El tío Nene
Era el menor de la saga de nueve hermanos. Por lo tanto, el más mimado y malcriado de la familia. Coqueto, prolijo, de ojos azules profundo, alto y bien dado, era suceso entre las mujeres jóvenes y no tan jóvenes de la pequeña y naciente localidad de A. del Valle, allá por los años sesenta.
Guapo, pero bochinchero y ocurrente como el solo. Entre sus hazañas se cuenta una muy pintoresca: mi padre tenía un importante emprendimiento de despacho de carne y fábrica de chorizos, el tío Nene, con otros peones solía hacer reparto de carne en una jardinera tirada por un burro; el que solía empacarse y caminar solo para atrás. Hete aquí que el tío Nene, desató los arneses y puso al burro al revés. De ese modo llegaba de casa en casa distribuyendo la carne.
Así como pícaro, era bochinchero, en múltiples ocasiones mi padre, debió sacarlo de la comisaría. Su amigo fiel, era un peón, morocho, siempre bien peinado a la gomina y bigotes cuidados llamado Alberto Bueno. Cada Domingo Alberto, se vestía de gaucho, con botas, espuelas, bombacha, sombrero y facón cruzado en la espalda, así salía de juerga. Yo era un niño de escasos años y andaba mezclado entre la peonada, a veces molestaba, entonces me ponían dentro de una bolsa de arpillera y me colgaban un rato en un gancho de carnicería, donde comiendo rapadura con galletas, solía quedarme dormido.
El tío Nene, enamoró y embarazó a la hija de uno de los hombres más rico de la floreciente novel comunidad, eludió la responsabilidad, huyendo al Brasil, después de un tiempo se ubicó por la zona de 25 de mayo, cuando la circunstancia apretaba, huía al Brasil. Las cosas se fueron diluyendo y se afincó tranquilo en un eje de vida que comprendía A. del Valle, Aristóbulo Chico, Cerro Moreno y 25 de mayo.
Cuentan que en una ocasión tío Nene llegó a un baile en Aristóbulo Chico, al entrar una comisión policial lo increpa: conoce a un tal Nene de tal, pregunta el sargento, tío Nene, le clavó sus ojos azules, le dijo: yo jamás vi a ese hombre y temiendo ser prendido por la ley salió del salón corrió cinco kilómetros, luego caminó, hasta Aristóbulo del Valle, unos veinte kilómetros. Temprano mi padre lo encontró acostado sobre un pellón, bajo una planta de mandarina, intuyendo la respuesta mi padre le preguntó: que hacés tirado ahí, le respondió, vine a visitarte.
El tío Nene era habilidoso, mi padre compró una coqueta camioneta Ford A, para mejorar su negocio, fue el tío Nene quien pintó en la puerta el logo de la empresa.
El tío Nene vivió múltiples aventuras como peón y tropero. Mi abuelo materno Don Dinarte, le jugaba al mocetón bromas pesadas. Un día de fuerte tormenta en un arreo de ganado, Don Dinarte le dice al joven asistente que entrara al cementerio, que cerca de tal sepulcro había una nidada de gallina, que trajera algunos huevos, para el reviro. Los troperos se tapaban con capas de fieltro que llegaban hasta el suelo y los cubría todo el cuerpo y parte del anca de caballo. Tío Nene, se aprestó a cumplir la orden del patrón, el tiempo anunciaba tormenta, truenos y relámpagos le daban una lúgubre imagen al atardecer. Don Dinarte lo miraba de lejos montado aún como si fuera un fantasma, detrás del humo de su cigarro de hojas de tabaco.
En eso escucha un grito: ahhhh, muerto de m… acá dejo tus huevos. Es que la capa se le había enganchado en una cruz de hierro y cada vez que intentaba salir del lugar, le tironeaba. Las risas sonaban en el campamento, con Alberto, Tío Nene, Cambá (otro peón) y mi abuelo Don Dinarte, tras las chanzas, Alberto fue a buscar la capa y los huevos.
El tío Nene, se perdió en el tiempo como se pierden las flores en los bosques.
Diego Luján Sartori
Sartori es docente y periodista. Reside en San Vicente. Publicó ocho libros personales y participó en veinte antologías