La Navidad de Juliana

lunes 27 de diciembre de 2021 | 6:00hs.

La celebración de la Navidad tiene y ha tenido distintas consideraciones en todas las partes del mundo.

Para una gran parte de la comunidad es como un momento de tregua, de reunión familiar, de olvidar pasajeramente los enconos y celebrar con algarabía una fiesta esperanzadora.

Desde la organización, el lugar, los regalos, las comidas y bebidas, tienen como objetivo llenarnos, aunque sea una noche, de felicidad.

Las reuniones familiares multitudinarias han ido dejando el lugar a encuentros más acotados, los hijos que antes debían estar siempre, prefieren ahora disponer de ese tiempo para viajar y celebrar la fiesta en el mismo esquema del comienzo de las vacaciones.

La tecnología ha aportado lo suyo, los seres queridos que están lejos, con una videollamada, mandan besos, abrazos y brindis en un abrir y cerrar de ojos.

Los porteños con cierto poder económico eligen Pinamar, otros prefieren Mardel, los jóvenes frecuentaban Villa Gessel.

Las playas de Torres y Capao da Canoa eran el punto de reunión obligado de la clase política misionera en los años 90.

Los medios de difusión aminoran la marcha con las declamaciones intensas de críticas que suelen desparramar, una voz en off nos dice en la radio:

–El niño Jesús ha venido a visitarnos, brindemos por un mundo mejor.

 Hay mucha gente que piensa, aunque no actúa en consecuencia, que la Navidad es un día más.

Juliana era hija única de un matrimonio que vivía en un barrio selecto de la Capital Federal.

Los padres, sumamente católicos, la enviaron a estudiar en colegios religiosos.

Los domingos a misa y el manual de buenos modales en la cabecera de la casa.

Terminó el secundario con buenos promedios, comenzó a frecuentar amigos y algunos novios, con la mirada controladora de los padres.

Juliana era muy bella, delgada, de tez blanca, ojos de color café y cabellos ondulados.

Donato, un plomero descendiente de italianos que concurría a la casa de la chica, solía decir:

–Es muy linda, pero no se le puede decir nada, siempre anda con los padres.

Comenzó una carrera universitaria y comprendió el margen de libertad que tenían otros estudiantes no tan apegados a sus padres.

Cursando segundo año se enfermó su madre y al poco tiempo falleció. El padre le decía:

–Juliana, nos quedamos solos.

Tuvo que hacerse cargo del hogar y del cuidado de su progenitor; la educación estricta recibida le impedía cualquier acto de rebeldía.

Las navidades las pasaban en el departamento con pocos familiares o amigos muy cercanos.

Comenzó una relación amorosa con un chico de su edad, que la invitaba a salir, a viajar; y Juliana entendía que no podía dejar solo a su padre porque se estaba poniendo viejo.

En el departamento se respiraba tranquilidad, mucho silencio y largas horas de lectura.

 Cuando se juntaba con sus amigas a tomar un café, le invitaban a que saliera un poco más.

–Yo quiero, pero mi viejo siempre encuentra la excusa para que no lo haga.

Se fue aislando de a poco, no se veía con amigas, y terminó con su novio. Era melancólica, pero se justificaba pensando que era buena gente y no vivía en el cinismo.

Cuando se murió su padre se quedó sola en el departamento donde vivieron siempre, por la mañana trabajaba en una empresa ubicada en la avenida Corrientes y regresaba a su hogar para estar con sus cuatro hijos:  Bartolo un bulldog francés dócil, juguetón, de buen humor y valentía, más tres gatos de distinto linaje a los que llamaba Melchor, Gaspar y Baltasar-se imaginarán de qué color era el último-.

Se fue poniendo grande y adoptó las costumbres que suelen poseer las personas solitarias, hablaba sola o con sus animales, que la rodeaban de afecto en el sillón principal del living.

Los compañeros de trabajo la invitaban a pasar la Nochebuena, ella con cortesía agradecía y prefería quedarse en su mundo rodeada de los cuatro hijos.

El 24 de diciembre preparaba una comida especial, se vestía elegantemente, escuchaba música suave y cenaba con una vela encendida en el centro de la mesa, como si fuese una velada romántica.

Seguía manteniéndose delgada, con ojos color café y cabello ondulado, pero algunas arrugas en los párpados documentaban el inexorable el paso del tiempo.

En medio del bullicio en los edificios vecinos, donde los abuelos, padres y nietos pintaban la noche de luces multicolores, Juliana, con una copa de champagne, miraba al cielo para brindar con sus padres y en la medianoche expresaba:

–Feliz Navidad, Juliana.

Por Ramón Claudio Chávez
Ex juez federal

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