Guardianes de la noche

domingo 05 de julio de 2020 | 5:30hs.
Guardianes de la noche
Guardianes de la noche

ecuerdo con tanta claridad lo que sucedió ese día, como si fuera ayer. Y esta tormenta que ahora está cayendo sobre la ciudad me llevó automáticamente a pensar en la experiencia más tenebrosa que pude vivir y la que con el paso del tiempo se vuelve cada vez más viva.

Todo empezó como una simple charla entre amigos a medianoche, con la lluvia de fondo cayendo en el techo de zinc, y el reviro* al fuego. La frase que más acecha mi memoria de aquel día es la de Tito diciendo: “Esas cosas no existen, son pura habladurías...” 

La lluvia había cambiado los planes a última hora, por lo tanto, decidimos quedarnos a compartir un reviro, y entre charlas y las cartas que se ponían arriba de la mesa con un “¡Quiero retruco!” gritado con euforia como quien se acaba de sacar la lotería, fue que el Pela empezó a decir:

—Ojalá tenga esa guita alguna vez —señalando un diario en donde estaba Lennon—. ¿Se imaginan tener esos millones? No trabajás más, no te preocupás más, y vivís la vida de un rey.

De inmediato Tito le cortó aquellas palabras con su moral de: — ¿Pensás que él no se rompió el lomo laburando?—, esas cavilaciones fueron cortadas a su vez con un “¡Quiero vale cuatro!” que gritó el Flaco desde la silla que tambaleó a la par que se levantaba y apoyaba las palmas sobre la mesa, en tono desafiante. La noche seguía su curso, entre risas y anécdotas hasta que nos pusimos a comer, y allí el Pela retomó nuevamente la conversación. En su expresión se mostraba algo ansioso por contar un secreto. El Flaco, que lo conocía mejor que nadie no esperó para preguntar qué sucedía, y le dijo que soltara todo de una vez.

—Es que el otro día cuando volvía de la cancha, vi en el descampado algo que brillaba en la tierra, se parecía al fuego, pero no quemaba nada. Y al costado se encontraba una silueta que estaba estática —relató el Pela y en ese instante se nos ponía la piel de gallina—, era como una sombra que indicaba un lugar, justo debajo de un árbol de mango. Estaba todo en penumbras y solo la luz de la luna me dejaba ver eso que relucía. En un momento quise ir, pero tuve un poco de miedo, entonces dejé nomas...

Nuestras miradas de asombro y complicidad pedían que continuara su relato. Entonces, él sorbió el mate cocido y prosiguió, sin romper el clima que se había creado en la sala.

—Estuve preguntando por ahí, y según dicen se trata de un asombrado que indica un tesoro oculto en un kambuchi*. Al parecer quería mostrarme donde está enterrada la fortuna.

—¡Y vamos ya! —sentenció el Flaco mientras se perfilaba a la puerta. Pero fue la risa de

Tito lo que realmente nos asustó. Parecía poseído por mil demonios. Después de un rato de no poder conectar dos palabras sin parar de reírse, espetó:

—¿No me digan que creen en eso? Pensé que habían crecido... Esas cosas no existen, son pura habladuría...—. Al decir esto último se quedó en silencio, recomponiéndose de las risas. Hasta que el Flaco, enojado, inquirió ir en ese mismo instante.

Yo tenía un poco de miedo, pero si íbamos todos no podía echarme para atrás. Pela fue el primero que aceptó, lo seguí yo y por último asintió Tito, incrédulo y de mala gana, soltando un bostezo como quién pierde su tiempo.

El lugar indicado quedaba a un kilómetro de donde estábamos. En el descampado antes había una casita, pero fue abandonada hacía tiempo. Caminamos por un sendero estrecho y enfangado por el barro, la lluvia seguía cayendo, aunque había mermado bastante. Yo llevaba por las dudas un anillo de oro atado a un hilo rojo, por si no encontrábamos el lugar, eso lo había escuchado de las historias que contaba mi abuela.

Al aproximarnos al sitio la sonrisa de Tito se fue transformando en signos de preocupación. Cuando al fin llegamos, el Pela indicó el árbol de mango en donde aquel espectro había indicado el tesoro que cambiaría nuestras vidas. Nos apresuramos a desenterrar. El Flaco con la pala en mano reía, en parte por el nerviosismo mezclado con el miedo, y en parte por la travesía que estábamos llevando a cabo. Por mi parte, el temor recorría por mi espina dorsal de arriba abajo.

Las primeras paladas fueron acompañadas de una gran alegría. Nos íbamos pasando la pala a medida que nos íbamos cansando. Para ese entonces la lluvia volvió a caer pesadamente. Pero lo que siguió después de aquellas risas solamente lo pude compartir con los que estábamos allí.

Ya habíamos hecho un pozo bastante profundo, cuando Tito empezó a observar algo extraño. Una silueta comenzaba a moverse entre los árboles, sentíamos una presencia, pero no podíamos ver por la falta de luz. Se cruzaba tan rápido que apenas podíamos seguirle el rastro. Estábamos seguros de que “aquello” no era de este mundo. Y en la penumbra escuchamos el grito del Pela, que ya estaba con la mitad del cuerpo metido en el pozo. Fue tan estrepitoso y sombrío, que hasta el día de hoy, mientras escribo esto se me pone la piel de gallina con solo recordarlo. Solo alcanzamos a escuchar un “¡Vámonos ya de acá!” y empezamos a correr desesperadamente.

 

Perfil

 

El Pela tiró la pala, mientras abría camino entre los yuyales. En ese mismo momento ocurrió lo peor. Tito, que se había quedado unos pasos más atrás, escuchó unas voces que atravesaron sus oídos, sonidos más antiguos que el tiempo mismo, más profundos que el centro de la tierra. Se quedó inmóvil hasta que el Flaco lo hizo reaccionar con un empujón a la vez que decía “¡Dale!, corre que esto está maldito”

Apenas nos alcanzó las piernas en la carrera que hicimos hasta llegar a la casa. Allí notamos que todo había cambiado para siempre entre nosotros, porque desde ese día Tito se quedó en un viaje sin retorno consigo mismo. Solo murmuraba algunas palabras como “salgan de aquí”, “no vengan a molestar nunca más estas tierras”, “este tesoro no les pertenece”, “somos los guardianes de la noche”.