El primer medallista olímpico de Misiones

Mario Ríos volvió al lugar en el que comenzó su sueño

Mario Ríos volvió al lugar en el que empezó a soñar con ponerse la celeste y blanca. “Acá empezó la gran ilusión de poder jugar”, contó el jugador de Los Murciélagos
sábado 28 de septiembre de 2024 | 6:05hs.
Mario volvió a la plaza en la que arrancó el sueño de ponerse la celeste y blanca. foto: Marcos Isaac
Mario volvió a la plaza en la que arrancó el sueño de ponerse la celeste y blanca. foto: Marcos Isaac

Un grupo de pibes juegan con una pelota en la canchita. Otros muchos pasan por la plaza San Ramón después del colegio y todavía con los uniformes rumbo a casa. Muchas personas van y vienen, de paso, por la placita.

Por una de las esquinas se asoma Mario, al igual que como cuando era chico. Cambiaron muchas cosas. La avenida Ituzaingó ya no es de tierra, sino que está asfaltada. Ahora pasan muchos más autos y a gran velocidad, no como en aquellas tardes de los 2000, cuando Mario iba a jugar un rato a la pelota.

Ahí, en la plaza San Ramón de Posadas, arrancó todo. Mario Ríos volvió a la plaza de su barrio, del que era su barrio. Volvió con una medalla en el bolsillo, la que consiguió en los Juegos Paralímpicos de París. Volvió como medallista olímpico.

“Acá arrancó todo. Tengo muchos recuerdos, muchas lindas sensaciones de volver acá. Hubo muchas caídas, entrenamientos, la rodilla y la canilla pelada, golpes en los tobillos. Acá empezó la gran ilusión de poder jugar”, se emocionó el jugador de Los Murciélagos.

A los seis años Mario se quedó ciego. La adversidad forjó su carácter, ese que le permitió empezar una carrera en el fútbol, superarse y que lo llevó hasta París. De la plaza San Ramón a París, a los pies de la Torre Eiffel.

“Soñaba lo mismo que muchos chicos. Quería jugar, que se sumaran chicos, que salga algún partido. A veces éramos tres, que veníamos siempre. Hacíamos un dos contra uno, los más chicos contra el más grande. Nos mezclábamos ciegos con convencionales y a veces era una lucha poder conseguir gente que quisiese jugar porque son medio complicadas nuestras reglas”, recordó con gracia.

“Era cuestión de explicarles que, al menos, cuando nos iban a quitar la pelota nos griten ‘voy’ o que nos avisen cuando la pelota se iba. Que trataran de hacer dos toques antes de patear al arco, porque sino era muy fácil para ellos (los videntes). Jugaban de primera y nosotros corríamos como los perros detrás de los gatos”, agregó.

Para Mario esa fue una de las etapas más lindas de su vida: “Corríamos hasta que se terminaba el piso y varias veces nos fuimos y nos revolcamos. Por eso tengo grandes recuerdos de esta cancha y de la de la plaza Malvinas, que también jugábamos ahí”.

A un costado de la cancha de la plaza del barrio, mientras los chicos arman un picado, Mario repasa esos momentos dorados de su vida: “Fue una parte muy alegre de mi vida, un momento muy feliz. No teníamos nada y a la vez teníamos todo, porque era el entusiasmo de jugar”.

Hoy Mario vive otra etapa, ligada también a poder jugar y a poder hacer lo que le gusta, pero desde otro lugar, con otra responsabilidad y con otras metas.

En 2015 arrancó su carrera como futbolista y no paró. Llegó la selección juvenil, la mayor, los Juegos Parapanamericanos y una lesión. Una lesión que casi lo marginó de uno de los grandes objetivos que tenía: ser parte de los Juegos Paralímpicos de París.

“Pensé que me quedaba afuera de los Paralímpicos. La ilusión siempre estuvo, pero la realidad había que aceptarla y era una mínima chance. Yo venía recuperándome de una lesión. Le pregunté al cuerpo técnico qué esperaban”, se sinceró.

Hubo, en ese momento algo que no jugó a su favor. Se cambió el cuerpo técnico de la Selección y para el misionero eso significaba estar un paso atrás en la carrera para ser convocado “porque con el cuerpo técnico nuevo había que mostrarse y yo no iba a poder”.

“Con el cuerpo técnico anterior quizás no iba, uno nunca sabe, pero ellos sabían lo que yo podía dar y conocían mi potencial. Me habían dicho que no podían asegurarme el lugar hasta ver en qué condiciones volvía”, repasó y para fortuna del posadeño el nuevo cuerpo técnico lo tuvo en cuenta.

En París 2024, Argentina fue de menos a más. Arrancó con dos empates, ganó en la última fecha y pasó a las semis. Llegó Brasil y hubo festejo en los penales. La espina fue la derrota en la final con Francia, pero el tiempo curará esa herida y le dará el valor a la medalla que Mario se colgó.

“Como nos dijeron pos torneo en Francia, que si bien en un Juego Paralímpico uno sueña con una dorada, la Argentina tiene que estar en lo más alto. El color de la medalla es una anécdota. La dorada es el anhelo de todos, pero lo que importa es traer la medalla. Siempre es importante la medalla, pero el color es anecdótico”, aseguró.

“Fuimos de menos a más. Habíamos laburado de una manera durante seis meses (con un cuerpo técnico) y trabajamos de otra manera durante dos meses y allá nos encontramos con que teníamos que poner mucha garra, había que dejar la piel porque nos jugábamos cosas importantes”, recordó el misionero.

Buscar el impacto

Luego de los logros deportivos, cada deportista o cada deporte busca que ese objetivo repercuta para bien en su disciplina. Que genere un impacto positivo y un boom. En este caso la búsqueda es doble: que el impacto sea deportivo, pero también que sirva para concientizar sobre la discapacidad.

“Creo que tenemos que ser conscientes de que no estamos solos. Hay gente con distintas discapacidades y personas convencionales. Las personas que tienen bien los cinco sentidos y la manera de movilizarse libremente, primero, deberían agradecer, pero ser conscientes de que hay un grupo de la sociedad que sufre alguna discapacidad. Entonces, habría que acomodar un poco la ciudad, la estructura de algunos lugares para que aquellas personas que sufrimos alguna discapacidad podamos movernos con más facilidad”, analizó.

“Ojalá este logro ayude no solamente a las personas con discapacidad visual, sino a todos”, se ilusionó el misionero y pidió que “se haga todo un poco más accesible, tanto en la ciudades como en los trabajos. Que se integren más a las personas con discapacidad”.

Para el final, Mario se refirió a lo que se viene en lo profesional y en lo personal. El anhelo de tener su casa propia, de volver a festejar un título y, también, de recibirse.

“Tenía la ilusión de ser campeón con Argentina y ojalá seamos campeones con River para cerrar un año muy bonito”, comentó y explicó que irse a Buenos Aires tuvo que ver con un crecimiento deportivo, pero también personal.

“Siempre me gusto ser independiente y también por eso me fui a Buenos Aires y mis padres me apoyaron porque saben cómo soy y la mentalidad que tengo de querer salir adelante”, contó.

“Sueño con tener mi propia casa,. Conseguir un trabajo y seguir paso a paso. Que se vayan dando pequeñas cosas, pero concretas y seguir metido y comprometido con la Selección, porque es una gran responsabilidad”, enumeró y avisó que quiere ser contador: “Ojalá en un futuro se dé”.

Mientras los pibes siguen jugando en la plaza San Ramón, Mario se despide de ese lugar que le dio tantas alegrías de chico, en el que soñaba con lograr lo que logró. Soñaba jugar con Argentina y ser un medallista olímpico. 

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