2022-07-17

Multipremiada

Un vaso medio vacío de vino es también uno medio lleno, pero una mentira a medias, de ningún modo es una media verdad. - Jean Cocteau

Ernesto sufría en silencio viendo a su abuela deteriorarse con el paso de los días. Después de aquella fatalidad, Gloria comenzó a levantarse cada vez más tarde, había días en los que no abandonaba la cama. Miraba la televisión y se angustiaba con las cifras de muertos por coronavirus; noticias que le arrebataban por completo las pocas ilusiones de volver a salir a la calle.

Todas las mañanas, con paciencia y una sonrisa esperanzada, Ernesto le llevaba el mate con masas a la cama. Hablaban hasta agotar todos los posibles temas comunes y, por esa realidad del encierro, el resto del día contenía un insalvable silencio.

De vez en cuando, Gloria observaba la foto de su hija que se hallaba sobre la mesa de luz; era en ese momento que sus ojos se vaciaban, parecía ausente, absorbida por una dimensión paralela donde quizá la abrazaba y le decía que suspenda ese viaje. Tal vez así, la mamá de Ernesto se hubiera salvado de ese accidente fatal y seguiría con ellos. Esos hubiera, quizás, tal vez, no son buenos cuando se acaricia una incipiente depresión.

Cuidar a la abuela era esencial para Ernesto en aquellos días. Era su única familia y nada deseaba más que volver a escucharla reír a carcajadas, verla sonreír, maquillarse con paciencia frente al espejo. Gozaba de buena salud física, era una señora de 60 años, jovial, alegre, lozana, que solamente atravesaba un duro trance frente al duelo por la pérdida de su única hija; sumado a las restricciones de aislamiento social que le impedían distraer su mente con salidas cotidianas.

Fue un domingo cuando Ernesto, en una especie de oportuna serendipia, encontró una carpeta con casi un centenar de cuartillas escritas a mano.

—Abuela, ¿Esta es la historia que vos estabas escribiendo sobre tu llegada a la Argentina? ¿Por qué no la terminas y la publicamos?

—Ay mi Ernesto, estás loco, cómo voy a publicar eso.

—¿Por qué no? Abuela, siempre que contás tu historia todos te dicen que deberías hacer un libro. ¡Bueno, hacelo! Yo te ayudo, tiempo nos sobra.

La idea, que en principio le resultó irrisible, comenzó a colmar de luz el rostro de Gloria. A medida que pasaba las hojas y releía algunos párrafos, crecían sus ilusiones pensando en aquello convertido en un libro de su autoría, con su nombre en la tapa.

Los días retomaron el color de la voluntad. Gloria se levantaba temprano, preparaba el desayuno y le dictaba a Ernesto mientras él tipeaba con fruición en la computadora portátil. Se detenían a veces para reír repasando algún párrafo. La abuela le dictó un final que ya estaba escrito en su corazón; el cierre que quería darle a esa novela autobiográfica. El libro, con la historia de su llegada al país y las peripecias de los primeros años, estaba concluido. El único momento triste de esas horas fue cuando ambos acordaron no escribir sobre esa muerte que aún les quemaba el pecho.

El horrible desenlace de este relato inició con una mentira; una mentira que fue concatenándose a otras y donde cada una sostenía febrilmente a la anterior.  Volver atrás era imposible.

Ernesto había hablado con algunos editores de la ciudad y les había mostrado el manuscrito. La respuesta era siempre la misma: que eso no se podía publicar, que era trillado, que carecía de valor literario, que no se iba a vender, que estaba plagado de errores gramaticales y de estilo. No sabía mucho del universo de las editoriales, pero ya comenzaban a causarle repulsión.

Decidió que lo iba a publicar con su dinero, todo por la sonrisa de la abuela, tomaría un préstamo del banco; le habían dicho sobre la existencia de pequeñas imprentas que editan libros para autores a los que llaman autogestivos. Gentes que sin mirar demasiado el libro lo imprimirían por un módico precio, con ese código de barras y todo. Elaboró una pequeña mentira para ilusionar a su abuela. Creando una cuenta de correo electrónico con el nombre de una editorial falsa, le hizo llegar la noticia:

“Felicidades, Gloria P., hemos leído su manuscrito con gran deleite. Su historia nos ha resultado conmovedora y consideramos que debe ser leída por el público. Es por eso, que decidimos imprimir una tirada inicial de 500 ejemplares de su obra que le serán enviados por correo desde Buenos Aires.

Adjuntamos un contrato digital que deberá firmar, rellenar con sus datos, escanear y reenviarnos.

Esperamos esta noticia la encuentre bien y le enviamos un cordial saludo”.

Gloria lloraba de emoción mientras leía esas palabras en el monitor, invocaba a todos los ángeles y santos por estar haciendo realidad el sueño de toda su vida, eso que creía imposible. Llamó con alaridos eufóricos para darle la noticia a un Ernesto que en la habitación contigua sonreía orgulloso por su acción.

Ernesto imprimió el documento PDF que él mismo había confeccionado, se lo leyó con alegría y le indicó donde rellenar y firmar. Mientras tanto, en la imprenta local, ya salían los ejemplares de la novela de Gloria pagados por él.

Después de una etapa de tanta oscuridad, angustia, duelo y soledad, verla así de feliz, así de brillante, cocinando, cantando mientras lavaba los platos, poseída por una alegría inusitada, era lo que definía la felicidad para aquel nieto. Quería verla siempre así y haría todo lo necesario para mantener esa felicidad.

Se abrazaron y lloraron de emoción al sacar de la caja que dejó el correo un ejemplar del libro, Gloria lo apretó fuerte contra su pecho y agradeció a Dios. Se sentía valorada, sentía que su vida adquiría un nuevo sentido.

Hacer la presentación del libro con público era imposible por las restricciones sanitarias, pero Ernesto se las arregló para filmar un video y subirlo a YouTube donde su abuela entre lágrimas y extensas sonrisas narraba el libro y leía algunos capítulos desde el living de la casa.

Miraban juntos el Facebook. Familiares de otras provincias comentaban las publicaciones con admiración, dejándole mensajes de éxitos y buenos augurios. Excepto por una mujer que escribió: “¿Un libro vos, Gloria? Qué simpático, escribir nunca fue lo tuyo.”

—¿Y esa quién es, abuela?

—Fue mi compañera en el secundario, muy inteligente, escribió varios libros…

El rostro de Gloria volvió a tornarse oscuro, como los días previos al libro, dijo algo más sobre que seguramente esa mujer tenía razón, que su libro no tenía ningún valor. De hecho, más que sus familiares y amigos, no había tenido ninguna trascendencia. Le preguntó a Ernesto si se vendieron los ejemplares que había dejado en consignación a la librería, y este le contestó que sí, que todos, que un gran éxito, que en la pandemia la gente lee más. Y se las ingenió para ir haciendo desaparecer los libros de la casa.

Comenzó a investigar, motivado por el odio, a esa mujer que arruinó el semblante de su abuela. Era efectivamente escritora, magíster en letras, y sus publicaciones eran continuos e interminables reconocimientos y certificados.

Decidió que su abuela también tendría premios que exhibir en su perfil, un poco de Photoshop y en una hora estarían listos, los haría bajo nombres de entidades imposibles de comprobar. El que le imprimió los libros le había dicho que hay un millar de grupitos literarios inventados, que se fabrican un logo y se lo ponen a todas las cosas.

Fue así como diseñó logos de grupos literarios internacionales, fundaciones literarias, todas fuera de Argentina. Para ese entonces ya contaba en su haber una decena de casillas de correo falsas. Un nuevo reconocimiento aparecía en la bandeja de entrada del correo electrónico de Gloria cada semana: “Mejor novela histórica” “Mejor autobiografía novelada” “Premio al mérito literario”. Seguramente se estaba excediendo, pero ver a su abuela sonreír tan incrédula como llena de gozo, lo hacía sentir profundamente feliz. De alguna peligrosa manera, la vida de Ernesto también había adquirido un nuevo sentido.

Cada tanto, Gloria publicaba sus falsos certificados en el perfil de Facebook y se quedaba frente al monitor esperando los comentarios y likes que siempre llegaban a raudales. Amigos y otros escritores la felicitaban, le preguntaban donde podían conseguir el libro. Ella contestaba orgullosa que se agotaron, que el éxito, que ahora la editorial está imprimiendo una nueva tirada más numerosa.

Gloria se hizo de una renovada red de contactos relacionados con la literatura, la invitaban a encuentros literarios virtuales para los que su nieto tuvo que enseñarle a usar el Zoom. Leía fragmentos de su obra y absolutos desconocidos la aplaudían y felicitaban tal como lo hacían con todos los miembros. Nadie juzgaba qué era o no literatura. Se trataba de sentirse importante, a esas instancias avanzadas de la vida, miembro ilustre de la sociedad por pertenecer a este o aquel grupo cultural. El encierro de la pandemia con todo este contacto virtual se volvió llevadero.

Después de varios meses, paulatinamente se retomaba la presencialidad, ahora Gloria salía a la calle a recibir los halagos de vecinos y las preguntas de sus curiosas amigas. Motivada por varias personas, le pidió a Ernesto lo que él ya presentía. Quería hacer la presentación oficial de su libro, con público, en un salón cultural, con servicio de catering, micrófono y todas esas cosas. Con todos los reconocimientos que había cosechado seguramente no le costaría conseguir montar una presentación de buen nivel.

Su nieto le respondió con un gran sí, que lo harían, todo por verla feliz, que le diera tiempo, que los ejemplares se habían agotado y debían llegar más.

Fijaron lugar y horario. Con el mismo talento empeñado para la confección de los certificados apócrifos, Ernesto hizo un llamativo flyer de invitación al evento. Fue al departamento de su amigo a buscar los libros que había escondido. En el salón más opulento de un museo céntrico, estaba todo listo para iniciar la presentación. Gloria lucía su mejor vestido y todas las alhajas que una señora puede llevar, tal vez más que eso. Maquillada como nunca, junto al policía a cargo de la seguridad del museo, recibía en la puerta a sus invitados. Reconocía a quienes hasta hace poco solo había visto a través del monitor y el vínculo que habían creado se sellaba al fin con el acto de conocerse en persona.

La titular de un reconocido grupo literario ofició como presentadora. Sentada en la mesa junto a la autora, comenzó a desplegar un discurso -seguramente asimilado por sus funciones- que le permitió emocionar al público a pesar de que apenas conocía a la mujer y ni siquiera había leído el libro. Al concluir, los presentes -más de cincuenta personas- aplaudieron enérgicamente haciendo sonrojar a la flamante escritora.

Una casi imperceptible lágrima de felicidad rodó por la mejilla de Ernesto. Estaba parado en la esquina final del salón, cerca de la puerta, con una cámara de fotos, disfrutando con todo su ser de todo aquello.

Llegado el turno de la novel autora para tomar el micrófono y hablar, una profunda voz femenina se escuchó desde la entrada a la sala:

—¡Todo esto es una gigante mentira! Gloria P. es una farsa absoluta, no sabe escribir, los grupos literarios que le dieron supuestos certificados no existen y todos sabemos bien que la editorial que “la eligió” no publica autores sin cobrarles. Por favor… Terminemos con estos engaños. Imprimir un libro no te convierte en escritora. 

Ernesto sintió que se le aflojaban las piernas y un fuerte calor ascendía desde sus pies hasta llenarle la cara a medida que escuchaba las palabras de esa horrible mujer, la del Facebook, era ella. El resto de los presentes murmuraba, algunos hasta emitieron una risa burlona. Todos observaban ahora a la autora en busca de alguna reacción. Gloria, soltando el micrófono, se llevó la mano derecha al pecho mientras su frente se fruncía en profundos trazos de dolor. Su brazo izquierdo colgaba inerte, le estaba dando un infarto.

Al nieto le tomó solo unos segundos decidirse. Miró al policía parado en la puerta, le arrancó el arma y antes de que la indeseable invitada pudiera decir algo más, le vació el cargador en el pecho.

 

Inédito. Silva es presidente de la Sade Misiones. En 2016 publicó Pasiones reveladas (poemas)

María Belén Silva

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