Las visiones de Roberto Arlt sobre el Paraná

lunes 29 de abril de 2019 | 5:00hs.
Las visiones de Roberto Arlt sobre el Paraná
Las visiones de Roberto Arlt sobre el Paraná

Por Federico García sociedad@elterritorio.com.ar

“Hay dos formas de viajar. Una, en naves de recreo, realizando la molesta vida social que imponen los cruceros de placer. Otra, la que he escogido yo, deliberadamente, conviviendo con gente que trabaja a bordo, imponiéndome de sus costumbres, convirtiéndome en casi uno de ellos”.
Quizás sin desearlo, con esas palabras Roberto Arlt planteaba la posibilidad de entender las formas de narrar, o al menos la suya.
Corre julio de 1933. El cronista porteño ha dado fin, al menos por el momento, a su período como novelista, con la publicación el año anterior de ‘El amor brujo’. Como buen flâneur, se asoma al puerto de Buenos Aires “para darse un baño de luz de viajes”, según escribe en un aguafuerte de una serie sobre el puerto para el diario El Mundo.

Se dedica a recorrer el Riachuelo y toda la zona portuaria de Buenos Aires y publica notas en las que describe el trabajo de los astilleros y diques, obnubilado por la poética soledad de las embarcaciones abandonadas a la suerte del crudo invierno o por la melancolía de un ojo de buey atravesado por la luna, los nombres de los barcos, sus colores y formas.

Con fina visión retrata la algarabía de un trabajador marítimo que prepara el almuerzo en una barcaza medio destartalada, la calma con la que un viejo reposa bajo su gorra mientras ceba mate en su lancha, la felicidad fantaseada “de dormir en sus cuchetas tan reducidas como perreras y confortables como casas de muñecas”, y se va configurando así un imaginario del espacio público que es a la vez íntimo.

Semanas después de amalgamarse con aquel paisaje y entusiasmado por un estilo de vida que promete aventuras y nuevos horizontes, Roberto Arlt envía al diario su primera nota escrita desde la popa del Rodolfo Aebi, un buque de carga que realiza su recorrido por el río Paraná, desde Buenos Aires hasta Resistencia, Chaco, y en el cual explorará el Litoral argentino.

El viaje y su relato se caracterizan por un estilo que se aleja tanto de la voz del turista apurado, que cuenta apenas el colorido de los lugares por los que pasa fugazmente pero no su experiencia, como del cronista periodístico, que atestigua las cualidades de las ciudades y su gente.

En palabras de Sylvia Saítta: “Si como periodista escribe mientras viaja y como viajero describe todo aquello que ve, Arlt es, además, el tripulante en un buque de carga, un integrante más de esa microsociedad”, o como dice el propio autor, un “mundo aparte, separado del planeta” formado por quienes trabajan de noche y de día en las labores náuticas. Por lo tanto, como él mismo afirma, su modo de viajar -y de escribir- es precisamente como miembro de esa clase.

En efecto, Arlt se convierte en uno de ellos. Antes de partir se pregunta cómo vive la gente que trabaja a bordo, pero con el paso de los días comienza a practicar algunas labores de navegación, aprende a distinguir los colores del río, comparte charlas de sobremesa. Es un proceso de asimilación que luego le permite trasmitir su mirada al público como si fuera uno más de la tripulación, un testimonio auténtico del discurrir de las aguas del Paraná.

Munido de su máquina de escribir portátil y una maleta liviana, navega por el río y recorre las ciudades en las cuales el buque detiene su marcha: Rosario, Paraná, en la que permanece cuatro días y sobre la que escribe aguafuertes con la mirada del forastero que deambula de incógnito, Santa Fe, de la que no escribe nada, Hernandarias, La Paz, Reconquista, Barranqueras, la que tiene “cafés con luces encendidas y una sola calle asfaltada”, Resistencia, la “ciudad de cine”, Corrientes, un “desierto de cemento y ladrillo” y, al final de viaje, Bella Vista, en Chaco.

El relato es diverso en temas. A veces, Arlt se entretiene en contar el trabajo de la tripulación; en otros momentos, describe la costa y los diferentes escenarios fluviales del recorrido. Cuando el barco se detiene, se mezcla con la gente, escucha historias ajenas e intenta captar en tan poco tiempo los rasgos más característicos de cada lugar.

En este viaje por las aguas del Paraná, a diferencia de los viajes que ya ha realizado o de los que realizará años después, los tiempos están pautados por las escalas del Rodolfo Aebi. Por ello, el escenario que predomina es el del río, interrumpido por fugaces instantáneas de las ciudades entrevistas en rápidos recorridos.
Para un hombre de ciudad como Arlt, un escritor que encontró un estilo narrativo en ese escenario, es todo un desafío la descripción de la naturaleza. Por ello, la observación de este espacio que transita como experiencia de aprendizaje y la reflexión sobre sus rasgos diferenciales desencadenan una escritura en la que el río y sus costas se imponen como referente central.

Ya en la primera nota escrita a bordo del buque, Arlt discute con la imagen poética del río que leyó en la literatura: “Mientras escribo estas líneas, me acuerdo de un poeta amigo mío que está escribiendo un poema y que me confió lo siguiente: ‘Cuando hable del río Paraná, lo llamaré río de plata’. Pues yo estoy navegando desde las 7 de la mañana, y son las 4 de la tarde y todavía no he podido descubrir qué es lo que tiene de plata el Paraná. Color tabaco, quizá, o ámbar gris, ligeramente verdulenco o tierra”.

Entonces se propone narrar el río sin caer en la imagen del “río de plata”. Al igual que en ‘Los siete locos’, donde Arlt metalizó la rosa, en estas crónicas se metaliza el río, pero no con la “plata”, sino con imágenes que se construyen con elementos citadinos de la modernidad industrial. Entonces el Paraná es “una oblicua vereda de movedizas chapas de oro”; cuando oscurece “el agua toma consistencia de pintura al aceite; la vereda de oro se ha convertido en un callejón encharcado de centellantes cuajarones de cristal”, el agua se sacude “con pesadez de plomo fundido que se derrama”.

A veces el río “tiene férrea apariencia de hierro colado”, otras “parece un camino de espejo que serpentea al pie de una montaña, al pie de cuyos contrafuertes verticalmente ondulados el agua se muere quietamente, mientras los cuervos describen largos giros soslayando el aire con sus negras alas oblicuas”.

Cuando llueve, “el agua parece espesa, lacia, ‘mojada’. El buque deja tras sí una curva enorme de líquido emulsionado, tabacoso, amplio como la pista de un autódromo. Por momentos las costas desaparecen, se tiene la impresión de navegar en un mar ceniciento; luego las orillas se presentan otra vez imprecisas”.
Roberto Arlt, escritor, inventor, periodista, tripulante, turista, se refiere a lo que ven sus ojos con una “visión cinematográfica” pero con interés humano que define la potencia y las posibilidades del observador antes que las cualidades de lo observado, y al mismo tiempo deja una imagen viva del Paraná que permite a los lectores viajar por sus aguas.