cosas, después hacés la promesa desde el fondo de tu corazón y enterrás esas cinco cosas, envueltas en un paño rojo, justo en el lugar donde más te gusta estar.

Juan buscó, entonces, la semilla del árbol más grande que conocía, era un Timbó tan grande que nunca se podía ver toda su copa, porque se escondía detrás de los otros árboles. Fue hasta el arroyo, hundió el frasquito en el agua y lo tapó. Lo mismo hizo con la tierra del medio del rozado.

“El aire y el sol se junta de la hoja de un árbol; buscá una bien seca y rompé hasta que quede un polvo”.

Lo que más le costó fue encontrar parte de algún animal salvaje; finalmente un día uno de los perros atacó a un Coendú, fue cuando aprovechó la oportunidad recogiendo las espinas que su padre quitó del hocico del animal.

Juan aprovechó que llovía y hacía frío, así nadie lo vería y fue hasta donde comienza el monte, al final del potrero. Entrando unos pocos metros había un lugar naturalmente abierto. Corrió una enorme piedra y excavó debajo. A unos pocos centímetros encontró el viejo paño rojo, casi completamente deshecho. Lo abrió, constatando que aún estaban allí los testigos de su promesa. Puso todo nuevamente en su lugar y lo tapó con la piedra para siempre. Se levantó, observó con orgullo la tira en su pecho que decía “Guardaparque” y regresó a la casa con una sonrisa en los labios.

Miguel Azarmendia

Inédito. Azarmendia es cofundador de los grupos literarios AVE (Aristóbulo del Valle) y Misioletras (Posadas). Tiene publicado los libros: Desde lo profundo y Amor y Semilla (Poesía.

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