El señor de la noche

Las tardes de invierno, más si llovizna, se hacen propicias para relatos típicos de duendes y fantasmas que, al calor del fuego, entre mate y mate, surge en la memoria de mi interlocutor. Hombre rústico y amable, vecino de mi chacra y que a veces me ayuda en mis tareas como peón.
No sé qué me inquietaba más, si lo que relataba o las largas pausas que hacía entre oración y oración, ladeando la cabeza, acompañado con un corto y hondo suspiro, mirando a lo lejos, como buscando el recuerdo.
Para llegar a su rancho, hay que cruzar un arroyito, haciendo equilibrio sobre una tabla endeble. Ahí comienza su historia…
¿Sabe doña? Era un día igual que éste, así de frío, ya estaba oscureciendo y yo venía de encerrar las gallinas de la chacra de Doña Paula…(pausa y suspiro)… Cuando encaré para el arroyo, casi me caigo, se me paró el corazón y se me salieron los ojos pa’ juera… (Pausa y suspiro)
El puentecito chispeaba y en la punta, del otro lado, como quien va pa´l rancho, un humo, yo dije: ¡A la puta! ¿Qué será eso? Me fui arrimando despacito, con las patas que me “zangoloteaban” de tanto julepe y se me apareció… (pausa y suspiro). Le juro doñita, que se me pararon todos los pelos del brazo del frío que me agarró, ni la “persignación” me salió. Yo no creía, primero pensé que como estaba “medio encañado” veía cosas, pero no, era él, el mismo Karaí Pyharé… (pausa y suspiro)…
A esta altura del relato yo miraba inquieta la puerta y las ventanas, con voz insegura le pregunté ¿quién es el Karaí Pyharé?
Continuó su relato como si no me hubiera escuchado. El “Señor de la noche” me miraba sin ojos, porque el sombrero le tapaba los ojos y me habló con voz de diablo. Ronco y en otro idioma, igual le entendí. Venía a buscarme. Tenía que pagarle la promesa que le hizo mi madre cuando a ella también le asustó cuando yo tenía fiebre y ella no le pagó… (pausa y suspiro)… Es así nomás, usted promete, usted paga, si no, no le va a dejar, le va a llevar a un hijo o la salud, o a sus animales. Así que le prometí que yo iba a cumplir. No le hablé, le dije con mi cabeza que le iba a comprar caña y tabaquito, se ve que me escuchó porque ahí nomás desapareció…(pausa y suspiro)
¡Bueno doñita, me voy a ir yendo! Dijo, parándose bruscamente, movimiento que me asustó, tan concentrada estaba yo en lo que me contaba. No vaya a ser que me agarre la oscuridad en el puentecito, agregó. Se marchó silbando, dejándome en la cocina, inquieta y preguntándome: ¿Le habrá comprado la caña y el tabaco? No sea que…
Aída Ofelia Giménez
El cuento es parte al libro: Teyú Cuaré, sonata en sol mayor y verde intenso. Giménez es de San Ignacio. Ha publicado además el libro de cuentos Palíndromo