Del esplendor al ocaso

miércoles 29 de junio de 2022 | 6:00hs.

En la Nación Misionera y Guaraní, obra del intelecto de los curas jesuitas, los últimos días de agosto comenzaron a repetirse cada vez más calientes, dejando atrás el crudo invierno de aquel año. Los primeros lapachos florecidos preanunciaban el fin de las heladas y presagiaban que la primavera en ebullición estallaría en cualquier momento, magnificando el ambiente con sus variados y multicolores racimos de pétalos. Hacía horas que los habitantes de la Misión habían dado inicio al movimiento rutinario de las cosas por hacer, cuando el carromato que traía de inspección al Padre Provincial se detuvo frente a la Iglesia, en cuyo frontispicio cubierto de piedra laja mostraban exultantes las tallas en relieve de santos mártires y de Cristo Crucificado. Nunca nadie hubiera podido imaginar la magnificencia artística expresada por los habitantes de las Misiones en la grandiosidad de la selva. Hombres constructores de los treinta pueblos misioneros transformados en solidaria nación por tradición, cultura y pertenencia. Maravillosa armonía arquitectónica resultado de la simbiosis del indio guaraní con los curas jesuitas. Las misiones, así extendidas en la vasta región, se mostraban en el cenit esplendoroso de su vivencia más gloriosa por obra y gracia de Dios Nuestro Señor, o de Ñande Yara como expresaban con el pensamiento los originarios ortodoxos. Este escenario es lo que observaron con ojos admirados los funcionarios y sacerdotes que acompañaban al Padre Provincial en su visita de inspección, que meses antes comenzara por las Misiones del oeste, allende los grandes esteros: inmensos remansos de agua cubiertos de camalotes, islotes flotantes, fauna por doquier; un lugar que se disputaban reinos las inmensas kuriyú, los feroces yacarés, las pora e infinidad de duendes misteriosos. Idílico sistema en que la naturaleza acumuló enormes extensiones de límpidas aguas humedeciendo todo a su alrededor, y por donde la comitiva debió abrirse paso por desdibujados senderos de barro y pajonales agrestes. Por allí cruzaron y a la selva llegaron. De inmediato se manifestó la alegría de los pobladores ante la presencia de tan importante comitiva que, al punto, acudieron a saludarlos. El enjuto y centenario Padre Juan fue acercado en su silla de ruedas, y sonriente besó la mano del Superior en señal de respeto y humildad, gesto imitado por los cabildantes y caciques de mayor jerarquía. Recién al atardecer se realizó un recibimiento oficial. El pueblo volcado a la plaza manifestaba su satisfacción bailando y cantando al son de la banda de música y del coro de niñas y niños. Y hasta los sobrios visitantes contagiados de tanta alegría acompañaban la cadencia del ritmo batiendo palmas y ensayando uno que otro pasito de baile. La fiesta pueblerina duró hasta cerca de la medianoche en que todo terminó con la oración generalizada del Ave María y el Padre Nuestro. Después, en silencio se fueron a descansar porque al otro día era martes, día laborable.

Una semana de intenso trajín llevó al Padre Provincial y a sus asistentes inspeccionar la Misión, que seguía creciendo en inmuebles, cultivos y semovientes. Las barracas atestadas de yerba, cuero y tasajo pronto serían enviadas al gran economato de Candelaria, el centro de acopio y puerto del comercio exterior de la nación. Ante tanta riqueza expuesta el Padre provincial comentaba a sus acompañantes: -¿Qué mayor bendición para un pueblo austero que tener paz, además de pan, trabajo y prosperidad? ¿Se pueden pedir mayores beneficios de los ya obtenidos? ¿Se podrá extrapolar este sistema social tan genuino al mundo civilizado, donde el poder y la riqueza mal habida son metas deseadas por encima de valores éticos y espirituales? ¿Podrán los hijos de la orgullosa Europa volver sus ojos al ejemplo de Cristo y hacer de sus vidas menos ambiciosas, un poco más justas sin que por eso tengan que oprimir a los más débiles? Por ello ruego constantemente a Dios nuestro Señor que los pueblos de las Misiones no sean contaminados por la inescrupulosa codicia del hombre blanco.

Desde que llegara a esta reducción, el Padre Provincial había tomado la costumbre en los atardeceres, y antes de la cena, dar las noticias del mundo civilizado relatando pequeños y grandes acontecimientos; es decir, todos aquellos sucesos acaecidos hasta en sus más ínfimos detalles. Los lugareños escuchaban atentamente y de vez en cuando hacían preguntas, pero sin demostrar asombro o particular interés, como si las cosas extra misioneras pertenecieran exclusivamente al hombre blanco y a ellos no les concerniera, pues no envidiaban su modo de vida ni se conmovían con los adelantos de la ciencia. ¿Por qué esto? Por la sencilla razón que habían configurado una Nación ideal hecha realidad, como aquella que imaginó Tomás Moro en ‘Utopía’.

Una comunidad pacífica, que establece la propiedad común de los bienes, en contraste con el sistema de propiedad privada y la relación conflictiva entre las sociedades europeas contemporáneas al autor de esa idea. Es la que introduce una serie de temas que se han convertido en principios fundamentales del pensamiento radical moderno, como las formas tiránicas y hegemónicas de gobiernos, así como la visión de que un orden social justo y equitativo es la mejor garantía de bienestar para el pueblo. En lo que equivocó Tomás Moro fue en sustituir el sistema de propiedad privada por el colectivo. Sistema que puso en vigencia a sangre y fuego Lenin en 1917 en la URSS, y terminó estrepitosamente en fracaso en 1989. Año que en Argentina asumió Carlos Menem como Presidente, sucedido por otros gobernantes democráticos que, a su vez, han podido exhibir las acciones de sus gobiernos, como el actual.

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