El dios vencido

domingo 04 de julio de 2021 | 6:00hs.
El dios vencido
El dios vencido

Habíamos planeado pasar veinticuatro horas en carpa, en Iguazú. Armando tenía una que había traído a Posadas. Pensaba salir a pescar con amigos de ahí y otros que vendrían desde Rosario.

Promediaba noviembre y el trabajo en la Dirección de Cultura era liviano. La temporada había terminado. Las últimas muestras, alguna postergada exposición, el concierto de despedida iban sucediéndose pausadamente, sin mayores comentarios, ni siquiera en los periódicos locales; sin discusiones sobre calidades más o menos demostradas, casi sin interés. Cumplíamos con nuestros respectivos trabajos mecánicamente, con las mentes puestas en otra cosa: las fiestas de fin de año, las vacaciones.

Yo, en particular, no pensaba en otra cosa que en Armando, todo el día, y hacía lo que tenía que hacer en casa automáticamente. En las oficinas de Cultura despertaba; estaba alerta, atenta porque Armando se movía entre nosotras y además de adorarlo mentalmente todo el tiempo, vigilaba a mis compañeras, a las eventuales visitantes y a Armando mismo, siempre y cada vez más independiente. Con seguridad no se le importaba un comino de mí. A esa altura yo ya había comenzado a perder puntos...

Esa mañana Armando me había alegrado con la invitación. En un intervalo de mi clase, mientras limpiaba unos pinceles, se me había acercado.

- Quiero que nos escapemos este fin de semana. ¿Será posible?

- Si, yo me arreglo -le contesté. Todavía no sabía que mi marido debía viajar, pero de cualquier manera inventaría una excusa, como tantas otras veces. El no preguntaba; su indiferencia, su cansancio, su silencio, no me llegaban. Eran señales que yo no captaba, ciega, en esos días.

- Tengo mi carpa. ¿Fuiste a acampar alguna vez? -me preguntó Armando sonriendo brillantemente.

- No...-respondí.

-Ya me parecía - Armando jugaba siempre de ganador- ¿Cuántas cosas te tengo que enseñar nena? Empezando por hacer el amor -bajaba la voz con complicidad-; pero ahí sos buena alumna... Casi casi estás alcanzando el 10. Algunas lecciones más, unos trabajos prácticos especiales y de “distinguido” vas a pasar a “sobresaliente”.

Cuando regresé ese mediodía mi marido no estaba en casa. Tenía una reunión de trabajo que se prolongaba. La muchacha me mencionó algo sobre eso pero yo no presté atención. Sólo funcionaba automáticamente, preparando mi escapada, ordenando horarios, ropa y comida de los chicos y de la casa en general.

- Mami, no te vayas, no quiero que te vayas...-el ruego de la nena me sacó de la nube con una punzada dolorosa.

- Pero mami viene enseguida, mañana mismo vuelvo, mi amor...-nada hubiera podido impedirme esas horas de placer loco. El ruego de la nena se ahogó en mimos, abrazos, caramelos, promesas, corridas histéricas entre el placard y la cama.

Armé un bolsón con sábanas, almohadas, una frazada, un canasto con comida y vino, busqué mis documentos, me puse los vaqueros y salí, previas instrucciones finales y besos culpables.

En el jardincito me encontré con mi marido. Nos miramos desde nuestras soledades irremediables.

- ¿Dónde vas? -Su cansancio alcanzó a golpearme. Me estremecí temiendo la escena y el fin de toda la aventura. Vagamente reconocí una hondísima pena, profunda y viva, mezclada con el sentimiento de algo sin remedio ni esperanza.

- Una excursión en carpa, a Iguazú, con las mujeres, salió de golpe esta mañana... como estamos cerca de fin de año... Vuelvo mañana mismo, ya arreglé todo en casa...los chicos...la muchacha, está todo bien, no te preocupes, no te van a molestar.

- No es eso, yo también me voy. Hay una reunión urgente en Buenos Aires. ¿Qué va pasar en casa? ¿Por qué no te quedás por esta vez?

- No puedo...no... Acá todo está bien. Yo ya organicé todo, además son unas horas no más, pocas horas... Chau, suerte...un beso.

Volé al auto, salí a la ruta, tomé la dirección de Posadas y como en un sueño recorrí los noventa kilómetros y estacioné a pocos metros de la casa de Armando.

Pusimos todo en su coche y arrancamos, yo nuevamente en el mejor de los mundos, olvidada de los chicos, la casa y el marido. Sólo viva para cada gesto y cada palabra de Armando, rumbo a las Cataratas.

No llegamos a Iguazú; a la altura de Garuhapé la entrada del balneario nos tentó un momento. Quisimos ver el arroyo. Verlo y decidir que darnos allí fue todo uno. El lugar, solitario, sombrío, pletórico de luces danzantes y rumores del agua nos cautivó. Armando plantó la carpa. 

- No entres con zapatos. A descalzarse, vamos.

Obedecí contentísima y extendí las frazadas, las sábanas, las almohadas, sintiéndome en un micromundo mágico. Después nos metimos en el Garuhapé transparente y correntoso; la presencia del agua plateada y de las piedras, del bosque oscuro y los peces de color, allá en el fondo, huidizos, pareció despertar el intelectualismo de Armando.

- Esto es América Latina: naturaleza indomable, subdesarrollo, barbarie....

- ¡Qué exagerado! Barbarie...Si te escuchan tus colegas nacionalistas...

- Yo soy nacionalista y muy americano. Pero te hablo con conocimiento de causa, yo recorrí casi todos los países de América del Sur. Por eso me acordé, ahora; fijate, un arroyo, el monte, todo natural, nada tocado por el hombre, finalizando el Siglo XX, en una provincia que pretende ser turística internacionalmente. Menos mal que tener la carpa, sino no hay dónde dormir...

- Bueno -dije yo, que no me animaba a contradecir en nada a Armando- pero de ahí a irse de nuevo a lo de civilización y barbarie... Creo que se te va la mano. Además la naturaleza sin tocar me parece maravillosa, una delicia...

- Pavadas, querida. Las cosas estaban planteadas así solas. Nadie inventó al gaucho bruto, al indio, al mestizo, al criollo vago, al inmigrante, que nunca termina de asimilarse...

- Bueno, pero a mí me parece que tampoco había que hacer a un lado esa cultura sino asumirla, aceptar que nosotros éramos algo diferente, no Europa, y construir desde ahí -opiné tímidamente.

- De acuerdo, pero eso hubiera significado para la Argentina un destino idéntico al del resto de los países sudamericanos.

- ¡Y eso es bárbaro! ¡Qué mejor, si todos hablamos la misma lengua, tenemos el mismo tronco cultural, somos cristianos, mestizos culturales y de raza! ¿Acaso no era el proyecto de San Martín y Bolívar?

- Querida, se nota de lejos que nunca saliste de la Argentina...Si vos conocieras lo que son La Paz, Asunción, no más, acá cerca, para no hablar de Bogotá, Managua, Caracas... A las ocho de la noche no podés salir más porque te asaltan, te matan y después te roban. ¿Y el interior de esos países? Son pobrísimos, miserables, no hay ninguna de las comodidades de la civilización, no hay médicos, remedios, nada, nada...¿Vos querés una Argentina igual? ¿Ese modelo te parece mejor que el otro?

- Pero...

- Mirá, a mí Sarmiento no me gusta. Cuando se larga así como así contra el gaucho, por ejemplo, o cuando dice que el campo argentino es la Edad Media...bueno, no me gusta, simplemente. Yo también hubiera querido las cosas de otro modo; pero viéndolo a la distancia, tengo que reconocer que el tipo y los de su generación tuvieron razón: La única manera de salvar a la Argentina era adoptando el modelo de Europa, que es lo que hicieron, y por eso hoy estamos mucho mejor que el resto de América Latina. Bien simple. Nos guste o no lo del ochenta lo que hicieron fue sacarnos del analfabetismo y la pobreza.

- Pero Armando, escuchame, a qué precio...Perdimos nuestra identidad.

- Querida, vos no entendés nada. No se trata de identidad. Se trata de vivir bien, de mejorar, de progresar en todo sentido...no seguir pescando con cañita en el Garuhapé y dormir en la hamaca.

- Pero amor, eso se puede conseguir lo mismo sin condenar a los más pobres, los más débiles, los menos ilustrados, sin rechazar el campo, lo nuestro... Yo pienso que se puede construir una Argentina fuerte a partir de sus diferencias. A lo mejor hubiera tardado más pero a la larga costaría menos que perder la cultura para imitar otra, ajena.

- ¿Y acaso los demás pueblos latinoamericanos consiguieron algo mejor? ¿Desarrollar una cultura propia? Acordate lo que es la pobreza, el subdesarrollo...

- ¡Y si no los dejaron! Ya sabemos cómo es la cosa... Además, a mí me parece que subdesarrollo no es necesariamente falta de progreso material, económico. Es bajeza de miras y falta de objetivos morales, y desarrollo, una conciencia más amplia y más sincera, mantenimiento de las reservas morales y religiosas, preservación de una cultura auténtica... Desde mi punto de vista es tan subdesarrollado un pueblo pobre materialmente como uno rico, pero que está vacío, desacralizado y se ha vuelto materialista sin remedio...Sea el que sea, de la ideología que sea...

- Ay, querida, basta… mirá quién teoriza, una burguesita mantenida por un marido complaciente, viviendo muy bien, dándose lustre social en el más alto nivel y todavía permitiéndose un barniz de adorno como artista y profesora de dibujo… Mucha lectura sin digerir… 

Mejor nos vamos a secar y a la carpa... Tengo hambre... y ganas de besarte. Después de todo aquí vinimos ¿no?, que no es precisamente teorizar sobre política y economía, sino ha-cer-el-a-mor, empezando ahora mismo...así... en el agua... vení.

Un fuego me envolvió, semidesnuda y mojada, cuando Armando me atrajo de repente y me aplastó con su cuerpo ardiente y húmedo contra el barro y las plantas acuáticas de la orilla. Su boca me mordió en un beso larguísimo mientras me aprisionaba con sus brazos enormes y sus piernas, y yo fui abriéndome lentamente, perdida en el éxtasis de sus manos en mi piel, de su lengua apresurada, de sus dientes mordiéndome el cuello y los pechos, de sus manos arrancándome la ropa a los tirones para hacerme suya en la vorágine tremenda de su sexo desatado como sólo él sabía hacerlo, un animal jadeante penetrándome en fuego puro hasta hacerme sentir que moría de amor, allí y mismo sobre el barro y las piedras.

- Ay, ay, ay...qué final inopinado para el panel...-Armando se había echado de espaldas y me había colocado sobre su cuerpo estirado; me aprisionaba todavía, besándome la cara sucia, acariciándome suavemente el cabello.

Nos metimos de nuevo en el agua. Ya era plena noche y todo el monte y el arroyo brillaban suavemente. La corriente cantaba cuando nos secamos y empezamos a preparar los sándwiches, el vino, a encender la lámpara. Más tarde hice café y escuchamos cassettes de jazz, echados lánguidamente debajo de los altísimos árboles del bosque, junto a la carpa. Después de aquello me importaban un comino mis ideas de un destino glorioso para Latinoamérica; ni por un momento mi pensamiento volaba a casa, a los chicos solos... La música nos envolvió momentos largos y se mezcló con el canto de los grillos y el murmullo del agua.

No sé cuánto tiempo pasó; alcancé a ver las estrellas brillantes, allá arriba, muy altas entre las ramas del bosque, cuando los dos nos volvimos de repente, como atravesados otra vez por un relámpago de deseo y Armando me acostó de nuevo sobre el pasto, recomenzando los besos y caricias.

- Muñeca, por lo menos esta vez entremos a la carpa; vení, rápido, ahora...

(…)

Dios mío Armando, te quiero, te quiero… No sé con qué voy a poder olvidarte, cambiarte, con qué borrar esa sensación de ser, de sentirme viva cuando hacíamos el amo… porque tenías que ser vos justamente que me lo enseñaras, aprender con la comunicación del amor, si para vos todo tiene otra medida donde ni por casualidad entro yo como persona. No valgo nada para vos, no sé cómo pude hacerme ilusiones hasta ahora, estar tan estúpidamente ciega, ser tan necia como para ir contra todos hasta quedarme sin nada cómo pudiste anular mi razonamiento, apagar hasta el más débil instinto de defensa, de vida, cerrándome todos los caminos. ¡Dios, Dios! Armando, adónde voy a ir, a quien recurrir...¿Por qué? ¿Por qué? Que me diste para anularme así de esta manera, para conseguir que solamente pensara en el momento de acostarme con vos, de sentir tus brazos, tu cuerpo caliente, tus besos, tu fuego y el mío, viva, encendida, quemándome, cómo vivir sin eso y sin nada.., Dios mío y esta lluvia...qué hora es...las dos, qué harán los chicos, como estarán...oh Armando vida mía, qué infierno, finalmente este infierno, después de dos años de angustia, de celos, de torturarme con cada palabra tuya, con cada mirada a otras mujeres, de extrañarte como loca cuando te ibas de viaje, de morirme un poco cada fin de semana sabiéndote solo acá, y yo en casa vagando por las habitaciones, llorando a escondidas sólo porque no te tenía cerca, soñando con vos en el banco de la plaza, ajena a los chicos, extrañándome cada vez más de mi familia, de mis cosas, de mi hogar, de mis afectos, de mis creencias, de mí misma... Oh Armando, Armando...ya ni sé quién soy ahora no sé quien soy, no sé qué soy, no soy nada sin vos, nada, muerta, mil veces muerta. Vos te llevaste mi parte viva oh Armando Armando, Dios mío y cómo llueve, cómo llueve...y el tiempo que no pasa nunca...

Fragmento del a novela El dios vencido. La autora -Licenciada en Lingüística- investigó sobre el habla regional. Publicó varios libros, entre ellos Avá ité, Tete Beche, El cielo abierto, Elegías y sonetos, entre otros

Glaucia Sileoni de Biazzi

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