El juego, ¿es una cosa seria?

jueves 11 de noviembre de 2021 | 6:00hs.

H
ace poco tomé contacto con el mayor libro existente sobre el juego, actividad humana con milenios de antigüedad: el autor, Johan Huizinga, filósofo e historiador neerlandés, considera que “juego es una acción u ocupación libre, que se desarrolla dentro de unos límites temporales y espaciales determinados, según reglas obligatorias –aunque libremente aceptadas– acción que tiene su fin en sí misma y va acompañada de un sentimiento de tensión y alegría y de la conciencia de “ser de otro modo” en la vida corriente”.

Los juegos infantiles, en tanto que prácticas culturales, nos brindan una puerta de entrada al análisis de la vida cotidiana de los niños, a la constitución de la cultura, pero también a los significados que los propios jugadores les otorgan a sus juegos. Las investigaciones efectuadas, han permitido configurar dos contextos diferentes: por un lado, los análisis de quienes habitan en las grandes ciudades y, por otro, las investigaciones sobre los niños que forman parte de las poblaciones originarias de la Argentina. Son estudios que integran sociología, antropología, cultura, psicología, y en los que participan especialistas de varios continentes.

Para comenzar, Huizinga reflexiona que nuestra evolución antropológica quizás comenzó con el homo faber (en el sentido del hombre que se interesaba en las cosas prácticas), continuó con el homo ludens (en el sentido del hombre que jugaría, interesado en la diversión) y fue coronada con el homo sapiens, el que puede pensar, reflexionar y elaborar hipótesis antes de actuar.

También menciona tres aspectos principales: a) El juego es una actividad que hacemos por naturaleza, libre y nadie nos obliga a hacerlo; b) Nos sirve para crear experiencias que, aunque sean fantasías nos ayudan a tener conciencia sobre nuestro entorno; c) Jugar nos acerca a la competencia, y ésta a la creación del deporte, por lo que el juego puede llegar a ser, en sí, un deporte.

Entre las características generales de un juego surgen en nosotros la tensión y la incertidumbre. Constantemente nos planteamos la pregunta ¿saldrá o no saldrá? Ya cuando una per­sona se entretiene con solitarios, rompecabezas o las palabras cruzadas, existe esta condi­ción. Pero en el juego antitético de tipo agonal1 este elemento de tensión, de incertidumbre por el resultado, alcanza su grado máximo. Nos apasiona tanto el salir gananciosos que ello amenaza con disipar la ligereza del juego. Y aquí se pre­senta una diferencia todavía más importante. En los puros juegos de azar, la tensión sólo en pequeña medida se comu­nica al espectador (casi nadie se emociona presenciando una partida de ajedrez, aunque sí ante un partido de ping pong).

En la reflexión “¿qué diferencia hay entre un juego y un deporte”?, hubo juegos que históricamente devinieron en deportes, con una creciente sistematización y disciplina del juego original, que perdió, a la larga, algo de su original contenido lúdico; esto se manifestó en la distinción de los jugadores en profesionales y aficionados.

El deporte se ha ido alejando cada vez más en la sociedad moderna de la pura esfera del juego, y se ha convertido en un ele­mento sui generis: ya no es juego y, sin embargo, tampoco es algo serio. En la vida social actual el deporte afirma su lugar junto al proceso cultural propiamente dicho, y éste tiene lu­gar fuera de aquél.

Alternativamente, la duda si hay una relación entre juego y cultura nos podemos preguntar: ¿qué alentó a un joven –juego o cultura– hace unos 800 mil años, a estampar su mano, embarrada o sucia vaya a saber uno de qué, en las paredes de una caverna española? y hoy, milenios después, legiones de antropólogos, sociólogos, traumatólogos o curiosos admiran esas marcas de manos juveniles en Atapuerca (incluso han determinado que esa antigua persona –que quizás ni fuera homo sapiens– ya tenía artrosis, que deforma los dedos meñiques y dejó una marca muy significativa). Esto yo lo se palmariamente ya que también tengo artrosis y mis meñiques están ligeramente deformados en sus extremos.

Para concluir, podemos acordar que la psicología y la fisiología se esfuerzan por observar, des­cribir y explicar el juego de los animales, de los niños y de los adultos, tratando de determinar la naturaleza y la significación del juego para asignarle su lugar en el plan de la vida. De una manera general, se suele tomar como punto de partida de cualquier investigación científica que el juego posee una considerable importancia, que cum­ple una finalidad, si no necesaria por lo menos útil en la vida de humanos y animales.

El empeño por ser el primero en cualquier juego –serio o lúdico– se manifiesta en tantas formas como posibilidades ofrece la sociedad. Se porfía de tantas maneras como cosas hay por las que se pueda porfiar. Se deja la decisión a la suerte inconstante o a la fuerza y a la ha­bilidad o a la lucha sangrienta. Se compite en valor o en re­sistencia, en habilidad artística o en conocimiento, en fanfa­rronería o en argucia. Hay que ofrecer una prueba de fuerza, realizar un trabajo de examen, elaborar una obra de arte; hay que afilar un serrucho o hay que encontrar rimas artísti­cas. Se hacen preguntas que hay que contestar. La competi­ción puede adoptar la forma de una sentencia divina, de una apuesta, de un proceso judicial, de un voto o de un enigma amoroso. En todas estas formas conserva su naturaleza de juego y en esta cualidad lúdica reside el punto de apoyo para compren­der su función cultural.

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