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Klepsidra

domingo 09 de julio de 2023 | 3:56hs.
Klepsidra

-Una cuestión de tiempo, espera y verás-

 Había una vez, hace mucho mucho tiempo, creo que incluso era un tiempo anterior al tiempo anterior nuestro, una tortuga que se llamaba Klepsidra. El nombre se debe a que, como los antiguos relojes de agua, ella marcaba, vivía y contenía todo el tiempo del mundo. Es más, tenía tanto tiempo que no sabía qué hacer con él, lo gastaba, lo regalaba o lo dejaba en las esquinas de la plaza para que alguien que no lo tuviera lo tomara, lo ocupara o simplemente fuera un pasamano del tiempo existente por demás. Klepsidra vivía con tanto tiempo que a veces simplemente lo inflaba en pompas de jabón y los largaba al viento. Estas pompas de tiempo remontaban por los aires circulando libremente por el firmamento,  a veces dos o tres globos celestes se unían a algunos blancos y jugaban a ser nubes que iban cambiando de forma a lo largo y ancho del cielo, a medida que pasaba el tiempo. Otras veces se reunían los globos de los siete colores y armaban un gigantesco arco iris que impresionaba a los niños y a aquellos que se tomaban el tiempo de apreciarlo. La tortuga iba feliz por la vida derrochando lo que más le sobraba, tiempo. Caminaba despacio, muy despacio, ya que no tenía miedo de llegar tarde, se paraba a pastar un poquito del césped del parque, a masticar alguna flor o comerse toda la borraja que se le ocurriera del terreno al lado de los caminos que llevan a lejanos países y a perdidos mundos a los que ya nadie se arriesga.

Un día, muy temprano, cuando aún estaba mateando vino a verla una golondrina. Era una de esas avecillas negras que en el verano sobrevuelan apuradas nuestras ciudades y campos cazando insectos, haciendo sus nidos, criando sus hijos y en el otoño parten raudamente hacia otras latitudes escapando del fresco invierno. Sus padres al ver su apuro, y siempre falta de tiempo, le pusieron de nombre “Centésima” porque en cada centésima de segundo estaba en otro lado, andaba siempre apurada y nunca le alcanzaba el tiempo. Con apuro y sin querer perder tiempo se puso a hablar pidiendo:

—Klepsidra, ¡Necesito un poco de tu tiempo!

—Con gusto —Le contestó— ¿Cuánto necesitas?

—Todo el que tengas

— ¡No, eso no lo puedo hacer! Todo tiene un límite y una medida. Puedo dártelo en horas o envuelto en pompas, hasta puedes elegir el color...

—Dos globos amarillos y veinte minutos más… son los que necesito para demorarme antes de partir hacia el norte.

Klepsidra se lo dio gustosa ya que, lo que le sobraba era precisamente eso, tiempo.

Al principio dialogaban mucho sobre la realidad del tiempo, Centésima afirmaba que todo estaba sujeto a las horas, al minuto y al  segundo. Lo que se hacía o se dejaba de hacer estaba condicionado por el reloj. En cambio Klepsidra sostenía que el tiempo era algo subjetivo, dependía de la vivencia, del sentir y del parecer de cada uno. A veces un minuto parece una eternidad y en otro pasa como un soplo sin ser percibido, ya que no es lo mismo un segundo para alguien que está enamorado o para quien se está quemando las manos con una braza. También contaba que en cada cultura la concepción del tiempo fue diferente, tal es así que para los chinos el tiempo es circular, todo se repite cada tanto, el día repite su ciclo del amanecer al atardecer, las estaciones se repiten en su devenir año a año, las plantas y los animales viven sus ciclos de reproducción. Los sabios tenían la función de estar atentos a los tiempos para percibir cuándo se producía la repetición y llamar la atención a emperadores, reyes y gobernantes para que no cometieran los mismos errores. Para los griegos el tiempo era circular, pero también tenía una linealidad ya que podían aparecer momentos especiales que no se repetían, pero el tiempo era un capricho de los dioses que en el Olimpo destinaban los hilos de los ciclos. Centésima prefería al cristianismo que tiene una mezcla de tiempo lineal y de tiempo circular ya que el año litúrgico es circular, arranca todos los años en Adviento y culmina en el domingo de eternidad. En cambio el tiempo a largo plazo es lineal ya que arrancó con la creación y culminará con la segunda venida de Jesús, cuando se establecerá el tiempo eterno del Reino de Dios. Klepsidra observaba que ahí nos damos cuenta de que lo religioso siempre se mezcla con las cosmovisiones de lo cotidiano. La visión del tiempo siempre tiene un lado espiritual o religioso y en cierta forma es el tiempo que conecta al ser, que vive en la realidad, con lo trascendental y lo espiritual.

—El tiempo, querida Centésima, no es algo para tomárselo a la ligera ya que en cierta forma tiene que ver con lo religioso. En el génesis de la biblia Dios crea al universo en siete días y todo pareciera ocurrir en un ciclo ascendente que culmina con el descanso. 

—Querida Klepsidra, después de todo fíjate vos, el momento de nuestra muerte está definido, más la hora es incierta, esto habla de la relatividad de las horas, pero también de lo certero de un final, así que hay que aprovecharlo al máximo, haciendo mucho, sin perder el tiempo.

—El tiempo y a la vida hay que mirarla desde la perspectiva de la reencarnación. Saber que si las cosas suceden o no, no es importante, no importa, ya que hay otros tiempos, ahora, o en alguna de las futuras reencarnaciones, en algunas de las otras vidas. Lo que se hace o se deja de hacer no es relevante ya que todo puede tener infinitas posibilidad de repetición o de recuperación —insistía Klepsidra.

— ¡No! —Gritó Centésima— ¡La muerte, que puede ser inmediata, va marcando la urgencia de los tiempos! Todo es inmediato, urgente y breve, hay que hacerlo ahora o no se lo puede hacer nunca más. ¡El tiempo vale oro! Es demasiado precioso para perderlo, para derrocharlo o no poder aprovecharlo. La urgencia marca las horas, los minutos y los segundos y nada puede despreciarse. Yo siento, vivo y percibo que el tiempo nunca me va a alcanzar.

—Fíjate, podemos utilizar precisamente la imagen de la clepsidra que gota a gota va marcando el paso del tiempo. Hay que mirar la sección inferior, que se va llenando lentamente con el agua que cae de la sección superior. Esta sección, una vez llena, volverá a la parte superior para brindar nuevamente gotas de tiempo, para que la parte inferior se llene y así infinitamente.

—Yo veo solamente la parte superior de la clepsidra, se va reduciendo de manera indeclinable, absoluta y de manera despótica. La desesperación y la angustia se me van haciendo cuerpo al ver esta inevitable reducción del agua, del tiempo, de la vida. El tiempo es algo que precisamente se reduce, se achica y en definitiva, en algún momento, desaparece. Cuando lo siento pasar me quedo con esa sensación de que todo es pasajero, urgente y marcado por la finitud. En cierta forma, que en la vida, todo pasa y muy pronto llega el final, eso me impulsa, me estriba y me obliga a apurarme, a hacer y a no perder tiempo. Es más si puedo pedir, comprar o conseguir tiempo lo hago, aunque esto implique costos, peleas o incluso batallas.

Al venir Centésima, por milésima vez a pedirle más tiempo a Klepsidra, ésta la miro preocupada porque al final, de tanto prestar, a ella tampoco le alcanzaba el que tenía. Rápidamente tomo conciencia de que ‘un favor se vuelve una obligación’, un refrán que repetía su abuela. Klepsidra entró en una carrera de histeria por no tener más tiempo haciendo todo a las apuradas, reniega con su amiga la golondrina, que cada centésimas de segundo le solicitaba más tiempo. Este reniego se fue transformando en una pelea que, prontamente, como suele suceder en estos casos, se convirtió en una guerra por el tiempo.

Al no entregar más de su tiempo las golondrinas atacaron brutalmente a las  tortugas. Esta batalla se trasformó en una seguidilla de ataques aéreos con una fuerte resistencia de las tortugas, que ponían el cuerpo bajo su caparazón, cual ejercito romano, refugiados bajo sus escudos. Cada uno de los contrincantes recibió la ayuda de sus iguales. Centésima organizó alianzas entre las aves. La ayudaron cóndores, chimangos y águilas, además de flamencos y pelícanos. Klepsidra, por su parte se defendió buscando como aliados a mulitas, zorros, lagartos y a los osos hormigueros. Los cóndores lanzaban piedras y las mulitas organizaban túneles. Los chimangos lanzaban huevos podridos y los osos hormigueros escupían hormigas hacia lo alto. Los pelícanos lanzaban agua que inundaba los túneles y los lagartos drenaban los socavones. Las estrategias utilizadas en la contienda eran las que siglo tras siglo se han utilizado en los eventos de beligerancia. Centésima daba órdenes de ataques y contra ataques, utilizaba métodos de guerrilla y de asaltos rápidos y certeros. Sus generales aprendieron prontamente la táctica del "Blitzkrieg" una guerra de asaltos fugaces, ligeros y rápidos como los destellos del mismo relámpago. Creía que la posibilidad de vencer estaba en las alas, en la velocidad y en aprovechar la millonésima de cada segundo,  para hacer y deshacer el mapa del campo de batalla. En cambio Klepsidra permaneció y aplicó todos los métodos de resistencia sabidos y por saber. Soportaba, quieta e impávida, con todo su ejército al ser atacada, gota a gota o tal vez, como pequeños granos de arena, que lentamente caen para marcar el demoroso paso del tiempo, avanzaba a pesar de las agresiones y de las batalladas sorpresas. Por momentos se aquietaba en el lugar, como quién espera, escondiendo sus partes vulnerables bajo el duro caparazón, e indicando a sus subalternos a que se refugiaran y escondieran en hoyos o búnquers improvisados sabiendo que todo era cuestión de tiempo. Sin inmutarse, sin mirar al reloj, y sin siquiera levantar su mirada al sol, o a las estrellas, dejaba que el tiempo cayera desde una de las concavidades cristalinas hacia las profundidades de los eones, porque estaba segura de que quien tiene a la eternidad de su lado lo tiene todo ganado. Cuando uno de sus suboficiales, con todo el ímpetu y el cuestionamiento de su juventud, preguntó a que se debía la falta de acción, Klepsidra tan solo contestó con la siguiente anécdota:

—“Un leñador que no descansa y no realiza las pausas necesarias para afilar su hacha, prontamente cansado y agotado se verá vencido".

Ante el cuestionamiento de otro de sus subalternos, en un momento de repliegue, por el agresivo ataque de la fuerza aérea de los aliados emplumados de la golondrina, la tortuga puso cara de inocente y comenzó a referir:

—"El mar para ser mar necesita replegarse y tener un tiempo de pausa, para  luego expandirse, dando lugar a las mareas. El ritmo de la vida es respirar, pausar y expirar. Lo vemos en el ciclo de la luna, cada vez que debe crecer y llenarse, primero tiene que menguar, reducir y vaciarse. La semana necesita su día de descanso para retomar fuerzas y energías. Una sociedad que no encuentra ni busca un momento para el sosiego, el descanso y la recarga no puede crear, generar ni producir. La hiperactividad siempre lleva al estrés, a la falta de creatividad y al agotamiento. Necesitamos un momento de pausa, de meditación y de descanso para poder seguir luchando".

Con circunspecta lógica Klepsidra hacia ver a cada uno de sus soldados la cosmovisión, la manera de ver y comprender que sustentaba su actuar, esto los llevaba a un compromiso indiscutible. 

Hubo heridos, tullidos, discapacitados y averiados en ambos bandos. La batalla transcurría en un feroz empate hasta que Centésima fue sumando errores a partir del apuro, ya que al querer ganar tiempo, los cometía uno tras otro, en cambio Klepsidra fue sumando aciertos ya que, con toda parsimonia, se tomaba el tiempo necesario para cada decisión. La estrategia que utilizó la quelonia, y que definió la contienda, fue llevar la batalla al límite del horario del día, es decir a las doce de la noche. Nuestra amiga, con caparazón, sabía que a medianoche, sutilmente, casi de una forma imperceptible, todo se inmoviliza.  El reloj detiene su mecanismo de relojería y sus agujas por brevísimos instantes. El río deja de fluir y de correr, el mar de batir las olas y de empujar las mareas a las playas, la brisa de soplar y las nubes de migrar. La golondrina, en el apuro por vencer, se adelantó entrando antes de tiempo en el día de mañana, cometiendo por ello un garrafal error y precipitando los hechos, ya que todo su ejército quedó inmutable, congelado y eternizado en los fatales segundos. La tortuga se demoró un rato más en el día de hoy, acumulando tiempo, que le fue sumamente útil, y al entrar en el día de mañana tomó de sorpresa al ejército aviar, que estaba despertando de su letargo y en una fracción de segundos venció la batalla.

Como fue en todos los tiempos, el triunfante se lleva los laureles. La golondrina repudiada por sus aliados y por sus enemigos, tuvo que migrar muy lejos avergonzada por su estrepitosa derrota. El otoño, con sus hojas de color ocre volando sobre los campos, y el invierno, con una intensa nevada, taparon los campos de batalla borrando los horrores y los errores, pero sobre todo las diferencias entre la tortuga, que permaneció quieta y meditabunda hibernando en su cueva, y la golondrina, que en el hemisferio norte estaba criando una nueva camada de hijuelos.

Cuando la primavera trajo las lluvias, la suave y tibia brisa, todo comenzó a revivir. Las plantas brotaban y florecían, los corderos, perros y gatos jugueteaban por los jardines y los pájaros cantaban revoleteando por entre las nubes. Centésima apareció una mañana bajo el alero de la casa para hacer su nuevo nido, como si nada hubiera pasado, iba y venía con un trajín algo más acompasado. Klepsidra, como de costumbre, se demoró en salir de su madriguera, se asomó al día y vio que todo estaba en su lugar. Salió a caminar parsimoniosamente para buscar una fresca planta de lechuga para desayunar. Saludó a todos, incluso a la hacendosa Centésima, que le retribuyó el saludo cordialmente.

— ¡Es fabuloso como el tiempo todo lo sana o lo borra, espera y verás! —Dijo, como reflexionando, en voz baja.

 

 Waldemar Oscar von Hof

 El autor publicó los libros De letras y tierra roja, Siesta en el río de los pájaros, De letras chicas y anotaciones al margen, entre otros.

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