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Kowalski: un siglo de luces

El artista plástico que marcó la cultura desde la tierra colorada hubiera cumplido 100 años este 20 de octubre. Se inaugura una muestra en su honor y aprovechamos para repasar su historia, desde como huyo de los nazis en Europa a su legado artístico.
viernes 20 de octubre de 2023 | 14:50hs.
Kowalski: un siglo de luces
Kowalski: un siglo de luces

Hoy a las 20 en el Centro Cultural Vicente Cidade se inaugura “El Kowalski Clásico”, la primera de una serie de muestras en honor al polaco Zygmunt Kowalski, el artista plástico que hubiera cumplido 100 años este 20 de octubre y que desarrolló casi la totalidad de su legado en Posadas. La siguiente exposición, en tanto, se llama “El Kowalski Alternativo” y estará abierta desde el 31 de octubre en el Museo Juan Yaparí. Por último, está programada la muestra “El Otro Kowalski” que se montará en el Parque del Conocimiento a partir del 17 de noviembre.

Kowalski falleció el 22 de diciembre de 2011. Estuvo casado con Helena, a quien conoció en un baile de la Colectividad Polaca de Posadas. Con ella tuvo dos hijos: Víctor y Alejandro “Ole Kowalski”. Este último era antropólogo y músico, que falleció en abril de 2022 y llamaba a su papá “El Guerrero de la Luz”. 

El joven polaco llegó a Posadas en 1949 y mientras trabajaba en un taller de electromecánica y enseñaba idiomas fue abasteciéndose de los materiales para pintar. En 1963 comenzó a exponer en una galería de Posadas y desde entonces no detuvo su producción artística inspirada, particularmente, en la naturaleza de Misiones, pero también Jujuy, el sur de la Argentina, parte de Brasil y Polonia, así como la Polinesia, en el Pacífico.

Cuándo escapó de los nazis

Los colores de Zygmunt Kowalski son inconfundibles. Sus cuadros, iluminados por sus trazos han sido tan hermosos que resulta difícil olvidarlos. Hoy, a cien años de su nacimiento en Torun, Polonia, es uno de los artistas plásticos más trascendentes de Misiones, la provincia que acogió como propia desde que llegó en canoa desde Paraguay, de donde se fue desencantado por la violencia que vio en sus calles. En las paredes de Asunción observó agujeros que conocía muy bien: indicios de disparos de arma que fueron parte de sus recientes traumas, cuando había escapado de los nazis.

En su casa de avenida Rademacher, uno de sus cajones tenía guardado el diario Corriere de la Sera donde figuraba el mapa del preciso lugar donde estaba al momento de ataque de 1939: la región de Pomerania, donde estaba la granja de su abuela. En ese entonces interrumpió sus últimos días de vacaciones para regresar en tren a su ciudad, Biala Podlaska, en el centro de Polonia, pero por los estrictos controles decidió subirse a un barco que casi naufraga por el Vístula por los bombardeos. Para peor, el tren que se tomó después en Varsovia no pudo avanzar porque las vías estaban inutilizadas por las bombas. Al regresar a su casa, su familia comenzaría a fragmentarse por las hostilidades de la guerra, el hambre y el frío que se avecinaba. 

Ese invierno “llegó hasta cuarenta grados bajo cero. No teníamos nada para calentar la casa y nada para comer”, contó Kowalski en una entrevista para El Territorio, cuando se cumplieron 70 años de la Segunda Guerra Mundial y la invasión soviética a Polonia que sucedió unos meses después.

“En Biala Podlaska estuvieron los de la Unión Soviética. Pero después se retiraron ellos y vinieron los alemanes. No había nada. La desesperación era bastante. Mi padre volvió herido para Navidad, con muletas, un uniforme harapiento y no podía caminar casi porque tenía una pierna más corta. En el viaje del tren fue bombardeado y el vagón donde él estaba cayó en el hoyo de la explosión. Quedó herido gravemente en la espalda. Volvió y le dije: voy a Pomerania para pedir ayuda de la abuela, de los tíos. Salí, llegué allí y la policía alemana que ocupaba esos lugares hacía una redada a todos los jóvenes y los metían para llevarlos a Alemania. Eso me pasó. Nunca más volví a casa”.

Con otros jóvenes de rehenes Kowalski fue enviado en tren a la ciudad alemana de Chemnitz, en el Estado de Sajonia, para hacer el trabajo forzado en una fábrica de armamento y que posteriormente fue blanco de la contraofensiva aliada. “De día venían aviones norteamericanos y de noche los ingleses, pero muchos aviones. Una noche bombardearon toda la fábrica esa. Una barraca voló completamente con todos los ocupantes, unas cincuenta personas”.

En 1945 corría el rumor de que la SS estaba fusilando a todos los extranjeros. El joven Kowalski estaba obligado a trabajar entonces para una granja de alemanes de Neunkirchen y junto a otra polaca y un grupo de franceses escapó hacia la frontera de la antigua Checoslovaquia. Cuando huían por el bosque escucharon una voz en alemán que ordenó detenerse. Alzaron las manos y él observó que el soldado que apuntaba con la ametralladora estaba masticando chicle, algo inusual para la Wehrmacht. Al notar que se trataba de un norteamericano le dijo algo que había practicado en inglés para alguna vez salvar su vida: “we are polish and escape of the germans (somos polacos y nos escapamos de los alemanes)”.

Después de pasar un tiempo en el campamento de refugiados de Turingia, Kowalski continuó con sus habilidades con el idioma para las oficinas de Naciones Unidas de Heidelberg. Con lo que sabía de inglés, francés y alemán hizo de intérprete como para intentar reubicar a unas 20 millones de personas que fueron desplazadas por la guerra. Mientras que por la tarde estudiaba en la Escuela de Arte de Mannheim, con los ojos puestos en los colores y los pinceles, pero también en su pasaporte para ir a algunos de los destinos de los sobrevivientes. como Canadá o Estados Unidos. Pero en esos lugares hacía mucho frío en invierno, algo que Kowalski no estaba dispuesto sufrir otra vez

De esa manera eligió ir a Paraguay, para ser parte de la Colonia Primavera en medio de la selva, dirigida por la Sociedad Fraternal Hutteriana, y adonde había refugiados de distintos países, con una vida de trabajo muy dura que no fue nada agradable para el joven Kowalski. Cuando estuvo en Asunción descubrió la auténtica cara del país: Los Pynandí, soldados descalzos que custodiaban amenazantes las calles, con sus fusiles cargados en un ambiente tan hostil como el que había conocido en Polonia. 

Por eso vendió sus pocas pertenencias y viajó a Encarnación en el tren donde los soldados descalzos despojaron y destruyeron la camisa azul de uno de los extranjeros que viajaba con Kowalski: ese color era el de los liberales, los históricos opositores de los colorados. Un militar ruso que se había alistado al ejército paraguayo permitió que siguieran camino y ya sin dinero, un pescador se apiadó de él y lo trajo a Posadas, adonde Kowalski echó raíces para siempre, como los lapachos florecidos que inmortalizó en sus obras más hermosas.

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