2022-09-04

Grupo literario

Pero decime qué te parece, sin lástima, sin temor a las ofensas porque, después de todo, lo que está en juego es la ficción narrativa, y en ese plano nada puede ofenderme, decía Mauricio mientras miraba los ojos de su viejo amigo que ahora se transformaba en crítico de literatura. Y yo miré el texto de reojo como quien no quiere la cosa, casi evitando el contacto directo porque temía sumergirme demasiado y ahora también ser parte de ese juego literario donde el amigo que escribe te pone en esa posición de calificar lo que para él es arte. Rogelio leyó despacio, con calma, respeto y atención, como si se tratara de la escritura que revelase su existencia. De tanto en tanto se lo veía sumergido, interesado y levantando las cejas frente a esas palabras que se le venían encima mientras el barría con los ojos apresurados casi intentando devorar la escritura de Mauricio.

Habituábamos las paredes impregnadas de olor a humedad, tabaco y sopa, las mesas y baldosas cuadriculadas de este barcito roñoso desde hacía al menos 40 años, yo estaba harto y ellos también, pero nuestra amistad añeja y curtida por tantas idas y venidas era así, y nadie decía nada porque nos educaron para no hablar, sino para disfrutar del silencio y de las palabras arrugadas en nuestras gargantas. Siempre teníamos sed, eso sí, los tres bebíamos al unísono, no sé si para apurar el silencio, o para precisamente hidratar esas palabras y emociones que estaban ahí pero no.

Me gusta, expresó Rogelio, a la par que dejó el papel fino y medio amarillento sobre la mesa engrasada y pegajosa de este bar que hacíamos nuestro. Me gusta porque habla de las cosas que nosotros no, y porque es tu arte viejo, esto es así, te vas a los bifes y está bueno. Mauricio lo miró con los ojos iluminados, como un niño que espera los halagos de los adultos con los que crece, esperando la aprobación, y agradeció, no sé si el acto de escritura o precisamente la aprobación de nuestro amigo que de vez en cuando también escribía. Ellos compartían eso, la palabra no dicha, pero escrita. En el fondo yo también tenía mucho -tengo- para decir, pero me parece un poco maricón escribir. Nadie sabe que tengo varias páginas de una novelita pequeña que pienso publicar en algún momento antes de partir de este plano, no sé si por la necesidad de dejar alguna marca de mi paso por el mundo, o porque creo en la escritura como acto de purga y alivio, es igual que el llanto, otra actividad que por costumbre reprimo porque así nos enseñaron y yo he sido un niño muy bueno y obediente, ahora soy eso de adulto.

Tiene tinte argentino, una prosa limpia que corre, bastante contemporáneo, Rogelio seguía explicando el por qué del gusto y el otro necesitaba más halagos y precisiones de su escritura, como si su propia percepción no bastara. Mauricio sintió la palma fuerte pero cálida de Rogelio que le animaba en la espalda. Ambos sonrieron y seguimos bebiendo en una nebulosa de tragos amargos y dulces y la música, embebidos en la embriaguez de ser y no estar, lo placentero de irse, me dije y sonreí mientras los miraba a ellos como si yo no estuviese presente. Como si no se tratase de mi propio relato que se escribe sólo desde que ellos no están, como si no viniese a estas paredes con sus olores cada mañana para rememorar y escribir desde el recuerdo con sabor a melancolía, espera y dolor. Como si la escritura ficcional bastara para hacerlos reaparecer.

Escucho los pasos de ese alguien que viene hasta mi mesa, y como no queda bien que un hombre de 70 años escriba, hoy los dejo acá. Avísenme si los ven, siempre andan juntos.


Mara Luft, estudió Profesorado y Licenciatura en Letras en la UNaM. El relato ha sido publicado en su blog, Rizoma.

Mara Luft

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