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Mojón Grande, una leyenda en pago que crece

miércoles 26 de julio de 2023 | 6:00hs.

Según cuenta la leyenda del guarán, a las cinco de la tarde de aquel 11 de marzo de 1641 estalló la gritería de los bravos defensores al darse cuenta de que la batalla anfibia en Mbororé, librada en el río Uruguay y en tierra firme de la costa, estaba ganada. Los mamelucos y tupíes que huyeron selva adentro fueron perseguidos implacablemente, hallando horrible muerte a manos de los guaraníes o entre las garras de las fieras. Otros, desesperados, caminaron kilómetros y kilómetros por hallar algún resguardo, pero sólo hallaron selva y más selva voluminosamente enmarañada, dificultando el camino del hombre convertido en invasor al destruir obligadamente la vegetación a su paso. Es el momento en que la selva, insensible a los conflictos humanos, reacciona como ser viviente y activa con saña feroz sus mecanismos defensivos. Se vuelven agresivos las ramas, las espinas y el matorral. Las alimañas atacan, las víboras reptan belicosas, los mosquitos se abalanzan impiadosos, las miasis se multiplican, las fieras enloquecen oliendo carne humana prestos en atacar a los dolientes fugitivos. Ellos, desesperados, cortaron árboles y armaron improvisada empalizada circular para guarecerse de posibles perseguidores, en un sitio que, en el tiempo, se conocería como Mojón Grande. 

No dormían o lo hacían mal por culpa de la inmensa carga de adrenalina que se expandía hasta los tuétanos en sus tensos cuerpos. Pasaban en vela hasta la madrugada excitablemente aterrados. Tampoco se animaban a desertar pues sabían que si los agarraban, los liquidaban apenas los hallaban. Crispados por el menor ruido se asomaban a la empalizada para distinguir algún movimiento extraño. Nada observaban, aunque ceñudos trataban de visualizar algún bulto en la oscuridad indescifrable pese a la claridad de la luna. Los viejos descubierteros apoyaban sus oídos en el suelo tratando de escuchar los pasos de posibles atacantes. Ni siquiera tenían disponible algún pulguiento yaguá para que con su sexto sentido olfateara el peligro del enemigo acercándose.

-¡Por Dios Nuestro Señor! -gritaron de terror los vigías apenas la mañana comenzó a esclarecer con los primeros rayos solares. La pavura se extendió por el recinto que incitó a los demás a agolparse atropelladamente contra las vallas. A la gritería infernal siguió el silencio del espanto. Ocurre cuando el golpe de la contemplación es tan impactante que enmudece al individuo; en este caso al grupo que, estupefacto y lleno de asombro, contemplaba el objeto del horror allí colgado frente a ellos. Con ojos agrandados por el terror los distinguieron amarrados de las manos a las ramas de los árboles circundantes los cuerpos de treinta y tres componentes del otrora orgulloso ejército bandeirante. Pendían en abanico y en el medio de los occisos la figura robusta del jefe bandeira en posición grosera y humillante como para aquel que en vida fuera amo y señor de tantos esclavos; del que formara parte de los que arrearon como bestias a más de quinientos mil seres humanos al trabajo forzado; del responsable de asesinar a miles de ancianos y desvalidos como piezas descartables; del que vio caer a otros tantos indígenas que no aguantaron el peregrinaje hacia el calvario, cadáveres y cuerpos con vida abandonados en el medio de la selva a merced de las fieras y las carroñas. Ahí colgado estaba, pues, el tan poderoso señor de los esclavos…

Desesperados, los infelices rompieron la poca unidad que los unía y huyeron a la disparada con la moralina del “sálvese quien pueda”. Corrieron hacia el monte y cayeron en manos de los hermanos guaraníes que se comportaron, no como soldados en la guerra, sino que se habían transformado en seres irracionalmente vengadores.

Y en la batalla de Mbororé sus odios y temores acumulados los descargaron con inusual violencia, tanto que no perdonaron ni tuvieron piedad con los vencidos. La persecución fue terriblemente cruel a tal punto que, el gran Mburuvichá les recordó a los curas jesuitas: “De ustedes hemos recibido la mejor educación, digna de los mejores centros de estudio, y nos enseñaron muchas otras cosas, entre esas, a no ser esclavos ni a jamás esclavizar. Pero no nos enseñaron cómo tratar al enemigo que viene por nuestras vidas. No obstante, cumpliremos a nuestra manera el no esclavizar”.

Hoy en este lugar en que de acuerdo a la tradición guaraní ocurrieron estos hechos está creciendo un precioso pueblo, Mojón Grande; para el viajero que llega, sorprendido, una postal para los ojos enclavado en plena serranía misionera.

De clima subtropical y con más de trecientos metros de altura sobre el nivel del mar, contiene suelo toscoso con niveles excelentes en materia orgánica que la vuelve ideal para el cultivo de la caña de azúcar mediante el manejo de prácticas agrícolas.  La zona tiene gran ventaja particular sobre otras de los alrededores por las pocas heladas del entorno, facilitando el desarrollo de esta planta cañera de nombre científico Saccharum officinarum, lo que permite un lapso de tiempo más largo de la zafra. Actualmente, el azúcar más producido en todo el mundo por encima del azúcar de remolacha.

Los agricultores dedicados al cultivo de la caña se organizaron en una cooperativa, Mojón Grande Limitada, en la cual vienen elaborando azúcar de manera artesanal con la marca “Mascabo”. Tienen como proyecto empresarial emprender la construcción de la planta de acopio, elaboración y envasado, cuya finalidad es dar previsibilidad en la comercialización.

La visita del vicegobernador Carlos Arce el jueves 20 pasado al municipio, acompañado por el ministro de Industria, fue para observar y dar apoyo a las instalaciones de la cooperativa que se está llevando a cabo, y el trabajo de marketing que viene haciendo ese ministerio a favor de la elaboración de azúcar de manera artesanal. En la ocasión fueron atendidos por el Jefe Comunal Adrián Solís, gran impulsor del proyecto cañero, tal vez, pensando: “Mojón Grande, lugar del azúcar artesanal”.

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