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España, el 12 de octubre y los fanáticos

miércoles 18 de octubre de 2023 | 6:00hs.

Tras más de setecientos años de dominio musulmán en la Península Ibérica, fueron expulsados por los españoles en coincidencia con el descubrimiento del nuevo mundo. La purga continuó en el siglo siguiente con el desalojo de más de 300.000 descendientes que no quisieron convertirse al cristianismo.

Luego, ochenta años después, vencieron al Imperio Otomano en la batalla de Lepanto en octubre de 1571; cruenta lucha frente a un enemigo muy superior en naves y soldados en la cual cayeron batidos más de doce mil cristianos por defender el avance musulmán en el Mediterráneo, cuyo objetivo final era invadir Europa y ponerla bajo su dominio. Entonces, se deduce en ucronía pura que, si la vieja Europa hubiera sido invadida por el musulmán, la civilización occidental y cristiana habría desaparecido del mapa, y en el nuevo mundo se estaría hablando el bereber o el tuareg.

En sendas luchas los españoles se metieron a pelear con alma y vida sabiendo a conciencia que no solamente defendían la libertad de su tierra, también luchaban por el ideal de fe católica. Es decir, pelearon en defensa de la patria y la religión en contiendas vitales que significaban la salvaguardia y supervivencia de la civilización, no sólo de la península española, de toda Europa,

Después, ilustres intelectuales de la vanguardia iluminada reconocerían que España en la historia de la humanidad, fue el primer país moral y éticamente en definir y ostentar el concepto de patria sobre un territorio geográfico. Nunca otro antes.

Porciones de españoles vinieron a conquistar las nuevas tierras desconocidas mediante la espada, practicando la esclavitud por medio de la encomienda, la mita y el yanaconazgo. Otros, con sus familias para arraigarse y los menos, de largas sotanas, esgrimiendo el evangelio y la cruz.

Al respecto, los máximos caudillos de las dos fuerzas políticas más importantes del país expresaron: “El descubrimiento de América el 12 de octubre de 1492 es el acontecimiento trascendental que haya realizado la Humanidad a través de los tiempos. Se debió al genio hispano intensificado por la visión suprema de Colón, efeméride tan portentosa que no queda circunscripta al prodigio del descubrimiento, sino que se consolida con la conquista, empresa ésta que no tiene término de comparación posible en los anales de todos los pueblos”. (Hipólito Irigoyen).

Perón expresaba: “La obra civilizadora cumplida en tierras de América no tiene parangón en la historia. Es única en el mundo También hubo yerros, vinieron humanistas y también brutales, pero no olvidemos también que, esa empresa, cuyo cometido la antigüedad clásica hubiera discernido a los dioses, fue aquí cumplida por hombres, por un puñado de hombres que no eran dioses, aunque los impulsara, es cierto, el soplo divino de una fe que los hacía creados a imagen y semejanza de Dios. Como no podía ser de otra manera, su empresa fue desprestigiada por sus enemigos y su epopeya objeto de escarnio, pasto de la intriga y blanco de la calumnia, juzgándose con criterio de mercaderes, lo que había sido una empresa de héroes”.

Por su parte Carlos Malamud, miembro de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. ha expresado:

“Las últimas celebraciones del 12 de octubre mantuvieron una línea de enfrentamientos estentóreos. Pese a ello, o quizás precisamente por ello, no hubo una sino varias maneras de recordar la fecha, algunas enalteciendo el llamado descubrimiento, mientras otras renegaban abiertamente del mismo, convirtiéndolo en un suceso macabro”.

Colón fue la principal víctima de esta efeméride. Y gracias a los dichos de unos y otros, los festejos se transformaron en campos de batalla, donde en torno a la gesta del Almirante y sus consecuencias posteriores se dirimen posiciones encontradas, incluso con altas dosis de violencia. Declaraciones altisonantes, derribos de estatuas, descalificación y satanización de las ideas de los contrarios, devenidos en enemigos, han sido más la norma que la excepción.

Ambos extremos, marcadamente minoritarios, se atrincheran en posturas radicales, que alcanzan a                            los más tibios o condicionan sus respuestas. Esto hace imposible cualquier diálogo o entendimiento entre las partes.

El margen de maniobra sea para intercambiar argumentos, compartir ideas o incluso mantener un mínimo diálogo civilizado, es prácticamente nulo. En este contexto, las redes sociales se han convertido en eficaces cajas de resonancia capaces de transmitir las posturas más viscerales, vibrando por simpatía al son de los discursos más virulentos.

En un extremo, un personaje como Hugo Chávez (artífice de la decadencia y miseria de Venezuela) decía que Colón fue el jefe de una invasión que produjo no una matanza sino un genocidio. De este modo, según su peculiar interpretación, de los 90 millones de aborígenes americanos que había en 1492, 200 años después sólo quedaban tres millones.

En el otro, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, no tiene el menor inconveniente en presentar al indigenismo como una revolución populista y comunista.

Si para unos, los conquistadores, movidos por la codicia y la brutalidad más sanguinaria, simbolizan al imperialismo y la destrucción de las sociedades primitivas, para otros, los mismos personajes sólo son monjes y soldados píos y devotos, interesados en trasladar la fe cristiana y la civilización occidental a los indígenas americanos. No se olvide, nos recuerdan los últimos, que se trataba de pueblos y naciones que vivían en plena barbarie (incluso algunos practicaban el canibalismo) y eran explotados por sus propios mandamases.

En el medio está la inmensa mayoría de los sensatos que piensan con sentido constructivos; razonan que en ese pasado se actuó de acuerdo al pensamiento de la época, posición contraria de los actuales revisionistas que acomodan la historia a sus antojos hermenéuticos y se vuelven fanáticos. Como se sabe, los fanáticos asumen una proposición interpretativa como verdad absoluta y la defienden con tenacidad desmedida sin escuchar argumentos contrarios.

Por suerte, en nuestro país son pequeñas minorías.

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