Ramona

domingo 07 de marzo de 2021 | 6:00hs.
Ramona
Ramona

Canasto ancho, grande, pesado. Canasto de mimbre lleno de misterios, cargado de bolsas de ilusiones y sueños.

No se sabe si Ramona lleva canasto o el canasto la arrastra a ella. Con la parsimonia del que no está manipulado por un reloj sino por el sol, que nace por el este y muere por el oeste, se dirige a visitar a sus clientes semanales diseminados en oficinas, casas particulares y negocios del centro de Posadas o alrededores… Nunca muy lejos del puente porque a la caída de la luz solar debe volver a su hogar, cruzar nuevamente el río-lago que antes corría, corría con ímpetu, veloz, ansioso por llegar al mar.

Ramona me trae sábanas, toallas, ropa interior, paraguas, sombrillas, linternas… Ella sabe lo que yo le compro habitualmente. Veo, en algunas bolsas, frutas regionales: mangos, ananás, frutillas. También verduras me trae Ramona, todo lo que puede cargar… Tiene diez hijos y un marido desocupado… Desocupado de un trabajo estable, desocupado de las tareas de la casa. En fin, desocupado de toda ocupación actual, futura o probable. Y son desocupados, a su vez los varones de su casa, sus hijos, tan desocupados que no estudian ni ven que el rancho está por caerse. Pero eso sí: guitarreros y cantores todos, la noche es de ellos.

Ramona es quien, los fines de semana, sube al techo, con sus hijas mayores a arreglar las tejas de madera o a colocar algunas nuevas en reemplazo de las podridas.

Unas semanas atrás, transpirando, cansada, cansadísima, llegó hasta mi puerta, me pidió un vaso de agua fría. Como la vi traspasada de cansancio que hasta parecía enferma, le pregunté sobre su salud. Ella me contestó que le dolía mucho la cabeza, que estuvo discutiendo con el aduanero porque creía que era igual a las otras que traían sobre su cuerpo, apretado con fajas los paquetes de cigarrillos, los celulares; en los corpiños otros objetos tecnológicos más pequeños; en los polleras con grandes bolsillos por dentro, disimulando una gordura que no tienen, cubriéndose con amplias blusas…

“Yo no me animo a hacer eso. Mis abuelas nunca hicieron cosas deshonestas. Mi mamá cruzaba cuando estaba embarazada de mí o de mis hermanos. Yo soy hija del trabajo, de este trabajo… la sangre no es agua. Hoy estaba la Rufina y ésa me hizo pasar a una piecita, como siempre cuando está ella. Allí me miró todos los bultos, dio vuelta todo por mi canasto, me toqueteó todo por mi persona. Me sacó huevos y miel.”

Es triste la historia de vida de Ramona pero “es mismo parte de su vida” como dice ella. La dejé descansar, le convidé un trozo de bizcochuelo que había hecho a la mañana porque, siendo casi el mediodía, supuse que tendría hambre además de sed. Le compré varias cosas, más para ayudarla que por necesidad.

Seguimos conversando como amigas, porque al final de cuentas ya éramos amigas, amigas de vernos una vez por semana por lo menos. ¿No es cierto, Ramona? ¿Somos amigas, verdad?

Y como amigas me duele su sufrimiento, aunque ella diga que no sufre.

Me relató que aparte de darle a la Rufina parte de su mercancía, tenía que “colaborar” en la aduana. Suponiendo que tuviera cien pesos, cincuenta son para el aduanero, quince el pasaje, ida y vuelta, treinta… Le quedan unos veinte pesos con suerte… “Alcanza para la comida” es su conclusión, su resignada conclusión.

Como buenas y antiguas amigas recordamos, algunas veces, que ahora no es como antes. Antes no existía el puente, cruzábamos, paseras y posadeños, en lancha. ¡Qué delicia cruzar casi tocando el rojo líquido en épocas de lluvias, salpicándonos el rostro, en pleno verano con las ventanillas abiertas! Claro, que muchos tenían terror porque guardaban en sus mentes las imágenes de la Pirizal, aquel incendio de la lancha donde murieron más de cuarenta personas en medio de la noche. Estalló la embarcación convirtiéndose en una isla de fuego que ni todo el Paraná pudo apagar. Otros tenían miedo por el miedo mismo nomás.

Ahora ni lancha hay. Está el puente, hace rato está el puente, hermoso puente dicen todos pero algunos también comentan que tiene problemas y por eso muchas veces cortan la circulación para realizar arreglos. Y bueno… por el puente tienen que cruzar las villenas ahora.

¿Y por qué las llaman villenas, Ramona? Y así le decían a las abuelas, a las madres de antes porque llegaban a Posadas de la Villa Encarnación me relata Ramona.

Tantas y tantas cosas me cuenta en cada encuentro Ramona...

Pero ahora también hay un tren, muy lindo, muy rápido que va y viene pero ése es inalcanzable para Ramona y sus compañeras de trabajo, compañeras de vida…  compañeras. Porque quedarían sin comer si cruzaran con el tren.

Hace unos quince días o más que Ramona no viene. Somos amigas pero no sé su apellido y me dijo más o menos el barrio donde vive en su Paraguay querido. ¿Somos amigas? ¿Hasta qué punto si ignoro ese detalle tan importante de su vida?

Invito a mi hijo a dar una vuelta fuera del circuito comercial de Encarnación, pacientemente me lleva en su auto, vamos preguntando, preguntando y preguntando hasta que alguien nos señala una casa a la vuelta de donde estamos estacionados. Vamos hacia allá, contentos. Encontramos su casa. Su familia está en la vereda, algunos conocidos del barrio también. Preguntamos por ella y recibimos una respuesta que jamás esperamos:

— Acabamos de dejarla en el cementerio. Murió ayer.

El dolor me penetró como veneno de yarará circulando por todo el cuerpo. Como si hubiera perdido a mi hermana. Pero ahora al fin descansa Ramona. ¿Alguna de sus hijas seguirá con su trabajo? ¿Realmente la sangre no es agua?

Del libro “Urbana Diaria Errabunda” . Moreno ha publicado “Angeles conviviendo con el síndrome de Rest”, “A la una… a las dos… y a las tres” -en colaboración- entre otros.

Ilustración : “Villenas” del  grupo de arte Pie de Elefante (Sandra Marina Gularte, Sofía D´Amoriza y Marina Monferrán.).  Foto de Nicolás Olinek

Myrtha Magdalena Moreno

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