2022-08-07

¡Dale, Franja!

¡Dale, Franja!, ¡dale, Franja!

Juani escuchaba el canto alentador al tiempo que, con apuro, terminaba de atarse los cordones de los botines.

_ Campeón, vos sos mi alegría

la pasión de Villa Sarita…

Esa mañana de sábado, el apuro por llegar a la cancha se triplicaba porque entraría de la mano de su abuelo Felipe, quien fuera ídolo en el club jugando al fútbol, hacía ya un montón de años.

Mientras Juani entraba corriendo al pasto, Felipe saludaba a quienes lo recordaban con admiración. El silbato del árbitro dio comienzo al encuentro que definía el pase a cuartos de final del campeonato y la pelota comenzó a girar.

Habían pasado largos quince minutos, cuando lo que ya se sentía como un partido desastroso hizo eco en la tribuna:

_ ¡¡¡Noooooo!!! ¡Sos de madera! -gritó un padre a su hijo.

_¡Que lo saquen al siete! -vociferó la tía Aurora.

_¿A dónde creés que vas con esa pelota? ¡Corrééé!

Pedro, Juani y Martina se miraron desesperados. A la presión de tener que ganar sí o sí, según la arenga del profesor, se sumaban las voces de los padres que sonaban terriblemente enojadas.

Corrían los primeros treinta minutos cuando un choque de Joaquín y Juani en medio de la cancha hizo estallar a la tribuna que casi, casi se agarra a golpes de puño.

El árbitro pidió calma y en cuanto se recuperaron los jugadores, algispray de por medio, el partido siguió rodando.

Petróleo, el perro callejero que festejaba los goles con potentes ladridos, hoy se encontraba callado y triste, observando el espectáculo detrás de un arco.

Los loros que anidan desde hace años en lo alto de los reflectores que iluminan la cancha decidieron salir a volar para que sus hijos no tuvieran como ejemplo el mal juego. No el de los chicos, que en verdad era paupérrimo, sino el de los padres, al que las plumadas aves verdes no podían entender.

Un cero a cero final fue seguido de lágrimas y mocos de los que no podían contener su frustración. El cielo se veía encapotado y a punto de quejarse también con algún trueno lejano.

Felipe entró a la cancha con los brazos en alto pidiendo atención. Algunos se sorprendieron; otros, como Juani, sólo se sonaron la nariz con el borde de la remera. Petróleo se acercó cabizbajo, por miedo a las caras amargadas.

_ ¿Cuál es el sentido del juego si no disfrutamos jugar?, -preguntó Felipe mirando fijamente al profesor y a los padres- ¿solo competir?

Las primeras gotas de lluvia podían escucharse caer en medio del silencio que llenó el estadio. Los loros volvieron a sus nidos.

_ Con violencia no se puede jugar, y con miedo tampoco.

Felipe hablaba tomando de la mano a su nieto; despacito se le fueron acercando Martina y después Pedro. Algún padre y la tía Aurora comenzaron a sonrojarse.

_ Violencia no es sólo un golpe de puño o una cachetada; son también las palabras -sentenció el abuelo.

_ ¿Podemos jugar quince minutos más para definir el partido? -pidió Pili que adivinaba un cambio de actitud en la hinchada.

_ Sin insultos y con muchas ganas -determinó sonriendo Matu.

El tiempo adicional marcó historia en los jugadores. Nadie recuerda el resultado ni la cantidad de goles, pero sí lo brillante que se veía la pelota, en cada pase bajo la lluvia.

Evelin Rucker

Este cuento es uno de los diez que componen el libro “Helado de chocolate”. La autora es docente, crítica literaria, integrante de la Asociación de Escritores de Literatura Infantil de Misiones. Ilustración: Carburadores.tv

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