2022-04-10

¿Para qué sirve?

Es así, me dijo y dibujó un cuadrado con sus dedos índices: “nunca trabajó, no sabe hacer nada”. Cacho acababa de pasar, mentón elevado, vista al frente, ancho de ancas, luciendo alhajas doradas en vez de charreteras. Sin dudas, envidiaban el uso galante que le daba a su tiempo.

Llegué tras él, me ofreció pasar o conversar en el patio, opté por el aire fresco. Acomodó su sillón plegable, como buscando estabilidad en la panza del Fokker F-28 (FAA), carreteamos por la pista del barrio, el decolaje fue prolijo. Se mostraba sereno, en cambio yo, sudaba frío, no sabía qué iba a descubrir tras romper el manto de neblinas.

Amenizando el vuelo desanduvo su historia. Ansiaba ser baterista. Raúl (GNA), su padre, le dio dos opciones, trabajar o estudiar. En Buenos Aires, por intermedio de su tío (ARA) se incorporó al EA, con catorce años de edad como “menor no instruido”. Con una familia “en armas” su destino no podría ser otro.

Las islas estaban cerca, pero ni se inmutaba, tenía instrucción militar y a sus veinticinco años una condición física envidiable. A mediados de enero de 1982 su grupo había redoblado los entrenamientos en prácticas de combate. Raúl Ricardo Acosta “Cacho” pertenecía a la gloriosa Compañía de Comandos 601.

En las islas, la percepción del tiempo se distorsionaba, los años previos a la prescripción adquisitiva de la posesión colonial, parecían vivirse en cámara lenta.

Desde Puerto Argentino, pudo “hablar” con Deidamía. Aquel 2 de abril, un radio operador se comunicó con una emisora radial de Comodoro Rivadavia y desde allí a Misiones, su familia vivía frente a ENTel. Los intermediarios transmitían el mensaje:

- Se está comunicando con usted desde las Islas Malvinas.

- ¿Pero está loco? ¿Qué hace allá?

- Tuve que venir, es mi deber. ¡Feliz cumpleaños mamá!

Difícil de olvidar el cumpleaños de una madre, y el inicio de una guerra, que solo dejó huérfanos. Días después, una explosión lo aturdió. Su compañero fue alcanzado por una esquirla de treinta centímetros, que le arrancó de cuajo la zona abdominal, sus piernas, en el último arrebato químico-neuronal seguían queriendo escapar. Cacho recibió esquirlas pequeñas que afectaron sus piernas, entre la tibieza de la sangre y el olor a muerte, se reconoció vivo y recordó a su madre.

En el pueblo, su padre recibía correspondencia, se alistó para salir y fue a visitar a Germán Villalba, su amigo:

- ¿Qué pasó Raúl?

- Parece que al negro lo mataron. Dijo con nerviosismo, sacudiendo el sobre.

Los haberes eran cobrados por los familiares. En la guerra las muertes valen más que el dinero, las vidas no tienen precio. En el sobre, dinero, en la guerra un hijo.

Fue prisionero en las islas y uno de los últimos en volver al continente. Lo trasladaron a Misiones años después del conflicto. “Ser un comando era un problema,” tuvo que ir a cobrar sin trabajar. La “desmalvinización” dolió más que el estrés postraumático. Condecorado y reconocido por el Ejército Argentino, y por la Presidencia de la Nación. En su pueblo, a cuarenta años del conflicto no existe un recordatorio a la memoria de los veteranos de guerra y a los caídos en combate. Recordando a su madre, me dijo, “la cuidé hasta sus últimos días, difícilmente llevo flores al cementerio, mi homenaje y gratitud le fueron dados en vida.”

Escuchándolo sentí el frío húmedo de la turba y el éxtasis del bautismo de fuego. Entendí que hombres así, sirven para la nimia tarea de defender a la patria y dar su vida por ella. Le escuché decir: “Me tocó a mí, me salvé, soy veterano de guerra”.

De los doce suboficiales de su grupo, volvieron siete, tres dejaron este mundo “a su voluntad” no resistieron ser simples veteranos que nadie recordó. Es ahora, no pensemos en llevarle flores después.

Ariel Kusiak

Referencia de siglas: FAA (Fuerza Aérea Argentina); GNA (Gendarmería Nacional Argentina); ARA (Armada Argentina); EA (Ejército Argentino).
Inédito. Kusiak reside en Jardín América, Misiones.

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