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El ostracismo del General San Martín

miércoles 16 de agosto de 2023 | 6:00hs.

El todavía joven ex general de Ejército argentino, a punto de cumplir los 51 años de vida, se encontraba apoyado en la borda del barco que lo trajera de Europa. Había concluido la guerra con el Brasil y en esas circunstancias quiso volver para ultimar cuestiones personales. Tras la espesa penumbra apenas divisaba la cercana Buenos Aires, la capital del ex virreinato del Río de la Plata, que lo hizo recordar tiempos pasados donde luchó por liberar ese pedazo del sur de Sudamérica del yugo español. Cosa rara, del lugar donde nació, Yapeyú, no recordaba nada, sólo chispazos acuñados en su mente de algunos momentos experimentados en un chico de cuatro años, pues a su padre, el Teniente Gobernador, el virrey Bucarest lo había trasladado a Buenos Aires a cumplir otras funciones y, años después, toda la familia regresó a España donde José, tras recibir excelente educación en buenos colegios, se incorpora como cadete al Regimiento de Infantería de Murcia, debutando por primera vez en un combate en Orán, al norte de África, cuando recién había cumplido los 13 años. El mozalbete se había convertido en hombre y como tal combatió a los franceses de Napoleón que, por mérito propio en el campo de batalla, recibió medalla de honor y ascensos hasta el grado de Teniente Coronel.

Corría el año 1810 y en Buenos Aires estalla en mayo la revolución que voltea al gobierno español. Enterado el joven militar decide con un grupo de otros jóvenes militares regresar a su patria primigenia para sumase a la gesta libertadora. Pero éstos, al observar la indecisión del gobierno por darle ímpetu a la revolución, deciden dar un golpe de Estado en 1812 (el primero del presunto país en formación) con la organización de un segundo triunvirato. De ahí en más le encargan al joven militar organizar el escuadrón de granaderos. Entonces se pregunta ¿con qué hombres formar? Y en su mente tallaron recuerdos. Se agolparon hechos ocurridos en Misiones, su patria chica, de luchas entabladas por los originarios de entonces por lograr libertad y dignidad. Gestas que tuvo conocimientos en sus vivencias en la vieja España. Por caso la batalla de Mbororé que salvó a la Mesopotamia, la Banda Oriental y Paraguay cayeran en manos lusitanas, la recuperación de Colonia del Sacramento a sangre y fuego, en fin... Por eso volvió la mirada al lugar de su nacimiento y formó con los tapes de Misiones y mestizos correntinos sus granaderos a caballo. Cabral es el ejemplo. Con ellos, de profunda raigambre y pertenencia del suelo donde nacieron, sumó a los rudos cordilleranos con igual arraigo y formó el gran ejército andino. De esta manera se explica por qué ningún gaucho bonaerense desarraigado figurara en su tropa.

Agradeció profundamente a su amigo el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón que, confiando en él, lo nombrara general en jefe del Ejército de los Andes. Pero esa amistad se resquebrajó cuando tras la batalla de Maipú que selló la liberación del Chile, Pueyrredón propicia la invasión portuguesa de la Banda Oriental para combatir a Artigas y le ordena a San Martín que baje con su ejército y encabece la represión de los orientales. San Martín se niega y le aclara que “jamás desenvainará su espada para derramar sangre de hermanos”. Además, lo hace saber en cartas personales a los jefes federales. A Artigas con este encabezamiento: “Mi más apreciable paisano y señor”. A Estanislao López, del mismo tenor lo trata de “Paisano y muy señor mío”.

Seguía en el barco a la espera que lo llevaran a la ciudad cuando recibe la visita de su amigo Tomás Guido. Tras saludos y cordial abrazo éste le cuenta que el antiguo Capitán del cruce de los Andes Juan Lavalle, ahora General, se había insurreccionado con sus tropas y volteado al gobernador Manuel Dorrego, culpándolo tras la firma de Paz con Brasil la pérdida de la Banda Oriental. Luego de la asonada lo mandó a fusilar sin previo sumario en los campos de Navarro, desatando una guerra civil que recién terminaría en 1852.

Ofuscado se preguntó ¿qué anatema desune a los hermanos del Río de la Plata que no pueden unirse para lograr una república como sucede en el norte con los Estados Unidos? Y punto seguido se le vino a la mente aquella vieja maldición que corría entre los nativos de Yapeyú y que su padre en una ocasión lo relatara.

Fue –dijo el autor de sus días- en aquella ocasión en que los bravos misioneros libraron la batalla de Caibaté el 10 de febrero de 1756 contra las tropas unidas de españoles y lusitanos, significando el fin definitivo de la república misionera jesuita y guaraní. Los tercos misioneros –continuó su relato- se negaron a entregar los siete pueblos de las Misiones al este del Río Uruguay a cambio de la Colonia del Sacramento que ellos mismos habían reconquistado violentamente para España en el año 1680.  Ya en el frente de batalla el gran Mburuvichá lanzo esta terrible maldición:

“¡Escuchen, malditos portugueses y españoles!

Hasta ayer, enemigos; hoy, se unen para destruir y hacer el mal a gente humilde y sin maldad, a ciudadanos que viven en libertad por la gracia de Dios. Se unen circunstancialmente por codicia sin conformarse con lo que tienen, y cual avaros desean más y más en la creencia de que la felicidad reside en la riqueza material. Ahora nos echan de nuestras tierras que supimos labrar con dignidad; de nuestra Nación constituida sobre la base de una sociedad comunitaria junto a los treinta pueblos misioneros, pero a ustedes también los echarán en un futuro no muy lejano, y no por trabajar la tierra dignamente, sino por absolutistas, por mezquinos, por ladrones y asesinos de inocentes. Hoy ustedes unidos están destruyendo nuestra nación

¡Por esto, malditos, los maldigo!”.

Rumbeando la vuelta en barco hacia la vieja Europa a su ostracismo definitivo, el Capitán General de los Andes que liberó a la Argentina, Chile y Perú del yugo español, meditando se preguntaba ¿Qué destino le deparará el futuro a mi patria?

General, contestaría el destino. A su patria la corroe en el presente una profunda grieta que desune a sus habitantes, quiera Dios que surjan nuevos políticos que realicen un pacto tipo La Moncloa y superen esta desunión.

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