Mburicá reloj

domingo 09 de mayo de 2021 | 6:00hs.
Mburicá reloj
Mburicá reloj

La noche anterior había llegado a Puerto Bemberg, lugar situado sobre la margen izquierda del milenario y misterioso río Paraná, en el Territorio Nacional de Misiones.

A primera hora me encontraba en la ventanilla del Correo local, requiriendo correspondencia, en medio de un grupo de individuos que, al parecer, por sus vestimentas, eran trabajadores de los yerbales circunvecinos, que hablaban en idioma guaraní.

De pronto, de la lejanía, llegó a nuestros oídos, el rebuzno de un burro: “las ocho”, aclamó uno del grupo entre la alharaca de los demás. Interrogué al que más o menos hablaba el castellano, y con la aclaración del empleado de Correos, me enteraron que el burro rebuznó en costa paraguaya, donde el noble pollino oficiaba de reloj público.

Arrastrado por la curiosidad, una mañana de otoño decidí cruzar el río en una canoa de las que allí utilizan para el tránsito de pasajeros. La cerrazón mañanera cubría completamente el ambiente; los objetos y las cosas no podían percibirse más allá de los cincuenta metros. De esta manera llegué al puerto, y allí hube de esperar que la humedad se despejara para poder embarcamos. Estábamos en esta espera en el corredor de la Subprefectura, cuando se hizo sentir de nuevo el rebuzno del burro; alguien exclamo: “Las ocho”, otro miró el reloj, movió la cabeza en un suave balanceo y asintió: “todavía es temprano”.

Al fin, el sol, ayudado por una leve brisa del sur, empezó su diaria labor de barrer la bruma que se despegaba de la superficie del agua del río como si fueran los ultimas humazones de un incendio. La costa opuesta empezó a aparecer y a medida que el inmenso telón de boca se iba de corriendo, los ojos se agrandaban de admiración ante ese panorama hermoso que se presentaba en la tierra paraguaya: bosques, campiñas, casitas de madera acá y allá, unidas por caminos que serpean por entre las quebradas del terreno, enorme, naranjos cubiertos de frutas maduras y, en el ambiente, una quietud beatifica que incita a la meditación. Ya estamos en medio de la corriente del río, en una chalana que impulsen dos remos esgrimidos por las sarmentosas manos de un viejo paraguayo. La correntada nos ha “bajado” muchos metros y debemos aprovechar los remansos para “subir” hasta el puerto de destino.

Ya estamos en Pirá Pytá. Un inmenso arenal seco nos hace lanzar los primeros suspiros de cansancio; es tan empinada la subida, que avanzamos dos metros y retrocedemos uno, en los resbalones que nos ocasiona la arena seca. Sorteamos el arenal y seguimos la marcha ascendente por una estrecha senda, haciendo escalones en las piedras, en las raíces de los árboles o en los huecos que marcan los talones de los viandantes cotidianos. Hemos subido unos cien metros y recién empezamos a encontrar los primeros llanos del terreno. Allí la casa del Comisario: más allá la Escuela; al fondo, a la vera del bosque, una espléndida casa toda construída de madera perteneciente a un obrajero. Diseminadas, entre grandes naranjos, una infinidad de casitas modestas.

Nos presentamos al comisario, hombre atento y jovial, a quien preguntamos sobre la virtud atribuida al burro de marras, y nos dice: “-Así es, el burro se ha acostumbrado -desde luego - a rebuznar cada vez que siente la campana de la Escuela. La gente dice que marca la hora, y así es mismo, porque en vacaciones sigue rebuznando a la misma hora”.

De esta manera, todas las actividades de la zona, de costa argentina y paraguaya, hasta donde alcanza el rebuzno, están bajo la férula de un asno.

¡Paradojas de la naturaleza!.

Mburicá astrónomo

Nos habíamos familiarizado tanto con el Mburicá Reloj, que el reloj de la oficina había quedado relegado a un simple artefacto sin importancia, a un objeto de lujo, cuanto más, para mirarlo en señal de control cada vez que el burro de Pirá Pytá hacía sentir su demoníaco rebuzno.

Sin embargo, había otro aspecto interesante de este grave personaje de las orejas grandes y piel velluda.

“¿Usted no sabe patrón que el mburicá reloj es también astrónomo?”, me dice un día un viejito paraguayo que tocaba el arpa. “Cuando rebuzna en “la” es reloj; cuando rebuzna en “si” es para hacer llover. Ponga atención y verá que nunca se equivoca”.

Habían transcurrido casi tres meses, entre fin de primavera y comienzo del verano, sin que una lluvia general se precipitara sobre los cultivos anuales, que en su mayor parte ya estaban perdidos.

“Mañana se hace la luna nueva y hay esperanzas de lluvia”, decían unos. Otros esperaban para el cuarto creciente, el más optimista para el cuarto menguante. Y así, se sucedían lunas tras lunas, y las lunas impías pasaban con su carga de agua a lanzarla en lejanas lontananzas.

Mientras los colonos elevaban sus preces al cielo, clamando por el agua salvadora, el viejito del arpa decía: “no va a llover mientras el mburicá no rebuzne en “si”.”

Hete aquí, que una tarde de sol resplandeciente, el mburicá rebuznó en “si”, como decía el viejo paraguayo, y al promediar el día siguiente la lluvia ansiada se precipitó sobre los bosques y sembradíos en abundancia.

¡De cómo el diapasón no es un aparatito que sólo saben utilizarlo los hombres afectos al divino arte de la música!

El cuento  es de 1948. Fernández de la Puente fue el primer presidente de la Junta de Estudios Históricos de la provincia de Misiones, funcionario público, periodista.

Atilio Fernández de la Puente

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