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Narraciones navideñas en la antigua Misiones

miércoles 27 de diciembre de 2023 | 6:00hs.

En los treinta pueblos de la antigua República de las Misiones Jesuitas en tiempo de Navidad, narraban relatos de sucesos extraordinarios ocurridos en la Nación, con la intención de que sus habitantes no olvidaran.

Aquella tarde de Navidad en el pueblo de Concepción, el sol empalidecía por unos cúmulos que se formaron en un abrir y cerrar de ojos. Al instante se desató un terrible temporal acompañado de truenos y electrizantes rayos como si las fuerzas de la naturaleza tuvieran el propósito de aniquilar el mundo. Sin embargo, el diluvio no duró más de media hora por lo que no alcanzó a atemperar el veranillo y apenas si regó el reseco suelo cubierto de varias capas de polvo rojo, a cambio del suave e indefinido aroma de la tierra mojada, incomparable cuando se mezcla con los variados olores de la selva. En tanto el sol, volvía a reaparecer mezclándose con el remanente de lluvia que iba mermando su intensidad, al tiempo que se alejaba hacia el horizonte opuesto, donde el espectáculo del arco iris sobre el limpísimo cielo azul adornaba y embellecía el firmamento. Y según creencia de los avá, era una señal de que la reconciliación del hombre con Dios era posible; por eso, decían, es el “Arco de Paz” y de doble felicidad cuando sucede en víspera del nacimiento del Niño.

Por la noche, el Chamán copó el centro de la escena y dirigiéndose a los escuchas sentados en círculo, les habló del éxodo guaraní iniciado en el norte del Guiara, allende las cataratas:  

La marabunta Bandeirante se acercaba y los padres Antonio Ruiz de Montoya, Andrés Cortejarena y el cacique Ñaroí, organizaron el éxodo para evitar que los avá sean capturados por los siniestros caza-hombres. Doce mil almas iniciaron el peregrinaje cansino del desarraigo obligado ¡en su propia tierra! No fue fácil el traslado de toda la población guaireña pues, después de sortear los grandes saltos, solamente quedaron siete mil sobrevivientes y unas pocas balsas.

-El tiempo apremia, dijo el cacique Ñaroí, debemos construir embarcaciones en el menor tiempo posible, porque la lacra esclavista se sigue acercando. E intuyendo la noble intención del padre Antonio le dijo amablemente: -Padrecito: rece una oración por las almas de los muertos y dé gracias al Señor por nuestra salvación.

El Padre Antonio no se hizo esperar e inmediatamente inició las oraciones, no bien terminó el acto espiritual con la señal de la cruz, Ñaroí continuó:

-Ahora, Padre, lo haremos nosotros según nuestras costumbres-. Y sin esperar respuesta se dirigió a sus hermanos en familiar avañe-é.

Ni bien concluyó la plegaria, los siete mil sobrevivientes comenzaron a danzar y a cantar en dialecto vernáculo en acción de gracias. Conmovido, el cura Andrés escribió en sus apuntes: “Apenas el Padre Antonio empezó a rezar el Padrenuestro, los aborígenes se arrodillaron repitiendo la oración. Concluido el acto religioso con la señal de la cruz, Ñaroí se dirigió a los sobrevivientes diciéndoles en idioma guaraní:

-Hermanos míos. Esto que sucedió fue la voluntad de Dios. Elevemos con humildad una oración en nuestro idioma.

Obedientes, sus hermanos, desde el más chico al más grande se pusieron de pie y al unísono comenzaron a danzar y a cantar al modo atávico de comunicarse con el creador de todas las cosas. Tanta pasión de fe me conmovió hasta las lágrimas y comprendí, allí ubicado en ese puntito de la inmensa selva, que Dios está en todos lados y se comunica con la gente de la manera que Él elija, y que la gente se comunica con Él de la manera que prefiere”.

La Navidad en el pueblo de San Ignacio la noche lucía hermosa. El Chamán, rodeado de los pobladores, recordaba la partida final de esta vida del querido Padre Juan llamado el Marangatú (Santo caminante):

Al instante de cerrar sus ojos para siempre, toda la habitación fue invadida por un silencio de muerte y la selva se aquietó con el sosiego del milenario misterio, breve y mágico mutismo en que nada se escucha, nada se percibe, nada se conmueve. Inesperadamente, al conjuro del éxtasis, las brisas dejaron de soplar y las nubes de agruparse. Sólo un trueno aislado preanunciando chaparrones fue el último estallido sonoro. ¿Cuánto tiempo duró el arcano silencio? ¿Un instante, o más? No importó, porque la lluvia precipitadamente se hizo presente y alivió la intensa calentura del enero más caliente. Fue la señal para que las curanderas comenzaran a llorar contagiando al resto del gentío y los pájaros al unísono reiniciaran sus trinos, los monos sus chillidos y los insectos a zumbar.  Así como llegó, el aguacero emigró hacia el oeste dejando espacio para que el sol emitiera sus rayos y dibujara múltiples colores con las lloviznas rezagadas. De golpe aparecieron variopintas mariposas que zigzagueantes volaban al encuentro del arco iris recién formado. Entonces una curandera gritó: -Ichupe panambí rhaja po´a Yvymarae´ÿ -Y los cunumí repitieron en perfecto castellano, porque entre ellos hablaban más el español que el guaraní: -¡Las mariposas llevan el alma del Padre Juan a la Tierra sin mal! ¡Las mariposas llevan el alma del Padre Juan…

Y, ¡oh sorpresa!, los que antes lloraban dejaron de llorar y se pusieron a entonar un canto en avá ñeé haciendo sonar las palmas y moviendo sus cuerpos con pasos acompasados. Bailaban y cantaban para despedir el alma del santo varón, porque entienden que la mejor ofrenda a Tupá se hace después de llover. Y es un milagro divino si la lluvia llega en el momento en que el hombre muere pues, en retribución, el guaraní danza y canturrea repitiendo “estoy en la lluvia con el alma mía acercándome a Tupá”.

En Nochebuena en la Misión de San Javier, veinte años después de librarse la batalla de Mbororé el lunes 11 de marzo de 1641, el Chamán mirando al cielo, abrió los brazos y recitó en poesía la recordación de aquel episodio fatal:

“Con la manifiesta mística Jesuítica y el portentoso ardor de los titanes, los Misioneros fundaron treinta pueblos, después del éxodo doliente y oprobioso.

Ave Fénix fulgurante que en su espacio, de cuya ponderosa y sublime redención, albergó a miles y miles de familias, en hogares formalmente construidos.

Y ante la amenaza de la nueva arremetida, de bandeirantes en busca de su presa, en simbiosis con los curas aguerridos, se prepararon en defender a la Nación.  Ya tenían preparado el bronceado cuerpo, a fuerza de instrucción y cuerpo a tierra, la moral de inquebrantable fortaleza, y el espíritu rebozando de pasión.

Que se venga nomás esa caterva, viles caza-hombres del averno, ya tenemos preparadas nuestras flechas, arcabuces, cañones y las lanzas.

Y se vinieron con ocho mil soldados, entre tupí, bandeirantes y mamelucos, cubriendo el río Uruguay de costa acosta, con la parafernalia de su máquina guerrera.

Los enfrentamos frente al cerro Mbororé, en lucha a muerte por tierra y en el agua, y fueron nuestros golpes tan potentes, que en tres horas los teníamos de hinojos.

¡Ay Dios! De vencer estábamos seguros, nos salíamos de la vaina en dar combate, después que el cura guerrero en su homilía, con su arenga nos llenará de coraje.

(Si esa batalla se perdía, hoy, la Mesopotamia, Paraguay y Uruguay pertenecerían al Brasil).

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