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Día del Perro

miércoles 14 de junio de 2023 | 6:00hs.

En la historia de la humanidad el perro no siempre fue el mejor amigo del hombre. Hubo un tiempo en el que fueron salvajes y no se relacionaban con los seres humanos. Estudios científicos determinaron que su domesticación aconteció hace unos 11.000 años al final de la Edad del Hielo. El fuego, esa llama salvaje que necesita oxígeno para subsistir, contribuyó grandemente para que esta relación fuera sublime. Fue cuando nuestros ancestros humanos degustaron que la carne cocida del animal cazado era más sabrosa que masticarla en forma cruda. Los restos del sancocho dejados en su deambular, contribuyó a que el can se acercara, como al tanteo, para consumirla. Así comenzó una relación tímida al principio que, se hizo fuerte, cuando nuestro primitivo homo sapiens le acarició la cabeza y el perro movió la cola.

En historias perrunas hemos leído, por ejemplo, sobre Hachiko, Fernando (a quien conocí) y Chonino. El primero fue aquel perro japonés que solía esperar a su amo en la estación de tren de Shibuya, y siguió haciéndolo durante una década después de la muerte del hombre. Conmovidos por tamaña lealtad los vecinos de Shibuya levantaron una estatua del perro en la estación. Es más: cuando éste murió, en 1935, su cuerpo fue disecado y hoy se exhibe en el Museo de Ciencias Naturales de Tokio.

Historias de incondicional fidelidad perruna como las de Hachiko hay unas cuantas y todas nos dejan con el alma desgarrada. El derrotero que siguen estas mascotas es más o menos parecido: el amo muere en el hospital y el perro lo espera durante años en la puerta del nosocomio, o monta guardia día y noche sobre su tumba, o jamás abandona la habitación que perteneció a su dueño, y así, cada caso más conmovedor que el anterior.

En Posadas a mediados de los cincuenta, se contaba la historia de doña Eulalia la curandera que tenía su rancho de vivienda y de atención al público detrás del Regimiento. Fue en circunstancia en que las perradas del barrio no dejaban de ladrar. 

En ese momento de letanía perruna le saltaron unas lágrimas porque a su Doroteo, le trajeron muerto de la pesca debido a que una fuerte tormenta le dio vuelta la canoa en esa madrugada maldita cerca de la isla Cañete y se ahogó. Lo hallaron pronto enredado entre los camalotes de la orilla y los perros, como en ésta ocasión, comenzaron con sus aullidos en la víspera del accidente y no cesaron con sus lamentos hasta que lo enterraron, menos la Babi, su perra, que tomó la costumbre de ladrar desde la hora de la madrugada en que supuestamente Doroteo falleció hasta la salida del sol. Después de unos meses la pobre sintiendo la falta de su amo se fue de la casa deambulando quien sabe por dónde, para encontrarle una mañana sobre la tumba del Eudoro en el cementerio de La Piedad, la pobre se murió de tristeza.

Fernando es otra de las historias perrunas, con la diferencia de que nunca tuvo dueño. O sí: perteneció a todos los vecinos de Resistencia, (Chaco) que lo alimentaban y adoraban como a ningún otro animal.

Entre las anécdotas que hasta el día de hoy circulan sobre sus andanzas, se cuenta que Fernando era muy estricto en su rutina: dormía en la recepción del Hotel Colón, desayunaba café con leche en el despacho del gerente del Banco Nación, visitaba la peluquería contigua al Bar Japonés, almorzaba en El Madrileño, cruzaba a la plaza a hostigar gatos y, en el Bar La Estrella, comía lo que le daban dueños y clientela.

Este cuzco lanudo, blanco, no tiene una sino tres estatuas en la capital del Chaco, y una de ellas frente a la mismísima casa de gobierno.

Cuando murió, el 28 de mayo de 1963 (fue atropellado por un auto en la plaza), lo lloró todo Resistencia. El funeral se celebró en la vereda de El Fogón de los Arrieros, centro cultural por excelencia de la capital chaqueña, y se dice que fue el entierro más concurrido en la historia de la ciudad.

Siendo estudiante, y en ocasión de visitar Resistencia, unos amigos, también estudiantes, me invitaron al cine terraza Chaco ubicado en pleno centro de la ciudad. Cine al aire libre como José Benchimol tenía el suyo en la exacta esquina de Bolívar y Ayacucho, donde hoy se asienta el edificio del correo.

Salimos de la función y enderezamos hacia un bar de la esquina. Para mi sorpresa observé a un perro de pelaje blanco a quien los mozos atendían como un cliente más. Me contaron su historia, del cuidado de la población e inclusive la atención sanitaria que le brindaba el Dr. Horacio Fermín Mayer, decano de la Facultad de Veterinaria de la Unne, cuyo consultorio se encontraba al lado del Club Social por la avenida Alberdi.

Chonino era un ovejero alemán nacido el 4 de abril de 1975. El 15 de diciembre de 1977 ingresó a la Policía Federal Argentina luego de superar las pruebas de aptitudes físicas y psíquicas requeridas. Fue adiestrado como perro de seguridad y clasificado como perro de presa.

Una madrugada el 2 de junio de 1983, dos policías de la Federal recorrían la zona de General Paz y Lastra con sus respectivos perros, entre ellos Chonino, y comenzaron un tiroteo con dos sospechosos. Chonino observó que su guía había caído herido, por lo que se abalanzo hacia uno de los delincuentes y se prendió del brazo inmovilizándolo y desarmándolo. Al ver la escena el otro delincuente lo disparo al animal en el pecho. Ya sin fuerzas, Chonino se arrastró hacia su guía y murió a su lado.

Sobre perros decía el General, en el exilio, exhibía uno en su falda: “Yo no he de olvidar jamás una lección que recibí cuando aún era niño. Discutía yo con una persona mayor sobre la veracidad de cierta información por haberla leído en un diario. Esa persona tenía un perro al que llamaba León. – Mire amigo – me dijo, y dirigiéndose al perro lo llamó: - León, León, León -, y el perro vino. ¿Ha visto?, me dijo. –Le digo León y viene; pero no es león, es perro. Desde entonces, cuando leo o me dicen algo, lo primero que hago es discurrir por mí si ello es o no. No sea cosa que digan que es león y luego resulte perro”.

Lo mismo debe hacerse cuando se lea diarios o lecturas de historiadores revisionistas tan de moda en la actualidad, de los periodistas venales y de los discursos de muchos políticos cínicos en campaña, expertos en meter el perro.

Aclaración: en Atenas a los cínicos le llamaban así, pues tenían su antro de reunión al lado de un sepulcro de canes, kino en griego.

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