Encuentro en el más acá

domingo 15 de noviembre de 2020 | 5:00hs.
Encuentro en el más acá
Encuentro en el más acá

Caía el sol rojizo, metiéndose en el bolsillo del oeste en la tibia tarde de

septiembre de San Ignacio. La plaza presentaba sus veredas tapizadas de flores de lapacho. Flores rosas y amarillas, mezcladas con papeles de golosinas y botellas plásticas arrojadas por sus pobladores. En ese espacio incongruente de belleza y mugre, en un banco gastado por el tiempo, lo vio sentado.

    Hacía una semana que el viento norte castigaba sin piedad con sus ráfagas quemantes. Viento de los locos sentenciaba su abuela. Por eso creyó que lo que veía era sólo un espejismo, creado por la brisa ululante que alteraba los sentidos, desfigurándolo todo, enloqueciendo a la misma Madre Naturaleza. Los árboles no sabían si florecer, retoñar o desvestir sus ramas despojándose de las hojas.

   Ahí estaba Horacio Quiroga, con la postura y gesto divertido del dandy. Peinado con raya al medio, traje impecable y zapatos lustrados, cuyo brillo opacaría cualquier estrella. Su cámara fotográfica descansaba a su lado, como un perrito faldero.

    Germán se acercó despacio, conteniendo la respiración, como si el más leve sonido fuere a desintegrar la imagen. Al sentir su presencia, él ladeó un poco el cuerpo, mirándolo de hito en hito, en muda interrogación.

    -A usted lo conozco- dijo Germán con voz temblorosa.

    -Eso espero- respondió con sorna –Hablaría muy mal de usted semejante ignorancia si no conociera quien fui… además, ninguna vida pasa sin dejar huellas. Mi huella es tan profunda, que vivo en un juicio prolongado. Atormentando los sueños de aquellos que aún no saben si trataron con un genio o con un loco. Pero…¿A qué viene todo esto? Si yo no lo conozco y sabido es que siempre fui reacio a hablar con extraños.

    -El tiempo genera en la mente pequeños borrones, jamás olvido. Las vivencias quedan en algún cajón del inconsciente, aflorando ante estímulos inimaginables. Me llamo Germán Dras, sé que el nombre le dice algo, porque puede separarnos cierta corporalidad, algún estado físico, más no la indiferencia.

    -El estado puede ser algo fortuito- respondió Quiroga –Sé de árboles que se han petrificado. Nada es estable, bastaría cambiar el tiempo, millones de años a un segundo o un segundo a millones de años. La ciencia y un acelerador de partículas pueden modificar la historia humana. Si no fíjese el alboroto creado por el descubrimiento del Boson de Higgs… la controvertida Partícula de Dios.

  -Me intriga saber qué hace usted, sentado tranquilamente en esta plaza, vestido como cuando llegó allá por 1903. Siempre pensé que de encontrarlo, estaría embalsamando algún bicho o arreglando las tejuelas del techo de su casa.

    -¡Ay, estimado Germán! – Ese hombre está en la memoria de los que lo han conocido y lo han sufrido. Ahora disfruto de las experiencias que me negué, despojándome del viejo ropaje. Se puede escapar del infierno, cuando uno vive en él. No obstante algunos demonios aún me persiguen.

    -Es asombrosa tal afirmación, creí que disfrutaba del monte, de remontar con su canoa el río, de su pasión por escribir, por lo menos en lo que trasunta su legado literario.

    -Como dije antes, nada es estable, sino mire a su alrededor ¿Reconoce algo de aquellos tiempos? Todo ha cambiado, por qué no lo haría yo, que siempre busqué más allá de las cosas. Investigar también era mi pasión.

    Suspiró, con gran afectación apoyó una mano sobre la otra, levantó ligeramente el mentón diciendo:

    -Mire, si aquel escritor viviera en esta época, sus investigaciones las haría por internet. En vez de cartearse con Escalera, con Norah Lange o con Alfonsina, haría contactos por Facebook. Lo que es peor, sus escritos se leerían en una “tableta”. Tal vez andaría vestido como yo ahora, no sé si sería más tolerante y menos irascible- Sonrió pícaramente agregando –Conociendo su debilidad por las adolescentes, estaría persiguiendo a esas jovencitas que bailan con poca ropa en la estudiantina y defenestrando la cacofonía de los tambores por twitter.

    -Es una lástima, usted ha dejado para deleite de generaciones, sus obras que van de la inocencia de cuentos para niños, al magistral drama de la locura y la muerte.

    -Bien… usted también ha sido un gran escritor ¿Ha recorrido últimamente el Peñón del Teyú Cuaré? Aquello que ha inspirado sus relatos en su libro “Aguas turbias”, ha sido devorado por las fauces del progreso.

Por mucho genio que viva en uno, si no está la trama, la musa, esa motivación que seca la garganta movilizando hasta la última célula que hará parir el cuento; el lápiz languidece entre los dedos. Además dígame ¿Qué relatos haría?

Sobre aborígenes que andan en moto y usan “Black Berry” y paradójicamente luchan para que se les reconozcan como Pueblos Originarios. Sobre el río, cuando sólo es un lago gracias a las represas. Sobre la selva y sus duendes, cuando ya no hay selva ni duendes.

    Quedó mirando a Dras, viendo a través de él como buscando el pasado. Continuó hablando, en su voz un ligero temblor delataba la angustia al evocar el recuerdo.

    -El otro día visité las tierras que pertenecieron a mi amigo Lenoble ¿Sabe que encontré en el lugar de los truenos, el majestuoso Usununú? Ahora, es privado y se llama “Temaikén”. Desde sus siete miradores donde uno creía estar en la cima de la naturaleza y ver el techo selvático hasta el Peñón del Teyú Cuaré y al pie del precipicio, las piedras acariciadas por el río, ahora hay un club con terraplenes de piedras y cemento. Si algo quedaba de aquel escritor, ha huido despavorido a su antiguo infierno.

    Hizo un movimiento con la cabeza, sacudiendo tal vez los malos recuerdos.

    -Bueno, debo irme. Me espera Leopoldo Lugones en las ruinas para ver el espectáculo de Luz y Sonido- Tendiendo la mano dijo:

-Germán, gracias por aceptar mis confidencias. Pude con usted descargar mi enojo por éste desorden, ahora, es más llevadero.

    Soltó la mano sin dejar de hablar: -Le pido disculpas por mi actitud, a veces el diablo me tienta a creer que soy el único entre centenares de miles de individuos ¿Qué otra interpretación puede darse a mi triste final? ¡Que Dios me perdone!

    -Estoy libre de todo prejuicio- respondió Dras-. También vengo del abismo, con el cuerpo más ligero, más no sé si el alma.

Aún nos quedan muchas cosas por hacer, así que hasta pronto, Horacio.

    Tomó su cámara, alisó su impecable pantalón sonriendo con una mueca, no pudiendo precisar si de dolor o de asco. Mientras se alejaba por la vereda nueva y colorida de la Municipalidad, giró sobre sí mismo y moviendo su dedo índice, gritó:

    -¡Me llaman Horacio, pero soy Silvestre!

    La autora es posadeña, pero vive en el Teyú Cuaré. Ha publicado “Palíndrome” –relatos- “Teyú Cuaré Sonata en sol mayor y verde intenso”, “Trampa mortal” –novela- entre otros títulos.

 

Aída Giménez

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