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El reino de los hombres sin sol

domingo 01 de octubre de 2023 | 3:50hs.
El reino de los hombres sin sol

Entre los siglos VI y V a/C. las sociedades de la Grecia antigua se vieron en la necesidad de organizarse. Fue así como individuos bien intencionados pero desprovistos de imaginación, inventaron la fórmula  del poder concentrado que permitiría, a unos pocos, ejercer el poder absoluto sobre el resto.

Decididos a poner orden en las comunidades y proporcionarles un funcionamiento armónico, los pensadores de esa época hallaron en la obra clásica de un tal Aristóteles una propuesta que les vino como anillo al dedo. El erudito entendía que esa organización debía surgir de la “Politikâ”, “El hombre es un ser político por naturaleza” – decía - atribuyendo tal condición a la  tendencia natural  de los individuos de agruparse  en las ciudades griegas denominadas polis.  

Entusiasmados con esa alternativa consultaron a Platón - maestro del primero – quien les dijo: “La forma de gobernarse un pueblo debe ser a través de la observación de la realidad y la puesta a prueba de cambios y mejoras idealistas, función que debe ser encomendada a los seres más sabios de esa sociedad”. Con tal respuesta, el autor de la frase “Los sabios hablan porque tienen algo que decir, los tontos hablan porque tienen que decir algo” dio luz verde a la propuesta de su discípulo, sugiriéndole asignar la misión de observar, cambiar, y mejorar (iluminar a los otros) a los que “sabían” más. Lo siguiente fue preparar una gran boda.

La organización de la vida social debía hacerse a través de la Politikâ, definida en esos tiempos como “los asuntos de las ciudades” y ésta, para llevar adelante su cometido solicitó un consorte y  los pensadores se lo encontraron de inmediato: el Estado. Formalizado el matrimonio, el reino de los hombres sin sol iluminado por la pareja se extendió sobre la faz de la tierra para llevar luz a las  masas que estaban a oscuras y preferían que otros les resolvieran los problemas de iluminación.

La Politikâ adoptó la democracia para orientar la vida de su consorte, el Estado, en base a lo estipulado en una constitución aprobada por el pueblo (también idea del genio  Aristóteles). Como a los vecinos de  ese entonces les gustaba más haraganear que generarse  luz propia, aprobaron todo y con esa bendición y el espaldarazo del voto, la pareja real engendró a sus hijos: los Gobiernos.

En los entretelones del mundo griego que llevó tales ideas al libreto y lo puso en escena, don Estado debía ejercer un poder parcial y organizacional  cuyo objetivo sería representar las ideas del pueblo dentro y fuera del territorio, pero algo se atravesó durante la representación de la obra y todo se salió de control.

 Es que los pensadores olvidaron lo medular: los Estados estaban obligados a ser -por antonomasia- composición y  control de sí mismos (Estado y control del Estado). Sin solución para el autocontrol, los dos aspectos se fundieron en uno solo: el INTERÉS COMÚN. Los Gobiernos interpretaron que las ideas del pueblo eran las de don Estado y que los intereses de don Estado eran los del pueblo y a la bolsa del Estado fueron a parar las ideas del pueblo y su patrimonio incluidos bienes tangibles e intangibles, dividendos, recursos y todo lo producido a lo largo y ancho del reino.

Los iluminadores Politikâ & Estado y sus hijos los  Gobiernos, con total prescindencia de los que venían a iluminar, ejercieron un poder absoluto sobre los seres y las cosas de este mundo y de los mundos circundantes, de tal modo que el reino de los hombres sin sol pasó a integrarse con los cielos, las tierras y los mares del planeta Tierra, sus cinco hermanos y los tres enanos del sistema solar incluidos satélites, cometas, meteoros, meteoritos y  polvos cósmicos.  

La reina y su consorte llegaron a determinar el orden de los días, el curso de las aguas, la dirección de los vientos y el peso de las nubes. En un reino donde la gran masa del pueblo  estaba a oscuras funcionaba mejor el negocio de la compra-venta. El comercio comprendía lo que se movía o estaba inanimado en la superficie, arriba, abajo, en los mares y en el centro de la tierra, pero de la renta, el 99 % se repartía entre los iluminadores Politikâ & Estado, su gran familia y sus asistentes y el 1 % restante se invertía en luz para las masas.

Pasaron los años y los pueblos seguían a oscuras porque el presupuesto del 1 % no alcanzaba. Decretos, leyes, resoluciones, disposiciones y memorandos redactados por Politika y emitidos por el Estado, marcaban los andariveles por donde debían caminar los no iluminados. Así y todo, la cuestión fue desmadrándose. Las masas a oscuras se cruzaron de un carril a otro y a las embestidas entre sí y contra todo lo que hallaban a su paso reclamaron más luz.

En los palacios, Politikâ, Estado, Gobiernos y todos sus dependientes se reunieron a considerar el problema. Tras horas de cabildeos encontraron que ya eran demasiados los que solicitaban luz, que los fondos del pobre cónyuge no alcanzarían para tanta vela y que en su andar a ciegas los pueblos habían contaminado el reino generando un cambio climático de gran envergadura que a la larga obstaculizaría el comercio impidiendo la recaudación.

Sin saber qué hacer –para eso ya habían transcurrido dos milenios del advenimiento del reino - los esposos Politikâ & Estado contrataron los servicios de un adivino de nombre Maquiavelo a fin de que los ayude a solucionar el dilema. El brujo les dijo: “El arte de lo posible consiste en hacer imposible la luz para quienes no puedan generarla...” Sus majestades agradecieron efusivamente la oportuna meditación y acto seguido suprimieron el 1 %  de la iluminación.

Sus hijos se ocuparon entonces – con esos recursos- de levantar un gran monumento al maquiavélico sujeto y el resto lo invirtieron en la construcción de una serie  de estatuas de sí mismos y las fueron colocando en los portales de acceso a los palacios reales que ya sumaban más superficie que la que hay en los dos polos juntos, algo así como unos treinta y cinco mil millones de metros cuadrados.

La vida siguió su curso en el reino de los hombres sin sol y esta vez, sin luz  - como al principio- y con un enorme aparato monárquico que mantener, los hombres a oscuras tuvieron que dejar de haraganear para procurarse iluminación y al mismo tiempo alimentar a doña Politikâ, a su consorte el Estado, a sus hijos los gobiernos y las grandes familias que crearon, a sus dependientes, instituciones, cámaras, sistemas, aparatos, organismos y delegaciones y, como si fuera poco, sus empresas, palacios, aviones, barcos, automóviles, saunas y todo lo que acumularon arriba, abajo y en el centro de la Tierra.

Los pensadores actuales agotan sus neuronas tratando de encontrar la fórmula para retroceder unos dos mil quinientos años y volver a la polis cuando el aire era gratis, el agua también y cada uno decidía si se iluminaba o se dedicaba a la holgazanería,  a la meditación, a la música, a observar el vuelo de las aves para interpretar el oráculo o, simplemente, a ocuparse de cosas tan triviales como Doña Politikâ y don Estado.

 

Norma Nielsen

 

Nielsen es cuentista, poetisa y compositora de música. Tiene varias publicaciones y participó en antologías.

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