Elecciones eran las de antes

lunes 15 de noviembre de 2021 | 6:00hs.

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

La frase “los tiempos de antes eran mejores” no refleja siempre la realidad, tienen mucho que ver con la nostalgia que siente el ser humano por algo que vivió y no podrá vivirlo nuevamente. Hay allí también una negación a los cambios que se van produciendo, que hacen que la vida sea distinta, no siempre peor.

Está muy relacionada a la cuestión de los valores; los mayores hacían un culto de la palabra y decían que era un documento que no necesitaban firmar.

Si nos adentramos en el tema de las elecciones, hallamos un sinnúmero de cuestiones que no eran conocidas en el pasado, por lo que tenemos que entender que hay diferencias.

En tiempo pasado, el deber de ir a votar era un acto solemne, el ciudadano/a se preparaba con antelación para cumplir con la democracia. Las mujeres se vestían, al igual que los hombres, con ropa elegante y disfrutaban de la jornada con alegría y responsabilidad.

Las campañas políticas eran dirigidas por los caudillos y en los mítines tenían que hablar a viva voz, porque los parlantes a batería no siempre funcionaban correctamente.

Recorrían su jurisdicción y visitaban a los electores en sus domicilios, las reuniones con mucha gente se reservaban para los cierres de campaña con espíritu triunfalista.

Muchas veces se producían enconos personales, por el tenor de los discursos y la desacreditación del adversario político, con la finalidad de aumentar el caudal electoral.

Tampoco estaban exentas de humor, protagonizado por los actores políticos, o por los personajes de los pueblos que eran un condimento infaltable en las reuniones. El humor está presente en la política o la política protagoniza buena parte del humor en ciertos ámbitos.

El humor y en concreto el chiste sociológicamente son un acercamiento hacia los problemas sociales y las preocupaciones.

Anécdotas hay muchísimas, el lector seguramente recordará alguna que haya presenciado o le comentaron.

Un sábado a la mañana, un dirigente político apostoleño tenía que concurrir a la colonia, a un almacén donde se reunían los colonos para comprar la provista y compartir un trago de caña. Se le ocurrió invitar a Chiquito Guimaraez, quien gustoso aceptó la invitación. Al llegar al almacén de campo, Chiquito entró por delante y presentó al dirigente con un montón de alabanzas.

El político, antes de iniciar la charla con los colonos, le dijo al mesero que invitaba una vuelta de caña a los presentes.

Mientras el auditorio intercambiaba frases de las necesidades existentes en el lugar, Chiquito sin pudor alguno y aprovechando la atención de las personas al visitante, se bajó todos los vasos cargados con el aguardiente.

El dirigente agradeció como buen político la atención prestada y, advirtiendo el accionar de su acompañante, pagó otra vuelta, lo que fue devuelto con un generoso aplauso de los colonos.

Los descendientes de inmigrantes polacos y ucranianos concurrían a primera hora para votar, se acercaban con sus carros tirados por caballos para cumplir con el deber cívico.

Los votantes por lo general lo hacían en una misma escuela, era muy raro que se le modificara el lugar para emitir el sufragio. Uno de ellos, que siempre votaba en la escuela 236, antes de las ocho ya se encontraba en la cola para ser unos de los primeros. Cuando el presidente de mesa le pregunta por su nombre, él le responde:

-Yo con A.

-Entonces no vota en esta escuela, tiene que ir a otra.

Al salir del edificio, consulta con la seguridad dónde estaban los otros establecimientos escolares. Recorrió todas las escuelas y en ninguna figuraba con la respuesta de su nombre “Yo con A”.

No le quedaba otra que volver al principio, encaró nuevamente al presidente de mesa, contándole todas las peripecias ocurridas en su recorrido.

-¿Pero cómo usted se llama?

–Antonio Kornuta.

–¡Ah, con A era su nombre, no su apellido. Espere, es aquí donde está empadronado!

Del otro lado del Chimiray, un excéntrico personaje del pueblo, conocido por el apodo de Cambaí, asistía a todas las reuniones políticas, siempre que haya algo para beber y comer.

Cambaí llegaba al comité de los radicales y decía en voz baja:

–¡Soy radical!

Iba al de los liberales y metía:

–¡Soy liberal!

El tipo se las ingeniaba para beber y comer en todos lados, la ideología en ese momento no importaba.

No menos emblemático es el caso de Don Pedro Gadea, un discurseador de aquellos. Con alguna copita de más, se paraba frente al monumento del General San Martin y empezaba:

–¡Mi General, necesitamos de sus consejos, el pueblo está perdido, sin rumbo, faltan hombres de su talla!

Estaba en un acto partidario y copó la parada:

– ¡Recorrimos con el señor González Colonia Liebig, Cuatro Bocas, Santa Rosa, Gran Bretaña y el Diecisiete!

La referencia a Gran Bretaña era un recurso de sus palabras, para referirse a la fábrica propiedad de los ingleses, que se dedicaban a la plantación de tung y cría de animales Hereford.

 Una tarde lo subieron a una camioneta que hacía propaganda con un parlante, le cedieron la palabra y Don Gadea le embarró la cancha:

-¡Le digo al pueblo que no se venda por un pedazo de galleta!

Los modernos medios de comunicación cambiaron los paradigmas de la forma de hacer política.


Publicado en ideasdelnorte.com.ar

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