Oficina de correcciones

domingo 16 de enero de 2022 | 6:00hs.
Oficina de  correcciones
Oficina de correcciones

Cuando el Sr. Raúl Novau se enteró que había muerto, no podía creerlo. Sucedió la mañana del catorce de mayo, cuando concurrió al Registro Civil a efectuar un simple y sencillo trámite.

—Quiero hacer un cambio de domicilio –dijo Novau al empleado que atendía el mostrador.

—Ahá. Su documento por favor.

—Aquí tiene.

El empleado lo tomó y comenzó a teclear en su computadora. Al cabo de algunos segundos, le respondió con una seca aseveración:

—Usted está muerto.

—Ehh... ¿yo?... no... ¿Por qué?

—Porque así lo dice la computadora.

—Pero le digo que no... Usted mismo puede ver que estoy vivo...

—Nuestras opiniones no valen nada. Lo único real es lo que está escrito aquí en la máquina. Esta base de datos oficiales se actualiza permanentemente —y diciendo esto se puso a leer la pantalla,

—Por favor… ¿me puede devolver el documento?

—Señor, usted está muerto. ¿Para qué quiere el documento…? Por otra parte, es obligación del Registro Civil retener los documentos de los fallecidos…

—Pe… pero…

—Déjeme ver... a ver... Usted nació en Sauce, Corrientes mmm... en 1945 ¿verdad? —comenzó a verificar datos en la pantalla.

—Si... pero

—De pequeño abandonó su pueblo natal, ¿es correcto?

—Si... y desde entonces vivo aquí...

—¿Casado y dos hijos?

—Si.

—¿Veterinario?

—Si, y también me dedico a...

—Todo coincide exactamente. No existe la más mínima duda. Usted falleció hace cinco años, en el 2001.

—Pero... señor, yo le aseguro que estoy vivo. Nunca me he muerto.

—Mire señor, yo no puedo hacer nada. Si está muerto, por algo será.

—Pero... yo no hice nada.

—Si si... todos dicen lo mismo. Todos son unos santitos, pero estoy seguro de que, si le hago algunas preguntas, enseguida encontraremos algún motivo.

—... ¿Motivo?... ¿Preguntas?

—¿Tuvo algún accidente?

—No. Bueno, cuando era chico una vez me caí de la bicicleta...

—Bueno no se haga el gracioso. Le estoy preguntando sobre los sucesos del año de su muerte.

—No tuve ningún accidente ese año.

—Bien ¿No se operó de nada o le hicieron algún procedimiento médico?

—No. Solo tuve un cólico renal que...

—¿Un cólico renal?

—Ehh... si ¿por qué?

—¿Y quién lo atendió?

—Mi primo, el Dr. “Pipi” Novau

—Mmmm...¿Qué especialidad tiene ese médico?

—Justamente... el es urólogo y siempre me...

—Bueh, sigamos viendo su caso. ¿Como se lleva con su mujer?

—Bien, nosotros llevamos treinta años de casado y somos muy...

—¿Nunca discutieron acaloradamente?

—¡Un momento! ¿Con qué derecho se mete en mi vida y me pregunta todas esas cosas?

—Señor, estoy tratando de ver como pudo haber muerto. Y por más que su esposa sea una santa, usted no sabe la cantidad de sorpresas que nos llevamos cuando nos ponemos a investigar un caso. Las mujeres siempre dan sorpresas.

—¿Sorpresas...?

—Si, sorpresas. He tenido muchos casos como el suyo. En varios de ellos, nada hacía sospechar de la esposa.

—¿No me diga...?

—Hace poco tuve un caso similar. Un buen día se presenta un hombre y cuando me solicita realizar un trámite, advierto que ya había muerto hacía algunos años. Se lo comunico y el tipo se larga a llorar como una Magdalena, implorándome que por favor no le dijera eso, que tenía esposa, hijos, amigos y una hermosa vida por delante ¡como si yo tuviera un poder divino para revertir las cosas! Después que se calmó, nos pusimos a revisar su pasado. Empezamos a escarbar, viendo qué cosas habían sucedido el año de su muerte. Lo más importante que recordó, fue que justamente ese año habían celebrado las bodas de plata de su matrimonio, y que su mujer organizó una gran festichola. Rememoró incluso —con una sonrisa nerviosa— que esa noche bebió mucho, que luego se desmayó y tuvieron que llevarlo al hospital. Y ahí dimos en la tecla.

—¿Qué tecla...?

—La mujer lo había envenenado con el clericó.

—¿Con el clericó...?

—Si. El tipo contó que su mujer le traía a cada rato un vaso llenito, y lo raro era que nadie más tomaba ese mejunje. También pudo —forzando bastante la memoria, rascándose la cabeza y mirando hacia el techo— evocar algunos momentos de esa fiesta; como, por ejemplo, que su mujer andaba casi en todo momento de aquí para allá, en compañía de un vecino solterón. El pobre hombre empezó a sorprenderse y a caer en la cuenta —en ese preciso momento y no antes— de las extrañas y raras circunstancias de sus bodas de plata. Recordó por ejemplo que, en un momento dado,todos preguntaban por su esposa, y al instante, la tipa sale al trotecito ligero de atrás de una ligustrina, arreglándose el vestido a las apuradas, y a dos metros de ella, el solterón que se alisaba el pelo.Luego de relatar algunas otras situaciones sospechosas, el hombre reconoció —con lágrimas en los ojos y un poco de vergüenza— que mucho antes de la fiesta ya había comenzado a tener fundados celos del solterón…

—¿Fundados celos...?

—Si. Porque cuando llegaba a su casa en horarios desacostumbrados o volvía en forma adelantada de algún viaje, siempre encontraba en su casa al sujeto, algunas veces tomando mate, otras, en la cocina en medio de risitas cómplices y haciendo pastelitos, o cosas por el estilo.El asunto estaba muy claro y el tipo finalmente se convenció. Lloró un rato, pero con mucha entereza asumió su fallecimiento.

—Que lo parió...

—¿Usted tiene algún vecino solterón?

—No.

—¿Algún divorciado, o matrimonio a punto de separarse en la cuadra?

—No, que yo sepa…

—En su barrio ¿son frecuentes los divorcios...?

—No… y los matrimonios de mi cuadra al menos, son bastante felices…

—Su esposa... ¿no lo invita permanentemente con alguna bebida?

—Bueno, solemos tomar mate a la mañana y a la tarde, pero nunca he visto que pusiera algo en el mate cuando me toca a mí...

—Mmmm, ahá... A ver, ¿Usted tiene algún cargo político?

—No. Yo trabajo en mi profesión. Soy independiente...

—¡¿No tiene ningún cargo político?!

—No... ¿Por qué?

—¡¿Pertenece a algún partido?!

—Mire, no creo que sea correcto que me pregunte esas cosas...

—¡No se me escape por la tangente! ¡Conteste mis preguntas si quiere saber como murió!

—Pero...

—Es opositor, ¿no es cierto?

—Mire yo...

—¿Estuvo en alguna marcha opositora?

—No creo que...

—¿Apoyó el movimiento antigubernamental? ¿Adhirió a la cruzada anti-reeleccionista? Es eso, ¿verdad?

—Bueno...

—Ya tengo la causa de su muerte.

—¿Cómo...? ¿Qué?

—A usted lo mató el gobierno.

—¿El gobierno...?

—Si. Con toda seguridad le aplicaron el Método de Eliminación Simple.

—¿Qué cosa?

—El Procedimiento Gubernamental de Eliminación Simple. Usted constituía un posible voto en contra.

—¡¿Ehh...?!

—No se haga el distraído. Este es un viejo y clásico mecanismo gubernamental. Todos los gobiernos, de cualquier origen, época, signo o ideología, utilizaron o utilizan este efectivo mecanismo. Le cuento que asimismo también existe el mecanismo inverso...

—¿Mecanismo inverso...?

—Efectivamente. En este caso se utiliza el Procedimiento de Resurrección.

—¿El quééé...?

—El Procedimiento Gubernamental de Resurrección de Muertos a Nuestro Favor. Cuando el gobierno está necesitado de votos, recurre a los viejos amigos muertos. Tipos que ya están enterrados, pero que el gobierno sabe que estaban a su favor. El procedimiento consiste en resucitar a los muertos, para que puedan concurrir el día de la votación y así contribuir a la causa oficial.

—Pero... ¿como podía saber el gobierno si yo era opositor?

—Mire, el gobierno utiliza dos procedimientos contra la oposición, según sean declarados y acérrimos opositores, o simplemente sospechosos. A los primeros les aplica el Código de Amistad Futura.

—¿Qué es eso...?

—Procedimiento Gubernamental para Futuros Amigos. Les regalan autos, terrenos, chacras; le otorgan créditos o los liberan de gravámenes. Les solucionan causas judiciales sin importar la criminalidad del caso o los invitan a placenteros viajes. Si el Futuro Amigo Gubernamental tiene cierta importancia y estilo, lo nombran diputado, ministro o juez. Ese procedimiento no falla jamás.

—Y el otro procedimiento, ¿cuándo lo aplican?

—El Método de Eliminación Simple se utiliza cuando observan cierto tufillo intelectual y de honradez en el sospechoso. En esos casos, el Gobierno prefiere no arriesgar y redondamente lo sacan de competencia. Es justamente el procedimiento que le aplicaron a usted.

—Y,yo... ¿qué puedo hacer ahora?

—Nada. Usted no existe. Su estado actual encuadra en los casos de Discrepancia Terrenal-Celestial.

—¿Qué dice...?

—Por más que usted camine sobre la tierra, grite o patalee, para nosotros está en el cielo... bueno, je je... o en el purgatorio o el infierno... quien sabe las cochinadas que habrá hecho con esa cara de sabandija... —pronosticó el empleado, al tiempo que guiñaba un ojo con una sonrisa cómplice.

—¡Por favor exijo respeto! ¡Terminemos con esta payasada! Le exijo...

—¡¿Cómo?!... ¡¿Llama payasada a los actos de gobierno?!

—¡Esta conversación es una payasada! Le exijo que haga las correcciones necesarias para...

Y súbitamente el empleado adquirió una extrema lividez, un fino temblor afloró en los labios y sus ojos expresaron pavor. Toda la confianza y soltura en el hablar que denotaba hasta ese momento, había mutado por una mirada incrédula, casi espantada…

—¿Qué le pasa? No se ponga así, no estoy enojado con usted, solo quiero que corrijan el error...

Y el empleado tratando de recobrar la compostura, pero trasuntando un claro nerviosismo, preguntó,

—Es… está seguro... ¿quiere que se corrija el error?

—Por supuesto y exijo que se haga de inmediato.

—Discúlpeme señor, pero yo le aconsejaría que dejara las cosas como están... —el tono del empleado había cambiado por completo, ahora se mostraba cohibido, temeroso, y quizá hasta avergonzado...

—¡Por favor! ¡Basta de tonterías! Ya mismo quiero que usted o el responsable de esto corrijan el error.

—En ese caso —dijo el empleado con vos entrecortada y sensiblemente conmocionada— deberé llevarlo a la Oficina de Correcciones.

—¿Qué...?

—El gobierno ha creado en cada delegación de nuestra institución, la Oficina de Correcciones. Es un área especial, con personal entrenado y especializado que se encarga de resolver este tipo de situaciones.

—Me parece bien. Se ve que el gobierno mete la pata seguidito para crear una Oficina de Correcciones je je... Espero que sean competentes y me resuelvan de inmediato este problema —ahora era Novau el que retomaba la confianza y hasta la incipiente alegría del que sabe que su problema está camino a resolverse.

—Debe firmar el formulario DTC.

—¿Qué es eso?

—El formulario de Discrepancia Terrenal-Celestial. Es un requisito indispensable. Es la solicitud oficial para unificar sus datos. Además, debe dar su consentimiento expreso.

—¡Con gusto! ¿Donde pongo el gancho?

Y entregándole el formulario que constaba de cuarenta hojas, con interminables párrafos de letras microscópicas, le pidió,

—Por favor, debe leerlo…

—¡Yo no voy a leer este mamotreto! Si usted me dice que es para corregir el error, no veo la necesidad de perder tiempo leyéndolo.

Y a pesar de la insistencia del empleado, sin detenerse a leer ninguna de las hojas, comenzó a firmarlas mecánicamente una a una en cada lugar que señalaba el empleado. Completado trámite, éste ordenó visiblemente turbado,

—Acompáñeme.

Y el empleado salió de atrás del mostrador con el formulario bajo el brazo, caminaron por un largo pasillo hasta llegar a una piecita del fondo. A su paso, Novau advirtió que los demás empleados con los que se cruzaban, los miraban —aún tratando de disimular— con una mezcla de angustia y espanto. Algunos se apoyaban en la pared y allí quedaban como petrificados, otros apuraban el paso para alejarse.

Ingresaron a una pequeña habitación. Una semipenumbra reinaba en el habitáculo. Había muchos estantes con cientos de expedientes, cajas con más expedientes en el piso; una mesa llena de papeles y en un pequeño escritorio, el encargado de la Oficina, un hombrecillo de aspecto lúgubre que tecleaba una máquina de escribir. Levantó la vista y miró severamente al empleado,

—¿Qué hay? —preguntó secamente.

—Una solicitud de corrección —contestó el empleado.

—¿De qué tipo?

—Terrenal-Celestial

El hombrecillo se paró ydirigiéndose a una de las esquinas del habitáculo,levantó del piso de madera una tapa, una especie de puerta-trampa, que mostraba una escalerita hacia un sótano mal iluminado.

—¡Solicitud de Corrección! —gritó el hombrecillo hacia el sótano.

—¡¿De qué tipo?! —preguntó una voz grave desde el sótano.

—¡Discrepancia Terrenal-Celestial!

—¡Que baje!

—Adelante Sr. Novau. Fue un placer haberlo conocido. Baje, allí lo atenderán —dijo el empleado con vos temblorosa, mientras el hombrecillo permanecía impertérrito sosteniendo la tapa y mirando a Novau.

Y entre confundido e intrigado, el Sr. Novau comenzó a descender lentamente por la escalera. El hombrecillo bajó nuevamente la tapa, tomó el formulario DTC, selló y firmó cada una de sus hojas y se lo devolvió al empleado, quedándose con una de las hojas de registro de solicitud. El empleado salió de la habitación y cerró la puerta. Caminó hacia su sector, pensativo y con la cabeza gacha.

Ya reinstalado en el mostrador, abrió el formulario en la última hoja, y fijó su vista en el extremo inferior, en el último renglón, donde se leía:

“PROCESO CORRECTIVO COMPLETADO: SI — NO. (Táchese lo que no corresponda)”

Por unos segundos, en todo el edificio reinó un gran y extraño silencio. Como si todos los empleados y máquinas se hubieran paralizado, esperando algo. En ese instante se escuchó un estampido sordo.

El empleado con mano temblorosa tachó la palabra NO.

Hugo Mitoire

Este cuento está incluido en El libro de las revelaciones (inédito). Mitoire ha publicado los libros La cacería (2014), Crispín Soto y El Diablo (novela fantástica), Historia de un niño-lobo (novela fantástica), Mensajes del más allá (novela fantástica), Cuentos de Terror para Franco, entre otros

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