Una abuela así

domingo 10 de octubre de 2021 | 6:00hs.
Una abuela así
Una abuela así

Cuando era chica solía imaginar que “el cielo” estaba allí mismo justo donde estaba mi abuela. Ella tenía tanta paz en su mirada que siempre que algo me afligía imaginaba estar con ella y se me pasaba, era una especie de bálsamo en la niñez.

-¿Dónde está Dios? – preguntaba; y mi abuela a eso respondía que Dios estaba en el corazón de todos y en todas partes, y por eso no debía tener miedo nunca.

Yo era una niña muy temerosa que no solamente le temía a la oscuridad, y a los bichos, sino que era más temerosa de lo que yo misma quisiera ser.

Otros niños se reían que yo le tenía miedo a tantas cosas, a la altura, a los precipicios, a los edificios, a las arañas, a las víboras, al monte, al oscuro, al fuego, a la correntada del arroyo, a los truenos, a la gente borracha, a los hombres sucios desconocidos, a las mujeres con polleras largas ¡a tantas cosas!

Mi abuela, que era más que abuela una amiga, confidente, cómplice de historias, maestra de la vida… ¡una verdadera bendición en mi vida! Ella me enseñó, entre otras cosas, una canción a un ángel de la guarda, la que en mi cabeza sonaba cada vez que algo me daba miedo. Ella decía que no debía tener miedo, porque Dios estaba siempre conmigo, pero el problema era que ¡hasta dios me daba miedo! En cambio, la figura etérea de un angelito tierno, estilo querubín, como un bebe gordito con un arpa, me daba más ternura, me daba seguridad siendo niña, un angelito, y no un hombre viejo barbudo con todo el poder de desatar tormentas…

Así fue como me inició con la fe a los angelitos. Esas compañías que me cuidarían y me ayudarían a lidiar con mis miedos más amistosos y tiernos, pero con poderes que me llevarían a confiar en mí misma, y en la capacidad que tenía. Que me advertirían del peligro y de la gente que podría lastimarme, que me darían la pista con ese sentir intuitivo que tenía desde chica, eran los angelitos los que me decían por dónde ir, que hacer, y con quien juntarme…

Desde chica se burlaban por mi apariencia, por mis miedos absurdos, por mi forma de abstraerme de la realidad y en eso de “quedarse colgado” o “tildado” como decían todos, era en realidad mi mente que viajaba a mundos lejanos, a otras realidades, con experiencias de las cuales no me daban miedo, y en esas otras realidades yo era más feliz.

Así vivía una especie de doble realidad: la mía, y la de mi fantasía. Esa realidad ficticia, solo la sabía mi abuela, porque no se la contaba a nadie más. Porque como se burlarían de mí, yo prefería que no lo sepa nadie.

Preferí guardar una sola cómplice para mis historias; y esa era mi abuela. Cada noche iba a su cama a hablar de esas historias que no existían, que ambas sabíamos que esos amigos no eran reales, ni aquellas hazañas tampoco pero como ella me seguía la corriente, y me preguntaba lo que había hecho, con quien, y donde… solía crear historias formidables donde yo era capaz de alcanzar todas esas metas que en el mundo real no podía. O por miedo, o por imposibilidad.

Desde muy chica, mi abuela me fomentó la creatividad de la imaginación, y la sensibilidad de saber que otras personas podían tener esas mismas virtudes de imaginar mundos como yo. Ella era una de esas personas, porque aunque otros no sabían esa virtud suya, mi abuela tenía una increíble imaginación, y estoy segura que si hubiese escrito todas esas historias ¡hubiera sido una escritora súper estrella! Pero no, eran solamente nuestras charlas antes de dormir, cuando ella me contaba sus historias, y yo las mías. Eso sí: cuando hablábamos de Dios, y de los angelitos, eso era muy místico, con respeto, y con fe. Ella era una persona muy creyente, de esas que ya no hay. Porque una cosa es ser creyente, y otra cosa es ser practicante de eso que se cree.

Ahora hay mucho leyendo biblias, pero siendo muy mala persona con su prójimo… hay mucha gente yendo a misa, y luego se burlan de los demás, se creen superiores, y eso no es ser creyente, eso es ser ridículo.

Mi abuela no tenía malicia, cuando no entendía a las personas que la tenían, decía “cada uno es como es” y seguía con lo suyo, sin importarle chismes, ni cuentos, ni vidas ajenas.

Pero las dos teníamos esa complicidad, de que a esa hora exacta, a ella le daba sueño, y se iría a dormir, y a mí me daba por acompañarla un rato a su cuarto y recostarme con ella… ¡era la aventura de la vida estar con ella en esa cama! Sintiendo ese olorcito suyo, y aprendiendo cantos, cuentos de santos, y luego dejando que yo le contara todas esas historias que había creado en mi cabeza durante el día. Ella era la única persona que me sabía seguir en esas historias, a veces de mucha aventura en barcos estilo piratas, otras veces de mucho lujo en fiestas de gala con música clásica y orquestas donde se bailaba vals con vestidos de bolados, otras veces más simples, donde era una especie de artista callejera y andaba tocando la flauta en plazas con un perro flaco al lado mío… etc. Con personajes reales, y a veces totalmente inventados, o la llevaba por esas calles de muchas curvas donde las callecitas son de adoquines, las casas tienen columnas y techos de tejas, al mayor estilo español, unos paisajes que yo los imaginaba y soñaba con ellos, sin haberlos visto nunca, pero fascinándome en contarle historias de la gente que allí vivía, yo los conocía en mi realidad ficticia, y le contaba al mayor estilo cuento, todo lo que había jugado con los niños que allí vivían, y las cosas que había visto en ese mundo imaginario.

Ella decía que yo escriba esas historias, que use el diario personal para escribirlas, y que no me guarde para mí sola… y luego en esa poca estima que desde chica me tenía a mí misma, me boicoteaba yo sola, diciendo que a nadie le va a gustar, que se van a burlar de eso, y que era mejor que solo ella y yo sepamos las historias de esos lugares a los que llamábamos “de la campiña española”; y novelas al mayor estilo romántico cuando yo estaba “enamorada” de muchachos siendo adolescente…

No solamente le contaba historias ficticias, sino también las cosas que en la vida real me pasaban, pero siempre le decía que mi vida era aburrida y rutinaria, entonces era mucho más fascinante soñar esos mundos donde yo era importante sea lo que sea que hacía, yo lograba pasar en una carretera sin asustarme de los precipicios, o subirme a un barco y pasar una tormenta, hasta en mis cuentos fantasiosos yo podía ser linyera o dama de lujo, y en ambas realidades ficticias yo era valiente, era fuerte, y no me daban ni ataques de asma, ni miedos, ni nadie se burlaba de mí, ni me llamaba loca, donde podía correr sin agitarme, y podía hablar idiomas que no sabía; era una realidad que yo creaba en mi cabeza para sentirme segura, y ella de noche me ayudaba a sacarla, haciéndome preguntas sobre lo que en esas “realidades” yo era capaz de hacer.

Ahora de grande, muchas veces necesito que vuelva mi abuela, que vuelva el tiempo hacia atrás, y estar con ella en su cama, alucinando historias donde yo pueda resolver cuestiones que en la realidad no puedo. Donde no tenga miedos, ni me interese la opinión de los demás, donde pueda lograr cumplir sueños, y ser yo misma. Sin aflicciones ni dudas ni ataques de asma ni de pánico que me aflijan y me corten el aire.

A veces quiero volver a creer en los angelitos, en esos seres que están sin estar, y que nos cuidan, que nos acompañan, y que no dan miedo… hay muchas veces en las que extraño a mi abuela y desearía soñarla conmigo una vez más, abrazarla fuerte de nuevo, y charlar, soñar juntas, no importa si solo fuera un día más, quiero tenerla conmigo de nuevo. Contarle la vida real de ahora, pero luego volver a crear con ella historias donde ambas estemos en distintas dimensiones, en lugares que tal vez no existan, y con gente que no solo no se burle sino que no nos haga sentir tan poquita cosa con sus comentarios hirientes…

¡Cuánto daría por tenerla un día más conmigo! Y a aquella mujer que para todos era tan realista y solo yo sabía que tenía la imaginación más grande y brillante del mundo, quisiera volver a crear con ella historias, y quisiera que de nuevo me cante canciones de fe.

Quisiera volver a creer como antes, y que esa confianza que sentía con ella, tenerla en el presente, de adulta. Donde no importe el resto, sino solo ese microclima que teníamos las dos, cada vez que nos inmergíamos en un mundo irreal, y perfecto o imperfecto pero en el cual nos hallábamos a gusto, sin preconceptos ni prejuicios, libres como éramos las dos.

¡Cuánta falta hace a los niños contar con una abuela así como la mía! Que enseñe valores, y que en esas enseñanzas de iglesia, de fe, de oración, inculque la valoración propia, una inyección de autoconfianza, donde no importa si te dicen que estas gordo, que estas chueco, que tus cachetes, que tus ojos, que tu pelo… tal o cual cosa…

Cuanta falta hace a veces contar con una abuela así; para descubrir que en eso que algunos llaman locura, distracción, o defecto, se halla muchas veces la mayor de las fortalezas, y solo hace falta una abuela de esas, para que se multipliquen los talentos que se encuentran detrás de cada miedo, detrás de cada tapujo, detrás de cada burla mal curada.

Gracias a mi abuela y a su recuerdo, hoy vuelvo a escribir, a contar historias, reales algunas, ficticias otras, y una mezcla de ambos mundos hacen que vuelva a sentirme viva, y útil, y aunque no todo sea real, ni todo sea invento, me siento plena pudiendo compartir con ustedes estas realidades paralelas, que en algunos casos nos hacen reflexionar sobre la misma realidad que vivimos, porque siendo seres del mismo planeta, viviendo en el mismo tiempo y realidad, nos pasan cosas parecidas. Así que a soñar más, a vivir mejor, y a que no nos importe demasiado si no somos apoyados por quienes quisiéramos que nos entiendan y apoyen, porque los artistas a veces son llamados locos, y que lindo que hayan locos en este mundo de cuerdos, porque sería tan aburrido el mundo si todos fuéramos simplemente cuerdos.

Aidee Jéssica Martini

Inédito. Martini reside en Puerto Rico, es abogada y docente. Ganadora (2004 y 2005) del concurso literario “los jóvenes cuentan”

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