Destino

Siete meses ya… y las imágenes de aquel día no asimilado aún a su vida, regresaban como en un film repetido.
-Mami, teléfono desde Montevideo.
Se le contrajo el pecho. Tomó el tubo sabiendo de antemano la noticia.
Hola…
…..
- Sí, cuándo… bueno. Salgo inmediatamente. Sí, que alguien me espere en el aeropuerto.
Y así como estaba, apenas unas ropas en el bolso, con la mente en ese hombre enfermo desde hacía años, a quien cuidó casi hasta el último momento, partió. No había sido tan solo su padre, sino un compañero con quien compartir el crecimiento de las pequeñas plantas de araucarias, en los viveros. Y el trasplante, después, en hileras parejas, soldaditos verdes, guardianes y promesas. Fue el hombre que le transmitió toda una filosofía de vida, la entereza ante los malos momentos, y el saber vivir cada instante disfrutándolo. ¡Y no haber estado allí, aferrándole la mano, precisamente en sus últimos instantes! Habrá estado mamá, pobre, tan sometida siempre. ¡Si hubiera tenido mi carácter! Y los evocaba, juntos, pero no felices.
El velatorio, los parientes, el desfile de amigos de otra época – esa infancia casi extraña en el Uruguay – los preparativos, los detalles desagradables siempre a su cargo, como si no tuviera hermanos. La primera muerte en la familia. Sabida de antemano, pero difícil de afrontar. Su padre era la figura fuerte, irreemplazable. Y todo quedaría sobre sus hombros. ¡Si al menos hubiera nacido hombre!
- Señora, el camión que salió ayer con el machimbre, para Buenosaire, se quedó en Corriente…
- ¡Qué pasó!
- Rompió punta de eje…dicen que la carga está ladeada. Vamo’ a tené’ que i’ con ausilio…
- Llámelo a Don Basilio…¡lo que nos faltaba!
La irrupción brusca de sus pensamientos la llevó, pese a todo, al fatídico día.
- Isa, una llamada desde Paso de los Libres.
- Alguien que se habrá enterado…
- Hola… ¿Quién?... ¿La Policía?... Sí, soy yo… ¿Cómo dice?... Perdón, no lo escucho bien… Sí, soy esa persona. Sí, un Sierra rojo… Sí… ¡Los chicos! ¡Por Dios! ¿Cómo están? Usted Me está mintiendo, dígame la verdad! Sí, sí, Hola! Hola, hijo! ¡Qué pasó! ¿Están bien? ¿Y la nena? ¿Dónde?...¡Voy para allá!
(Qué absurdo! Esto no puede estar pasando. Es una pesadilla. Voy a despertar en cualquier momento.)
- ¡Qué pasó?
- Un accidente… en Paso de los Libres… Nando se mató… dicen que los chicos están bien…
Ese día, cuando recibió la noticia de la muerte de su padre, ella tomó el primer vuelo a Buenos Aires y de allí, a Montevideo. Su esposo iría con los hijos en auto, cruzando por Salto, para llegar a tiempo, antes del entierro. La lluvia torrencial, el cansancio, el sueño, la noche… También sus hijos podrían haber muerto.
Pero sobrevivieron. Uno, estudiando la misma profesión que el padre, en Corrientes. Los otros dos, aún en la secundaria. Y ella, al frente de la forestación, el aserradero, las plantaciones de pino. No era nada fácil, pero tuvo que seguir adelante.
Si alguien le preguntara de dónde sacó fuerzas… no sabría qué responder. O sí. Pero esa respuesta no se la podía dar a cualquiera.
La noche cae de pronto sobre los pueblos del interior. Con esa calma, esa dulzura de los ánimos en paz. Lentamente se van encendiendo las ventanas de cada casita, de madera la mayoría. Se oyen voces en el camino. Ladra algún cuzquito garronero. Olor a guiso, a frituras. Idílico el pueblo.
La soledad, en su pecho, es una cuña que se hunde con un dolor ya familiar, ya conocido.
Rosita Escalada Salvo
El relato es parte del libro Pombero en el maizal y otros cuentos. Escalada Salvo ha publicado más de treinta libros de cuentos, poemas, novelas, teatro y antologías compartidas.