La moneda oxidada

domingo 13 de agosto de 2023 | 3:54hs.

La encontré entre un par de monedas viejas dentro de una caja de metal. Sus caras no tenían efigie, cruz, ni cifras que la identificaran. Sus bordes estaban mordidos por el óxido y el sarro acumulado por el tiempo y por los efectos de las inclemencias de vaya a saber cuántos eones. La cepillé levemente, sabiendo que esto no lo debía hacer ya que podría dañar alguna de sus características. Algunos relieves aparecieron sobre la superficie y la certeza de que su metal era de cobre, pero mucho más no. Con mis pocos conocimientos de numismática pude entrever que podía ser una moneda de cierto valor, no por el cobre, ni por acuñación, intuía que había alguna otra cosa que la hacía importante. Es llamativo que era la única moneda en la cajita que tenía estas características, ya que las otras eran todas de edición bastante más reciente. Había dos o tres monedas de otros países, como Alemania, Japón y Estonia, de una fecha más antigua, pero no más allá del inicio del siglo pasado, es decir del veinte. Recuerdo que la cajita la había traído, hace unos años, mi padre de la casa de sus padres al momento de fallecer el abuelo, supongo que como un simple recuerdo. La cajita quedó en mis manos, en la "distribución de herencia" como llamamos entre los hermanos al reparto de los pocos bienes que tenía papá. Había cosas de más valor, estaba la pluma con el tintero de vidrio grueso, el gran reloj de pared que funcionaba a cuerdas de más de cien años y un pequeño reloj de bolsillo de oro que tenía el escudo de familia y el monograma, con las iniciales del nombre del tatarabuelo, pero preferí quedarme con esta cajita.

Desde temprana edad había desarrollado el interés por las monedas, a partir de que encontré algunas debajo del piso de madera del gran caserón donde vivíamos, y después de que mi abuela materna me legara una cajita de madera con algunas monedas y medallas de las dos grandes guerras. Estas condecoraciones al honor pertenecientes al bis abuelo y al abuelo, se correspondían a la guerra en que participaron. Las monedas eran de la pre guerra y ostentaban el águila y las especificaciones en sus caras del gran reino alemán.

Para descubrir alguna de las características de mi oxidada moneda tomé la lupa y la analicé con mucha atención. Tenía una leve rugosidad, era el relieve, que daba la impresión de ser un escudo, al igual que en el anverso. En mi desesperación por descubrir algo más la volví a lavar con una lejía de jabón blanco y le pasé suavemente un cepillo de uñas, pero igual nada pude descubrir. La guardé de nuevo en la cajita una vez que la hubiera secado con toda precaución.

De tanto ocuparme y preocuparme del herrumbrado cospel tuve un sueño. Sucedió que me vi a mí mismo yendo a ver a David Millenreinstein, un sabio de larga barba blanca, nariz respingada, ojos curiosos y una tez cetrina, para que la analizara. Al llegar, con una orden y absoluta decisión, me pidió la moneda oxidada. El pensamiento que se me cruzó fue el de  preguntarme  cómo esta persona sabía de qué tenía una moneda oxidada en mi poder. Se la entregué al docto, que a su vez era filatelista y numismático, a juzgar por los escaparates llenos de colecciones que había a sus espaldas. La comenzó a auscultar con exhaustiva atención dando visos y señales, en sus gestos, de estar descubriendo algo de sumo interés. Hizo un momento de silencio, me miró fijamente con sus anteojos gruesos como fondo de botellón, y me dijo:

—Esta moneda no puede salir de aquí, porque ella, usted y yo corremos peligro. Alguien está detrás de este tesoro que tiene un valor incalculable, pero no en dinero, sino por otras cuestiones, que a su debido tiempo le voy a informar.

—Pero no puedo dejarle a usted esta moneda así nomás, y tampoco la pienso vender todavía, por lo menos hasta tanto no tenga la certeza de su valor —le espeté.

—Mire, valor lo que decimos valor, en dinero, no tiene. Tiene otro valor, que ahora no se lo puedo confirmar, porque aún me quedan algunas cosas que resolver.

— ¿Resolver?

—Sí, sí, resolver, ya lo iremos resolviendo, así que vaya tranquilo.

—Creo haber sido claro, yo sin la moneda no me voy...

El hombre extrajo del bolsillo de su blanco delantal otra lupa y un pequeño bisturí con el que comenzó a manipular sobre la moneda. Esto exasperó mis nervios ya que con algunos rayones o marcas en la superficie esta perdería aún más del poco valor que ya de por sí tenía.

— ¿Usted sabe que con esta maniobra puede dañar severamente la moneda?

—Ya lo iremos resolviendo —volvió a afirmar el erudito, que tenía un aire de científico o al menos de entendido en la materia.

—¿Usted no la puede datar de otra forma?

—Sí, la puedo disolver en ácido y después datar el material disuelto mediante una ecuación kineticoquímica que nos dará el resultado cierto.

—No gracias, ya que me quedaré sin la moneda...

—Eso es muy cierto, pero usted tendrá la fecha de la aleación y por lo tanto sabrá la fecha estimativa de acuñación, teniendo por ello el dato de la serie y con un poco de investigación sabremos cuales eran las imágenes de la cara, de la seca y de su valor nominal.

—Pero ya no tendré la moneda...

—No tendrá lo que usted supone ahora una moneda. Usted decide.

—Prefiero tener la moneda en mis manos.

—Una moneda oxidada sin valor alguno.

—Tendrá para mí el valor del recuerdo, y tal vez, el de seguir desafiándome a buscar su verdadero valor.

—Esto es cierto, pero seguirá siendo una moneda oxidada, en cambio si la sometemos a la investigación y al análisis, que yo le propongo, usted tendrá todos los datos sobre ella.

—Sigo insistiendo, prefiero quedarme con la moneda, o lo que se supone es una moneda...

—Pero recuerde, usted está anteponiendo el valor material, que en realidad no lo tiene, por el bien cultural, el del conocimiento, el del saber. Me parece que es muy básica su mirada sobre esta cuestión, poner por encima del saber y del conocimiento, el valor material, pero sobre todo el de la posesión, el énfasis del poseer, algo de escaso, es más diría de nulo valor, por sobre el saber.

Me desperté de un sobresalto, creo que el haberme quedado sin argumentos me angustió. Me levanté, tome un vaso de agua, cerré la ventana por la que entraba un aire muy fresco. Al prender el velador y mirar a la mesa de luz, me encontré con la moneda oxidada, respiré hondo. La tomé en mis manos, la volví a mirar con la lupa, el extraño brillo rojizo del cobre y las indefinidas rugosidades me atrapaban como si la moneda quisiera hipnotizarme. Es cierto, intuitivamente sabía que era mucho más que una moneda oxidada y ella algún día me develará su secreto. La arrojé dentro del cajón de la mesita de luz y me fui a dormir. Al levantarme en la mañana me había olvidado de la extraña moneda.

En las fuentes de las plazas es muy común ver monedas dentro del agua. Las personas las arrojan allí con el pedido de algún deseo, que ha de cumplirse a contra entrega de la moneda, debidamente arrojada. Algunos las arrojan de espaldas, es decir mirando en sentido contrario a la fuente, con la mano derecha por sobre el hombro izquierdo, es decir pasando por sobre el corazón. Otros cuentan hasta tres, la arrojan elevándola al aire con el pulgar estando la moneda sobre el índice debidamente recogido. Cuentan hasta tres pidiendo a su vez esta cantidad de deseos para que, de esta tríada, alguno se cumpla. Esto tiene un origen muy antiguo, tiene que ver con las fuentes en Grecia y en Roma. En la primera muchas fuentes tenían la categoría de oráculo ya que se podían obtener respuesta a alguna pregunta relacionada al futuro. En cambio en Roma, por ejemplo, esta la Fontana di Trevi, la fuente entre las tres calles, donde los peregrinos suelen tirar tres monedas, la primera para la suerte, la segunda para encontrar un amor y la tercera para sellar las paces y el compromiso con ese amor encontrado y en lo posible contraer matrimonio y llevar una vida feliz en pareja. Es en estas fuentes donde algunas monedas oxidan. Siempre me pregunté qué pasa con las monedas de las fuentes, supongo bien cuando pienso que muchas, por el poco valor nominal o por su deterioro, van a parar a la basura. Pero ¿y las otras? ¿Las que tienen valor por ser extranjeras y su interés numismático a dónde van a parar? ¿Habrá disposiciones de qué hacer con las monedas cuando se limpian las fuentes? Dos noticias en este sentido me han llegado en los últimos tiempos, una de la fuente de mi ciudad, donde el poder público encomendó a la empresa de jardinería que pone las plantas acuáticas para la fuente, limpie y ponga en condiciones la misma. Al preguntar que había pasado con las monedas, la encargada  me contestó que la tiraron a la basura con el barro, los vidrios y el plástico que los turistas arrojaron en ella. La otra noticia fue que en las cataratas del Iguazú por el día del medio ambiente colaboradores brasileros y argentinos rescataron casi ciento sesenta kilos de monedas de más de 40 países, que por ser perjudiciales al ambiente y a los animales, se extrajeron y se destinaron a una acción ambiental dentro del ámbito del parque. Muchas estaban oxidadas e inservibles.

En uno de mis viajes a la cuidad de Córdoba lleve mi moneda oxidada para hacerla ver a un comprador de antigüedades, porque me parecía que por ahí podía estar el valor de dicho cospel. A Mauro Molina lo conocí en el Paseo de las Artes, en la esquina del pasaje Revol y Belgrano, donde hay muchos puestos. Este paseo con tiendas de venta de la más variada elección entre artesanías, antigüedades y cosas usadas, es todo un mercado de pulgas. Nos quedamos charlando cuando le pregunte de las monedas que tenía a la venta en un plato. Descubrí su pasión y su conocimiento en el tema,  cuando le comenté de mi pequeño tesoro oxidado me invitó a visitarlo a su local de venta en una galería del centro. Fui con la calderilla y al igual que el sabio de mis sueños la puso bajo la lupa y la analizo con toda parsimonia.

—Esto es un misterio...

El comentario me dejó atónito y expectante.

—Siempre uno descubre cosas nuevas —Volvió a tomar la palabra don Molina, auscultando el cospel— Parece ser una moneda muy antigua, no es de un metal valioso, pero a juzgar por el óxido debe tener una aleación, con el cobre, que la hace sensible a las injerencias climáticas.

—Pero, ¿Cuál es su valor? —Pregunté ansioso.

—No, valor en pesos o en metal no tiene ninguno. Tiene algo que habría que descubrir, su tamaño, su presencia y su destello me dicen de algo, más allá del valor nominal. Tiene como un valor trascendental que se percibe, pero que es muy difícil de definir o valuar.

—Ah... —Respondí desilusionado aunque con cierto sentimiento de intriga, ya que la escena me recordaba al sueño que había tenido.

—Tome guárdela, en algún momento usted descubrirá cual es el valor de esta chapita oxidada.

Tomé con cautela, pero con cariño, mi moneda oxidada, a la que el experto le había sacado una foto con su celular.

—Dentro de un tiempo me va a visitar un eminente numismático, yo le muestro la foto. En todo caso yo le aviso y usted venga con la moneda para que la analicemos juntos, en una de esas se nos abre un viso de certeza en esta incertidumbre que hay alrededor de esta moneda. Pero cuídela mucho, intuyo que algún valor puede tener.

Me despedí de don Molina mirando sus escaparates llenos de colecciones de monedas, estampillas y antigüedades.

—Seguramente mi moneda no vale nada, sino este hombre ya me la hubiera comprado —pensé para mis adentros.

Cada tanto me reencuentro con la calderilla corroída, vaya a saber por qué extraño sortilegio en el fondo de la cajonera, la tomo en mis manos tratando de descubrir algún indicio sobre la cara y la ceca, intuyendo que seguro lo voy a descubrir. Mientras tanto la guardo cual tesoro, seguro de tenerla, más allá de que el conocimiento y el saber, por ahora, me quede velado.

 

Waldemar Oscar von Hof  

 

Inédito. Von Hof publicó los libros De letras y tierra roja, Siesta en el río de los pájaros, De letras chicas y anotaciones al margen, entre otros.

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