Testigo de la invasión

El pintor Zygmunt Kowalski es sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial. Fue prisionero de los nazis a los 16 años en Polonia. Escapó de bombardeos y fusilamientos.
domingo 06 de septiembre de 2009 | 0:00hs.

Afuera, el arribo de la primavera es evidente en las copas de los lapachos, imágenes que maravillosamente reproduce al óleo el artista Zygmunt Kowalski cuando retrata la naturaleza.
El pintor polaco cumplirá muy pronto sus 86 años pero se encuentra lúcido. Sube y baja las escaleras de su taller iluminado a través de varios ventanales que iluminan la habitación en una sencilla casa ubicada sobre Rademacher.
En su sala, una buena cantidad de cuadros están recostados. Estuvieron en una reciente muestra que se hizo en el Centro del Conocimiento.
Las imágenes de sus pinturas expresan un admirable contraste de luces y sombras en una selva casi prístina. Tras los gruesos cristales de sus lentes, Kowalski mira atento y habla con un acento que irradia cierta picardía.
De uno de los cajones extrae una reciente edición del diario italiano Corriere de la Sera. Dice que no traduce muy bien el italiano aunque logra interpretar como puede el periódico europeo. En las páginas de esta publicación se realiza una extensa nota de cómo fue la invasión nazi a Polonia. Con su dedo índice sobre una de las imágenes, Kowalski señala adónde se encontraba él en el momento de las primeras explosiones de 1939.
Ríe y confiesa no recordar miedo en antigua Polonia natal, cuando fue secuestrado a los 16 años por la policía alemana en plena Segunda Guerra Mundial, para luego ser confinado a trabajos forzados y finalmente escapar con otros rehenes ante el peligro de fusilamiento.
Esta semana las fechas pesan muy hondo en el mundo, debido a que se cumplieron 70 años de la invasión de los nazis a la nación polaca, hecho que daría pie a la Segunda Gran Guerra y por el que 60 millones de personas perdieron  la vida.
El recuerdo del pasado sigue estando muy presente en Polonia. Entre 5,6 y 5,8 millones de polacos, es decir casi un 17% de la población, de los que 3 millones eran judíos, murieron durante este conflicto, según los cálculos recientes de historiadores polacos.
Era el 1 de septiembre de 1939 cuando se escucharon los cañonazos del acorazado alemán Schleswig-Holstein contra la base polaca de Westerplatte, cerca de Gdansk. La resistencia de los polacos a la invasión fue heroica. Eran 180 soldados que combatieron en la península de Westerplatte durante una semana y contra 3.500 nazis.
Mientras las filas germanas descargaban todo su arsenal sobre Polonia, Kowalski se encontaba en la casa de su abuela, en una granja de la región de Pomerania.
Estaba de vacaciones y faltaban dos días para el inicio de las clases por lo que debía regresar a casa de sus padres, en la ciudad de Biala Podlaska, en el centro de Polonia.
“Cuando empezó la guerra nosotros no sabíamos nada. Eso fue de sorpresa, fue imprevisto. Sin declarar la guerra ni nada por el estilo”, recordó Kowalski a El Territorio.
El retorno a casa de sus padres en tren fue imposible por los restrictos controles del ejército polaco en las estaciones.
“No se podía viajar en tren. No en esa zona donde yo estuve porque era la zona de conflictos, porque era por donde los alemanes entraron. Y entonces de Varsovia tenía que tomar otro tren a Biala Podlaska. Como no había forma entonces pude viajar en barco”.
Kowalski tomó una embarcación por el Vístula, el río más importante de Polonia y que atraviesa ocho provincias. Pero en el camino, el barco fue constantemente bombardeado, lo que dificultó la navegación hasta Varsovia. “En vez de viajar en mediodía viajamos tres días. (En Varsovia) tenía el hermano de mi padre, un tío. Fui a la casa de él y no estaba. Varsovia estaba bombardeada. Volaban los aviones y tiraban bombas. Se tenía que conseguir permiso para seguir viajando en tren y finalmente lo conseguí”, contó el pintor.
“En el camino también el tren paró porque la vía también estaba bombardeada. Tuvimos que escapar al campo. No nos cayó una bomba sobre nosotros y llegué a casa, después de una semana”.
Al llegar a Biala Podlaska se encontró con su madre y su hermano menor. El panorama de su ciudad no distaba de cómo estaba el resto del país.
Allí se encontraba una fábrica de aviones que fue bombardeada por la aviación alemana y adonde trabajaba su padre, quien fue enviado al este de Polonia.
“Se aproximaba el invierno, un invierno muy crudo. Llegó hasta cuarenta grados (bajo cero) de  temperatura. No teníamos nada para calentar la casa y nada para comer. Cuando uno se acuerda de eso parece increíble. Y finalmente las clases no empezaron tampoco porque todo fue suspendido”. 
La prensa rusa reprochó el miércoles a Polonia de “ahogarse en su pasado” al reclamar disculpas a Rusia por el papel que tuvo la Unión Soviética en el inicio del conflicto bélico. A setenta años de la guerra, Rusia aún no se ha pronunciado como responsable de aquel ataque a los polacos.
Kowalski es testigo de cómo se repartió Polonia entre la Unión Soviética y los nazis.
“Los soviéticos entraron del este y ocuparon la mitad de Polonia, los alemanes la otra mitad. Adonde yo estuve, en Biala Podlaska estuvieron los de la Unión Soviética. Pero después se retiraron ellos y vinieron los alemanes. No había nada. La desesperación era bastante mala. Mi padre volvió herido (del este). Volvía para Navidad, con muletas, un uniforme harapiento y no podía caminar casi porque tenía una pierna más corta. En el viaje del tren, fue bombardeado. Y el vagón donde él estaba cayó en el hoyo de la bomba. Y fue herido gravemente, en la espalda, todo. Pero volvió. Entonces qué había que hacer. Entonces yo dije: Voy a volver a Pomerania para pedir alguna ayuda de la abuela, de los tíos. Salí, llegué allí y la policía alemana que ocupaba esos lugares hacían una redada por el pueblo y agarraban a todos los jóvenes y los metían en un campo para llevarlos a Alemania. Eso me pasó a mí. Nunca más volví a casa, ni vi a mis padres, ni nada”.
Junto a otos jóvenes, Kowalski fue enviado en tren a Alemania. Él fue derivado a la ciudad de Chemnitz, en el Estado de Sajonia. Trabajó en una fábrica que antes de la guerra producía automóviles y la transformaron en industria bélica.
Kowalski nunca supo qué era lo que se fabricaba allí. Él y los demás rehenes vivían en barracas muy cerca de la industria.
Pasaban hambre y debían usar un distintivo que los identificaba como polacos.
“Trabajé haciendo cualquier cosa que me mandaban. Mientras tanto, los aliados comenzaban a bombardear Alemania. De día venían aviones norteamericanos y de noche los ingleses, pero muchos aviones. Una noche bombardearon toda la fábrica esa. Una barraca voló completamente con todos los ocupantes, unas cincuenta (personas)”.
Después, todos los prisioneros polacos fueron separados y enviados a otros destinos. Kowalski fue trasladado cerca de Chemnitz, a una granja de Neunkirchen, adonde trabajó con dos cautivos franceses y una polaca más.
Allí, el pintor aprendió a arar y a sembrar, entre otras tareas agrícolas. “No se puede decir que eran malos los granjeros. Por lo menos se comía mejor que en la fábrica. Una cosa eran los nazis y otra eran los alemanes. Lo mismo, no todos los rusos eran comunistas”, dijo.
Todas las noches sobrevolaban los aviones aliados y bombardeaban las ciudades aledañas. Desde la granja, vieron cómo ardía la ciudad de Dresde.
“Hubo un bombardeo tan tremendo que dicen que murieron noventa mil personas. Vinieron como mil aviones. Eso era cerca del fin de la guerra, en el 45. Era una cosa sumamente rara. Nosotros no sabíamos si iban a bombardear. Muchas veces sonaba la alarma y no pasaba nada. Y esta vuelta empezaron a tirar luces. Y había nieve. Y todo se reflejaba la nieve. Después empezaron a bombardear. Era terrible eso”, rememoró Kowalski.
Para entonces había comentarios de que gran parte de Alemania estaba ocupada por los Aliados y que las tropas de la SS (guardia de Hitler) fusilaban a extranjeros.
Él y los demás prisioneros no sabían si aquello era cierto pero decidieron huir. La granja se encontraba cerca de la frontera con Checoslovaquia, lugar donde quedaban unas de las pocas defensas que restaba a los nazis.
Kowalski, otros cuatro muchachos y la joven polaca se escaparon para encontrar las posiciones de los aliados.
“Una madrugada escapamos atravesando una ruta, adonde nos tiraban con ametralladora. Nos metimos en un campo lleno de pinos, no me acuerdo que era. Y de repente oímos paren (en alemán)”.
Era un soldado con ametralladora. Pero notaron que se trataba de un combatiente americano porque mascaba chicle, una costumbre que no tenían los nazis. Les preguntó algo que no entendieron pero Kowalski, que había aprendido algo de inglés dijo: “We are polish and escape of the germans (somos polacos y nos escapamos de los alemanes)”.
De allí, él y los demás prisioneros fueron llevados a un campamento de refugiados de Turingia, pero lejos de las agónicas posiciones alemanas.
En el campamento había muchos extranjeros que habían sobrevivido a los nazis, incluso rusos.
Kowalski ya hablaba bastante de francés, algo de inglés y alemán. Con esas capacidades se transformó en intérprete.
Un día llegó el anuncio de los aliados, invitando a quienes querían retirarse con ellos debían partir en tren hacia el oeste. Luego, esa parte de Turingia quedó en manos de la Unión Soviética.
“Ahí terminó la guerra para mí”, contó Kowalski, quien por la tarde estudiaba en la Escuela de Arte de Mannheim mientras por la mañana trabajaba en Heidelberg para oficina de refugiados con las Naciones Unidas, institución que se encargó de administrar el regreso de 20 millones de personas desplazadas por la guerra.
Muchos de ellos no querían volver a sus países de origen, por lo que fueron tramitados sus pases a otras naciones.
Con la Organización Internacional de Refugiados, enviaron a 22 mil personas a Canadá.
A Kowalski lo invitaron a partir a América del Norte pero él dijo: “En mi vida, nunca hambre ni frío”. 
Así terminó en la Argentina, luego de un periplo por el Paraguay (Ver: “La Colonia Primavera...”).
Luego de algunos contactos postales con familiares de su país natal, en 1975 regresó a Polonia.
Su padre ya había fallecido pero se reencontró con su madre (quien vivió hasta los 95 años) y su hermano menor, quien tenía doce años la última vez que lo había visto.
En Polonia, y a los pocos días de el regreso de Kowalski, su hermano falleció.
“Fue un golpe tremendo. Yo a veces no quiero recordar eso. Cosas tristes”, lamentó Kowalski. 
En estos 70 años que se cumplieron de la Segunda Guerra Mundial, el pintor afirmó que “los viejos siempre tuvieron el resentimiento de esas cosas de antes, que hoy en día tenemos que olvidar. La cosa es no odiarnos. Nadie tiene la culpa. El pueblo nunca tuvo la culpa. La culpa la tuvieron los gobernantes. Ellos instigaron al pueblo para que odie al otro. Fue un falso fanatismo. Y todo fanatismo es malo”.


La Colonia Primavera y los Hutterianos
“¡Otra vez la guerra!”, dijeron los refugiados que llegaron a Paraguay en 1948 al ver paredes perforadas por los fusiles de los Colorados, quienes recién habían encabezado un golpe de Estado. Entre esa comitiva de sobrevivientes a la Segunda Guerra Mundial estaba Kowalski. Entre Chile, Venezuela, Australia, Canadá Venuezuela y Marruecos, el pintor eligió a la Nación Guaraní para rehacer su vida. Pero sus expectativas se disiparon al tiempo de haber llegado. El destino fue la Colonia Primavera, adonde se encontraba la Sociedad Fraternal Hutteriana en medio de la selva y adonde el castellano no se hablaba. Había refugiados de Europa del Este, entre polacos, rusos, ucranianos, lituanos, letones y estonianos. Nada era propio y todo pertenecía a la comunidad, que Kowalski los denomina como una “secta religiosa”. Junto a un joven norteamericano, Kowalski convenció a “los hermanos” de otorgarles un permiso para regresar a Asunción. Llegaron a la capital paraguaya, con unos certificados firmados por los religiosos y buscaron trabajo. Ambos sabían poco castellano. El pueblo estaba lleno de soldados descalzos. Sólo los sargentos tenían calzado. El pintor vendió las pocas pertenencias que tenía y con otros tres compañeros que habían abandonado a los Hutterianos, decidieron partir a la Argentina. Con el asesoramiento de un ingeniero que se hizo amigo de Kowalski partieron hacia Encarnación en tren. En el camino, los soldados descalzos despojaron y destruyeron la camisa azul de uno de los extranjeros que viajaba con Kowalski: ese color pertenece a liberales, antagónicos de los colorados. Cuando iban a partir en bote a la Argentina, fueron detenidos por la policía. Luego, fue liberado por un mayor ruso que pertenecía al ejército paraguayo. Tiempo después y sin dinero, un pescador cruzó el río y lo trajo a Posadas, su actual destino.