2022-12-24

Como besa la vida

Aquella mañana del 24 de diciembre me levanté al escuchar el gorjeo de los jilgueros, despertadores festivos cerca de la ventana. Me aseguré de dejar la puerta del dormitorio apenas entornada. Pepe aún dormía. Al llegar a la cocina cargué la ración de alimento en el plato de nuestro perro.  Él había sido un regalo que nos hiciera nuestra nieta Lucía, hacía ya un par de años. Preparé la yerba con los yuyitos de mi amiga, la paraguaya de la feria, y me dispuse a tomar unos mates, mientras tragaba mis pastillas de la presión. Comencé a escudriñar el celular.

    Gabriela llegaría de un momento a otro para hacerse cargo de Pepe. Mientras tanto yo saldría a realizar las últimas compras para la cena de la noche. Ya habíamos dispuesto la casa en los días anteriores, hasta me animé a realizar unos adornitos nuevos para el arbolito. Fue Gabi quien me indicó cómo buscar un tutorial en internet, facilitándome las cosas. Estábamos orgullosas con los resultados.  Hasta nos hizo el obsequio adelantado de un pesebre pequeño y de un Niñito Jesús, que por ahora yacía envuelto en papel de seda. Cuando concluimos con todo, mi Pepe, nos aplaudió desde el sillón.  Nos reímos los tres. Mi esposo lucía tan feliz como un niño con juguete nuevo.

    Retorné a mi presente frente al wasap, donde el dibujo de mi sonrisa se esfumaría muy rápido. Allí había un mensaje de Cecilia, mi hija. “Mamá, imposible viajar hoy. Me suspendieron el permiso en el trabajo. Quizá para el año nuevo. Los voy a llamar en Navidad.  Los amamos mucho”.

    Por un segundo quedé con mi mente en blanco. Evoqué a mis otrora pequeños hijos: Cecilia y Hugo. Ambos acompañándonos a la misa de Nochebuena hacía ya más de treinta años. Las cenas, los regalos... Los buenos deseos a flor de piel. 

    Mis niños se hicieron grandes.  Y los vimos irse volando del nido para vivir sus propias vidas. Ambos formaron pareja. Al poco tiempo llegó la primera nieta, Lucía, obsequiándonos una alegría renovada que parecía perdida.  

    Más tarde Hugo anunció que se mudaba con su esposa al exterior, que les había salido un buen trabajo que… Lo asumimos como pudimos, sabiendo que esa era la gran oportunidad para salir adelante. Promesas de encontrarnos hubo muchas. La realidad fue que hacía ya tres años que no los veíamos. En ese tiempo había nacido fuera del país, nuestro segundo nieto.

    A duras penas nos acostumbramos a la situación. La vida transcurría a través de fotos, de video llamadas. Me consolaba la presencia de Cecilia y su familia que no dejaban de visitarnos, ya que a nosotros ese trámite se nos estaba dificultando por la edad. Tres horas y un poco más desde Posadas a nuestra casa, en definitiva, eran mucha distancia. Por aquel entonces, mi Pepe aún no olvidaba.

    Sin embargo, después de la pandemia, mi esposo ya no fue el mismo. En el último tiempo los olvidos sucedían con mayor frecuencia, teniendo además dificultades para valerse por sí mismo. En las tardes yo intentaba devolverle algunos recuerdos. Él hacía un esfuerzo. A veces recordaba, otras se quedaba ensimismado y me miraba con los ojos perdidos. ¡Vaya a saber por qué caminos andaba su mente en aquellos momentos!

    Cecilia no vendría. Rápidamente decidí qué hacer. Gabriela llegó unos minutos después. Le conté lo que sucedía y también sobre mi decisión de que pasaríamos la Nochebuena solos. Ella tuvo la deferencia de invitarnos a su casa. Pero no acepté. Le dije que aprovechara el día con su gente, que yo me arreglaría con mi esposo.

    La media mañana nos encontró, a Pepe y a mí, sentados con el termo y el mate frente a la Parroquia San Nicolás de Flue, mirando la plaza adornada de campanas, de velas gigantes, de motivos navideños.  Una niña, que se deslizaba en su patineta, llamó nuestra atención.

–     Mira, María, ¡qué equilibrio tiene Lucía! – dijo Pepe.

–     No, no es Lucía, Pepe. Es otra niña – respondí.

    Caminando lentamente subimos por la explanada del costado. Allí fuimos hasta la Capilla de Adoración Eucarística. Él se sentó, yo de rodillas hablé un poco con Jesús y lo saludé por su cumpleaños. De vuelta en la plaza se me ocurrió una idea. Me dije ¿Por qué no? Y pedí un taxi con celular en mano.

    El mediodía nos halló, esta vez, sentados en la mesa de una famosa pizzería de la ruta 12. Pepe recordó entonces, para mi asombro, que quizá le hiciera mal la salsa de tomates o el queso. Le respondí que hoy nada nos haría mal porque era Nochebuena. Él sonrió. Tuve que convencerlo para que le dé el bastón al mozo, que el muchacho se lo guardaría… Finalmente aceptó. 

    Mi Pepe comió con avidez. Le recordé que no estábamos en casa que se limpiara la comisura del labio con la servilleta de papel, no con el mantel. Se dejó llevar por todo lo que le decía. Estaba contento y disfrutó el momento diciendo:

–     ¡Es la pizza más rica del mundo!

    El mozo me entregó el sobrante en una caja de cartón. Nos quedamos esperando el taxi. Mientras tanto una mujer guaraní, sentada en el suelo a un costado del estacionamiento descansaba con su bebé en brazos. En derredor una niña de la edad de nuestra Lucía, hurgaba en una bolsa de plástico.

No bien hubo arribado el taxi, el mozo nos hizo una seña. Al llegar hacia donde estaba el coche, Pepe me arrebató la caja y entregándosela a la pequeña le dijo:

–     ¡Es la pizza más rica del mundo!

    La niña, asombrada tomó rápidamente lo que se le ofrecía. Su madre dijo:

–     Ñande Yara rovazavá

    Pepe se persignó. Y subimos al auto. No hablamos en el camino de vuelta. Mi esposo repetía casi en un murmullo la frase en castellano de aquella mujer… “Que Dios te bendiga”. A mis ojos asomaron un par de lágrimas, porque comprendí que la bendición de Dios la teníamos todos los días y a pesar de todo.

    Al llegar, no fue necesario revolver mi cartera para encontrar las llaves. La casa estaba abierta. Pepe, bastón en mano, de pronto pegó un grito de felicidad. Lucía, nuestra nieta, apareció corriendo y yendo a su encuentro. Lo abrazó tan fuerte que el cayado de mi Pepe voló por el aire, como debe haber volado el de José al ver al Niño Jesús. 

–     ¡Vinieron …al fin! – dije yo sin saber realmente qué decir.

    Y desde la casa fueron saliendo todos, no solo Cecilia y su esposo también Hugo con su mujer y mi nuevo nieto.

–     Todos, mamá, todos – dijo Hugo mientras me besaba como besa la vida especialmente en Navidad y en familia.

Carmen Irene Vera.

La autora es de Puerto Esperanza, Misiones.

3° Premio del X Concurso Nacional

de Cuentos Navideños de la

Fiesta Nacional de la Navidad del Litoral 2022

 

 

 

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