El tren fantasma

domingo 01 de agosto de 2021 | 6:00hs.
El tren fantasma
El tren fantasma

¿Cómo que desapareció? ¿Me estás cargando vos? ¡Ya sé! ¡Has vuelto a chupar!

Las frases detonadas sin interrupción como descarga de ametralladora no esperaban, pereciera, ninguna respuesta. Más bien se auto contestaban medidas en la incredulidad de ese rostro que increpaba en una escala ascendente a ese subordinado del cual ya no esperaba nada.

-No sé. Desapareció.

-¿Pero de qué estás hablando? Viejo inútil. Estamos hablando de un tren. ¿Y la gente?

-Todo. Desapareció todo. El tren y la gente.

El jefe del servicio de trenes se levantó intempestivamente del sillón en el que acababa de sentarse y en dos zancadas estuvo en la puerta de la oficina. En su embestida, de un manotazo empujó a su ayudante sin consideración. Éste, en su azoramiento, casi ni lo percibió

Una vez en el jardín contiguo empezó a dar órdenes sin parar a otros incrédulos empleados de la empresa que presta el servicio de transporte en un simpático tren que es arrastrado por una locomotora que funciona a gas entre la Estación Central y la Estación Garganta del Diablo, con una parada intermedia en la Estación Cataratas.

El día había empezado de la peor manera. Varias personas con parte de enfermo, hicieron que la prestación amenazara con colapsar. Sólo el tesón puesto por este jefe, estando en todas partes, logró evitarlo. Y, por si fuera poco, antes de salir el primer viaje a las nueve a.m., el cielo se cubrió de repente convirtiendo la mañana en noche cerrada y toda la atmósfera se cubrió de mil refucilos para dar paso, casi inmediatamente, a una soleada mañana. Maravillados los visitantes de los bruscos cambios, los lugareños los tomaron con la indulgencia de saber que en la selva eso, es cosa de siempre.

Con estos tropiezos manifiestos, a la hora indicada el tren se puso en marcha, entre la algarabía de las doscientas cincuenta personas que lo colmaban y pareciera empujaban con sus ansias y el anhelo de extasiarse con las fabulosas vistas de las maravillosas Cataratas del Iguazú.

Una nutrida variedad de idiomas y de gente de los cinco continentes, en donde se mezclaban ricos y famosos con ignotos personajes, cumplían el sueño de su vida: conocer las cataratas.

Tanto el sol como la lluvia nunca conseguían amedrentar a los visitantes empujados por su entusiasmo y ese sentimiento de sentirse privilegiados de visitar a una de las siete maravillas del mundo.

El corto recorrido del tren cumplía con todas las normas de seguridad y en los últimos años sólo se había sufrido algún trastorno menor debido al intenso calor con algún pasajero de edad avanzada, que fueron rápidamente solucionados por el personal a cargo, quedando en todos el recuerdo de ese idílico marco que atraviesa su recorrido por el medio de la selva. Por lo tanto: ¿cómo puede desaparecer así como así, un tren con doscientas cincuenta personas a bordo?

Por cataratas pasan en temporada alta diariamente diez mil personas de las cuales nueve mil novecientos noventa y nueve, están pendientes de su celular para registrar, anoticiar, guardar recuerdos del viaje y mil cosas más. En un conglomerado de gente así, la insólita noticia explotó con el poder de una bomba atómica. Todo contacto se perdió a las nueve y veinte minutos después de dejar atrás la estación Cataratas y para las diez de la mañana, de Nueva York a Hong Kong, las incógnitas sobre el paradero del tren superaban todas las fantasías. Un periódico amarillista no vaciló en titular que se había desbarrancado en la famosa Garganta del Diablo y los cadáveres se esparcían por kilómetros flotando en el rio Iguazú.

Autoridades de todos los niveles no conseguían poner paños fríos a esa escandalosa escena que ganaba el imaginario popular. Ninguna buena razón era creíble pues el extraordinario suceso exacerbaba la ardiente imaginación del mundo en general.

Con buen tino las autoridades de Parques Nacionales decidieron cerrar el predio de Cataratas hasta que se pudiese aclarar la situación lo que trajo más desmadre y descontento entre los miles de visitantes.

Las fuerzas de seguridad irrumpieron en la escena y ya para el mediodía, contingentes de soldados pertrechados para la guerra desalojaron a toda presencia humana no afectada a los servicios en toda la superficie del predio. Para nada. Porque en una ecuación de todo suma, sólo sumaba el desconcierto mientras millones de personas en el mundo entero se preguntaban, en todos los idiomas y dialectos qué había pasado.

Llegó la noche sin respuestas y junto con las sombras las críticas más acerbadas e indignadas sobre la liviana responsabilidad de empresas, fuerzas armadas y gobierno.

Toda la fauna de coatíes, urracas, loros, vencejos y monos Caí, que hacen la delicia de los visitantes huyó alarmada por los aviones, helicópteros y haces de luz que buscaban una y mil veces desandando el recorrido del tren cuyas vías férreas se mostraban en perfecto estado. Un mundo en luto se preparaba con el correr de las horas para la peor noticia y el peor fin.

El amanecer trajo con su luz renovadas esperanzas y si bien los trabajos de búsqueda no se habían interrumpidos, la claridad del alba parecía anunciar buenas nuevas.

Pasadas las nueve de la mañana, un grupo de guías fotógrafos, amplios conocedores de cada recoveco el parque que se habían sumado a la búsqueda, dio el primer alerta. El tren estaba parado exactamente en el lugar que había emitido la última señal, con todos sus pasajeros sumidos en un beatífico sueño del cual se fueron despertando de a poco y por tandas. Nada grave anunciaban sus semblantes y una beatifica sonrisa era el común denominador, como si todos hubieran participado de una broma ingenua.

Y el mundo cambió estupor por estupor. Primero por la desaparición, luego por la insólita aparición, poniendo sobre el tapete la vieja cuestión de que el hombre no ha sido puesto en la tierra para albergar dudas, así, sin más. Desde los primeros chispazos eléctricos en su cerebro hace miles de años, busca causa y consecuencia. Cuando no la encuentra elabora hipótesis que le garantizan al menos, tener una idea de causalidad que lo reconforta.

Los miles de reportajes concedidos por los pasajeros de lo que se dio en llamar “El tren fantasma” nada aclararon agregando al imaginario popular desde una invasión alienígena hasta el desaforado entusiasmo de algún pastor evangélico que incluía en su propaganda a gente de su congregación que había estado en el evento de cataratas y parafraseando sus palabras “Habían encontrado la luz” sin tomar en cuenta que si bien la oscuridad no deja ver bien, demasiados reflectores enceguecen. A al vista y al intelecto.

Los súbitos famosos del tren fantasma declararon una y mil veces que “Nunca sentimos nada. El tren se paró cuando en su marcha atravesó una densa niebla y de ahí en más no supimos más nada hasta despertar”.

Luego, muchos aprovecharon la creciente notoriedad y mientras algunos agarraron para el lado místico, otros aprovecharon sus cinco minutos de fama para salir en miles de páginas de diarios y revistas así como en programas de televisión que, al pasar el tiempo, se fueron desinflando en el entusiasmo popular.

A todo esto, los incansables servicios secretos de todas las potencias escudriñaron almas, cuerpos y comportamientos siendo que no hubo ningún pasajero que no fuese grabado y seguido en secreto hasta en el último de sus actos cotidianos. Con un solo resultado. Nada nuevo encontraron. Es decir, encontraron las mismas manías, depresiones y amores que podían encontrar si fuesen otros y no aquellos, los vigilados.

Entre tanta histeria colectiva también hubo gente que en silencio trató de traer algo de luz en ese mundo de conjeturas y adivinanzas. Una conocida fundación para la investigación de fenómenos físicos y astronómicos con sede en Australia, encaró seriamente un completo estudio de las circunstancias que rodearon la desaparición del tren fantasma. Gracias a su solvencia económica instaló en Puerto Iguazú a un destacado grupo de investigadores que todos los días, durante varios meses, se emplazó en el predio de Cataratas para medir y observar los cambiantes estados atmosféricos que registraron desde sus primeras observaciones. Cuando obtuvieron las primeras conclusiones, trataron de todas las manera posibles de que el conocimiento de las mismas, en su afán de esclarecer no oscurecieran, aún más, el intrincado mundo de disparatadas ideas que con el fenómeno se había creado. Así y todo, en más de una cabeza de sus miembros, el deslumbramiento de haber descubierto que en la selva misionera que rodea a Cataratas algunas leyes inamovibles de la física tradicional, si bien temporariamente y en distintos sectores que cambiaban de lugar permanentemente no se cumplían, entró de lleno en colisión con datos y leyes que servían para explicar el funcionamiento del mundo conocido. La aterradora idea de que en mundos paralelos estuviesen jugando a los dados con las leyes de la física cuántica, hicieron dudar de dar a conocer lo que acababan de revelar.

Al final, impelidos por una conciencia científica de informar lo novedoso, lo hicieron públicamente.

El comunicado sólo daba a entender qué podría haber pasado, sin jugarse con precisión y claramente en una explicación segura y contundente.

De igual forma que las fuertes lluvias del río Iguazú arriba, aumenta el nivel de la caída de agua en la Garganta del Diablo hasta convertirla en un prodigio de aguas incontenibles y salvajes, así los nuevos informes fueron acomodados por charlatanes de toda laya y también buenos y cándido creyentes para anunciar desde el nacimiento de una nueva era en que el Espíritu Santo bajaría a la tierra, hasta el fin del mundo conocido, exhortando a las almas pecaminosas a arrepentirse para empezar ese nuevo comienzo puras o, en las antípodas de ese pensamiento, prepararse para el nítidamente anunciado preclaro fin.

Mientras tanto, doscientas cincuenta almas siguieron boyando por el mundo, conscientes cada una, en mayor o menor medida de ser algo especiales.

Ese sentimiento se acrecentó cuando al fin de un par de años del suceso, surgió la idea de juntarse en algún lugar del planeta que, gracias a la publicidad que traería el encuentro, no les saldría un peso.

El entusiasmo fue ganando hasta conformar el ciento por ciento de los participantes y al plantearse que fuese nuevamente en Cataratas, saltó nuevamente la noticia a los titulares de todos los  diarios de la tierra.

Un mundo ansioso posó sus ojos y fantasías en ese mágico lugar de la selva misionera en la cual, además de su belleza, la cargaba de misterio los últimos acontecimientos.

Como contrapesando tanto delirio, los milenarios habitantes del lugar, de la etnia Guaraní Mbyá, así como la riquísima fauna del lugar, seguían viviendo sus vidas sin hacerse preguntas imposibles de contestar y que nada agregaban de valor a su vida cotidiana.

A dos años exactos del primer suceso, doscientas cincuenta personas convertidas en fulgurantes estrellas mundiales abordaron nuevamente el tren en la misma estación como otrora lo hicieron. Vigilados por incontables cámaras y medios tecnológicos, transmitiendo en vivo por cientos de canales de televisión, se inició la marcha del tren hasta que de pronto, justo a las nueve y veinte de la mañana todo dejó de funcionar. Tren, electricidad, señal satelital y baterías.

Una densa calma sobrevivió todo el entorno que, esta vez, sólo duro diez minutos, en donde el estupor pudo más que cualquier acción y dejó a los pasajeros clavados en sus sitios hasta que al final de los diez minutos todo volvió a la normalidad.

Sólo el hombre es un animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y, al igual que la primera vez, torrentes de información inundaron el mundo llenándolo de conjeturas sólo para acabar en el comienzo porque NADIE SUPO NUNCA NADA.

El relato es parte del libro Cuentos Misioneros volumen 4. Foto: Natalia Guerrero

Cruz Omar Pomilio

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