2014-07-28
Martingalas
En la esquina del casino existe un café antiguo, sencillón, sin brillo, aromático y con mozo de casaca blanca, y viene bien un café antes de bordear el abismo. Una flaca de pelo largo entraba y salía, o se prendía un pucho o sacaba cuentas contra el ventanal. Fue sencillo, nos servimos de nuestras mutuas martingalas; yo le hablé del azar de los encuentros y ella de su sistema de apuesta. “Mirá, dijo, no hay `docena´ que no salga cada cuatro tiros, eso es fácil de memorizar. Yo llevo en mi mente la condición de cada docena; si acaba de salir, si está `atrasada´, o si está `ausente´. Entonces es cuestión de jugar justamente a esas dos últimas. Las chances son 24 contra 37. Ahora, si querés, podemos jugar de a dos, porque además de las docenas pasa lo mismo con las `columnas´ pero no puedo sola andar memorizando todo… entonces te propongo, vamos al 50% de la ganancia, yo memorizo las docenas y vos me señalás qué columna debo dejar afuera. Las chances son mejores: 16 contra 27, y a mayor riesgo, mayor ganancia”. Yo andaba a esa altura extasiado entre las sirenas marinas, las pócimas del mozo, y la melena perfumada de la flaca, y como no soy de recular, acepté. Invité el café, pagué la entrada, fuimos por fichas y nos sumergimos en la fatal estadística, que no nos decepcionó.
La flaca estaba pletórica con su nuevo socio, y yo, la verdad, medio mareado entre tanto número y cosa atrasada o ausente, y segunda con tercera, o primera con segunda, que no veía la hora de vagar un rato, con ella, entre las rompientes saladas.
Aguará-í
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