2021-06-06

Bajada vieja

Saboreaba lentamente la caña y miraba los cerros de un azul purísimo, allá a la otra orilla del río... Dio un suspiro mientras encendía un cigarro de chala. ¡La gran puta! Era lindo el Paraguay... Lleno de árboles bravíos y de cerros; y de mujeres con sus grandes ojos negros y su pelo cetrino, cariñosas y humildes; y la vida tranquila y campesina de casi todos sus pueblos; y el poder hablar en guaraní con todo el mundo y que lo entiendan a uno...

Ya hacía como tres años que tuvo que “pasarse”. Él era de Villa Rica, pero estaba trabajando en un obraje cerca de Asunción. La vida aquella era dura y todos los peones debían cinchar fuerte... Como pasaba también de este lado, sobre todo allá arriba, por los yerbales... Pero cada tanto podía ir hasta Asunción y farrear un poco en un lindo baile y con buenas hembras; y pasearse con su ropa dominguera por la calle Palma, mirando los escaparates y las confiterías y, con disimulo para no parecer confianzudo, a las mujeres que salían de misa en la Catedral, con sus mantillas negras que les ensombrecían aún más los negros ojos... Todo era lindo, pero se terminó un buen día... Como siempre, por un hijuna gran perra...

Ese día, como tantos otros, habían conseguido permiso para ir hasta Asunción. Era sábado y después de la hora de comer ensilló su caballo y se juntó a los otros tres, que ya lo estaban esperando. Los cuatro eran peones y trabajaban como hacheros, volteando los esbeltos lapachos... Algunos todavía llenos de flores...

Agustín Maidana era el que iba a su lado. Eran amigos desde el primer momento en que se encontraron. La corriente de simpatía empezó debido a que Maidana era también de Villa Rica y juntos recordaban los lugares que siempre son más bellos en el recuerdo... Era bajito, moreno, con la cara totalmente lampiña como un adolescente y una permanente alegría, que le retozaba en los ojillos aindiados y le hacía abrir los gruesos labios, doblando el superior un poco hacia arriba. A pesar de su aspecto era bien macho; lo demostró el día que paró al capataz, en un baile de rancho, cuando el otro quiso sacarle la pareja... Ramírez recordó sonriente, que el capanga, para salir airosamente, se hizo el que estaba más mamado de lo que lo estuviera en realidad

Maidana era hablador y bromista. Posiblemente congeniaron porque eran la antítesis el uno del otro; mientras Ramírez era reconcentrado y reflexivo, Maidana se disparaba como un cohete.

Los otros dos eran dos negros. Eran hermanos oscuros y motosos con grandes dientes blancos, que mostraban de continuo en anchas sonrisas bestiales. Se llamaban Britos, hijos de brasilero, pero bien paraguayos y bien machos también... En el obraje los respetaban por sus fuerzas hercúleas y por su habilidad con el cuchillo. Se protegían mutuamente lo que les daba una gran fuerza ante los demás... Meterse con uno, era hacerlo con los dos y eso y morir desangrado, era casi la misma cosa.

Llegaron a Asunción al anochecer, después que en un boliche del camino se detuvieron a remolonear un rato y a beber unos tragos de caña. Conversaron todo el camino, como buenos paraguayos, sobre todo Maidana y los dos Britos, que se arrancaban mutuamente sonoras carcajadas, haciendo sonreír a Ramírez. Al llegar dejaron los matungos en la fonda y después de lavotearse y sacudirse un poco el polvo del camino, se envolvieron en el cuello sus pañuelos colorados y salieron a caminar por las calles empedradas de la capital.

Acostumbrados a la vida del campo, experimentaban siempre el mismo asombro al recorrer las calles de la ciudad... ¡Pucha que había gente!... Y eso que andaban por los barrios más apartados, pero en el centro... Hasta milicos parados en las esquinas para dirigir el paso de los tranvías y de los autos, con su buena guacha a mano, por si acaso debían hacer respetar su autoridad.

Caminaban despacio, aspirando el aire tibio del anochecer como si lo paladearan, con el abandono sensual de las gentes del trópico, y ese aire pareciera que los iba envenenando con un ansia dulce... ¡Estaban tanto tiempo sin ver mujeres!...

Maidana fue el primero que habló:

-¿Qué le parece chamigo, si no vamo rumbeando por lo de doña Encarnación? Debe haber algunas guaynas y podemo armá un bailecito...

-Ta lindo... – Rezongó Ramírez.

-Yajhá catú (1) - dijo uno de los Britos, mientras el otro asentía con la bocaza abierta, sonriente...

Descendieron hasta cerca del puerto y vieron el río azul salpicado de plata y los grandes barcos oscuros. Pasaron frente a la Casa de Gobierno y se internaron por una calle larga y levantada, una cuesta empedrada interminable. Maidana bromeó mientras subían:

-¡Lo que hay que trabajá chamigo, pa conseguí cajeta!

Una triple carcajada le contestó, pero ya doblaban y caminando unos metros dieron con la casa, una vieja construcción del tiempo de la Colonia, con una vereda que se levantaba como un metro sobre el nivel de la calle de tierra, con grandes losas blancas de vetas azuladas..

La casa estaba aparentemente en silencio. La puerta cerrada y la ventana de gruesos barrotes de hierro también. Un poco desconcertados, se acercaron y escucharon un rumor... Seguro que había gente... ¿Quién sabe por qué tendrían así, cerrado?... Golpearon con fuerza y no apareció nadie. Uno de los negros golpeó con más fuerza y se oyeron pasos que venían. La puerta se abrió a medias y apareció la vieja alcahueta, con su nariz ganchuda, arrugada, pero ágil. Les dijo en voz baja, airada:

-¡Vayanse y déjense de joder con tanto golpe!

-¿No podemo entrá? — preguntó tranquilamente Ramírez.

-No mi hijo. Tengo adentro gente...

-¿Y nosotro no somo gente, doña?

-Mirá mi hijito -replicó la vieja cambiando de tono y suavizando la voz- tengo ahí adentro dos señores importantes y sólo tengo una guayna desocupada...

Ramírez empujó a la vieja y abrió la puerta, apartándola como una pluma. Se volvió a sus amigos:

-Y bueno. Nosotro no conformamo con una sola...

-Por el momento chamigo – comentó risueñamente la voz aguda de Maidana.

Los dos negros sonreían y adelantaban los pechos poderosos. Avanzaron los cuatro unos pasos y la vieja, con el temor de que hicieran alguna barbaridad, los hizo pasar a una pieza que estaba a la izquierda del zaguán. Les habló en voz baja, rápidamente:

-Mirá, mi hijito, no me vayan a hacer bochinche. Quédense un poquito por esta pieza, que ya les atiendo...

Entraron en la pequeña habitación. Sólo había tres sillas y uno de los Britos se recostó por una vieja cómoda, haciendo crujir la madera. De la otra pieza llegaban risas y palabras sueltas que no podían entender. Tan pronto hablaban en castellano, como en la suelta bandada de pájaros que es el guaraní.

La vieja trajo otra silla y una botella de caña, con cuatro vasos. Como no tenían mesa la botella estaba en el suelo. Bebieron la primera vuelta antes de que la bruja trajera un quinqué, que colocó sobre la cómoda. A la luz vacilante de la lámpara los amigos se miraban molestos. No esperaban este recibimiento y todas las ilusiones que alimentaban desde que salieron del obraje, se venían al suelo... Ni mujeres, ni un ambiente lindo, ni música ni nada... Tomaron otra copa... El alcohol se les metía por las venas y parecía detenérseles en el pecho, agitándolo con sordo rencor... Varias copas tomaron casi sin hablar... La vieja no venía, ni la mujer que les había prometido tampoco... Ramírez estaba pálido. Se levantó, fue hasta la puerta y dijo en voz alta:

-¡Vieja de mierda! ¡Traete otra botella de caña y la guayna, de una vez!

El vozarrón sonó en la casa, retumbando las viejas paredes. Los amigos de Ramírez, envalentonados con el alcohol, gritaron igualmente:

-¡Que venga la mujé, que acá hay macho pa cualquié cosa!

-Piuuuu... -- Retozó Ramírez, con el agudo grito que le enviaba envuelto en el vaho de la caña, su sangre india....

Se apagaron las risas y las conversaciones en la otra pieza. La vieja abrió la puerta nerviosa y se dirigió a los amigos; por la puerta entreabierta alcanzaron a ver un hombre grandote, de bigotes retintos, con la guerrera del uniforme desabrochada, que estrujaba besuqueando a una mujer con el pelo rojo, vestida con un traje azul pálido...

-¿Qué es lo que están gritando, brutos? Si siguen jodiendo se me mandan a mudar y tengan cuidao que no vayan presos, que acá tengo a un oficial de policía!...

-¿Y la muje? - preguntó el mayor de los Britos.

-Le dije. Pero no quiere venir con unos roñosos como ustedes... – La ira le emblanquecía la aguda nariz...

Llevándose las manos a la cara y lanzando un débil grito, la vieja retrocedió tambaleante y cayó contra la puerta. El potente golpe con la mano abierta de Britos, en pleno rostro, la hizo cruzar como un trapo arrastrado por el viento. Cayó sobre la puerta y el peso de su cuerpo, la abrió de par en par...

El hombre de uniforme miró con sus ojos aindiados, turbios de alcohol y de rabia. La hembra asustada se había separado un poco de él y miraba con los ojos muy abiertos a esos hombres que se veían por el hueco de la puerta... El otro ocupante de la habitación estaba tranquilo, mirando sin dar muestras de inquietud. Fumaba y se llevó la copa a los labios para sorber un poco de cognac... Sería un hombre de más de cuarenta años, con el pelo blanqueándole en las sienes y vestido con un traje gris. La mujer que lo acompañaba tenía el pelo negro y una piel lechosa, que resaltaba aún más su traje oscuro. El temor se pintaba en sus grandes ojos de vaca... Ramírez miró al hombre de gris y admiró su tranquilidad...

La vieja se quejaba débilmente. Le sangraba la boca y la nariz y escupía cada tanto sin fuerza... El escupitajo le quedaba colgando y a veces tenía que sacarlo con su mano arrugada y huesuda...

Nadie hablaba. Ramírez y sus amigos estaban parados, sin saber qué hacer... No podían recular, pero tampoco tenían ganas de lío con la policía y además, las mujeres no valían gran cosa...

De pronto habló el hombre de gris:

-¿Y, chamigos, no quieren tomar una copa y se van a divertir tranquilos?...

Nadie contestó. Al final Ramírez dijo:

-Gracia señó. Ya tomamo bastante. No vamo...

El oficial de policía se levantaba sin quitar de Ramírez los ojos. La cólera blanqueaba su tez aindiada y le temblaba la boca. Se había abotonado la guerrera y de su cintura colgaba un revólver negro, de caño largo. Barbotó:

-¿Cómo que se van? Tapes de mierda, hijunas gran puta. Donde van a ir conmigo es a la comisaría y bien derechos, que de no, los voy a arrear a guascazos!

-Déjalos Moreno - dijo el de gris.

El otro no lo oía. No lo podía oír. Una rabia ciega lo envolvía. No veía sino su odio y los ojos negros de Ramírez, que lo miraban desafiantes...

—¿Maba picó ñandereragtá, nde pico? (2). No tiene bastante...

El policía sacó el revólver y atropelló como un toro ciego. En el momento que llegaba a la puerta, trastabilló y el disparo hirió en plena frente a Maidana, que estaba detrás de Ramírez. Uno de los Britos saltó como un puma y alcanzó a sujetar la mano del hombre, mientras Ramírez con rapidez pasmosa, hundía repetidas veces el cuchillo en el pecho del policía. Éste resbalaba, abriendo y cerrando la boca, como queriendo hablar, mientras un hilillo de sangre le corría por la comisura de los labios. Todavía lo vieron seguir de rodillas mirando como desconcertado, cuando salieron corriendo, después de haber comprobado que nada se podía hacer por el compañero...

Se separaron al llegar a la esquina. Ramírez sólo pensaba en huir. Matar a un policía era exponerse a morir apaleado si lo agarraban... Vagó durante mucho tiempo por las calles sin luz, hasta que había dado en el puerto. Sin darse cuenta había ido al lugar que podía ser su salvación. Allí estaba el “Ciudad de Montevideo” que hacía la travesía hasta Buenos Aires y el baqueano, había sido amigo de su familia...

La suerte le ayudó. Cuando andaba rondando lo vio salir del barco. Le salió al encuentro. El otro se sorprendió de verlo y le pregunto por su madre y por su tía, que tiempo atrás fuera su concubina. Ramírez no le contestó a lo que se le preguntaba, sino que le dijo:

-Don Galarza, etoy en un lío. Si uté no me saca, etoy listo!

-¿Qué pasa chamigo? - dijo mirándolo fijamente.

-Liquidé un oficial de policía que tiró por mi amigo Maidana. Si no, me liquida también...

El marino pensó un poco. Después le dijo:

—Ta bien. Esperame un rato.

Más tarde cuando volvió, la cosa fue fácil. Subió con él a bordo y nadie le preguntó nada. Lo mandó a dormir y a comer con los marineros y lo desembarcó en Corrientes...

Después se vino a Posadas, para estar más cerca de su tierra, que no se le podía ir de la cabeza... Hacía ya tres años...

Terminó de tomar su copa. Pagó y salió a la Bajada Vieja:

-Ta mañana don Pére.

-Ta mañana amigo Ramíre.


1) Vamos

2) ¿Y quién nos va a llevar, usted?

Fragmento, capítulo III ,de la novela Bajada Vieja. Areu Crespo se radicó en Posadas en 1932. Falleció en Buenos Aires en 1989. Otros libros del autor: El nombre de la carátula y Tierra caliente.

Juan Manuel Areu Crespo

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