Dormir sin querer

Todos los hombres son mortales, Sócrates es mortal, Todos los hombres son Sócrates.
domingo 27 de junio de 2021 | 6:00hs.
Dormir sin querer
Dormir sin querer

De repente me veo en la obligación de escribir algo, un informe, una renuncia, o una carta de amor, de lo contrario les incendio el colectivo. Si elijo lo primero empezaría con “Informo que la situación actual del mundo es intolerable…” pero no estoy concentrado después de los hechos. No estoy concentrado porque hay algo importuno, tinitus para mí, sordera individual y pegajosa, o zumbido de afuera. La carta de amor sería para Mariana y empezaría -Estoy aturdido, vení a buscarme- pero dónde me buscaría si no estoy en ningún lugar. Estar en trayecto es estar ausente.

Entonces solo me queda la opción de redactar mi renuncia indeclinable, en este asiento reclinable. Estimado Sr. Ministro: renuncio a la diplomacia para salvarme, para no explotar- aunque no estoy seguro de ser tan impulsivo, nunca escribí con tanta crudeza. Todo esto lo escribo para contener la cuarta opción, la extorsión pirómana. No es que un loco ávido lector compulsivo, un Misery, haya tomado el colectivo y nos lance amenaza tan atípica -escriban escriban escriban o los mato- sino que soy yo, exigiéndome prender la lucecita del techo que no alumbra nada y ponerme a escribir, a redactar mi renuncia, informe o carta de amor. Es un capricho raro que no me deja dormir ni mirar la ruta pasar ni escuchar los monstruos roncar, que lo hacen como cerdos, como Mísery.

Todos duermen ¿cómo pueden? nadie me ofreció asistencia post-traumática, esto no va más, perdón querida Mariana si abandono la redacción de esta carta de amor pero me urge una renuncia.

Señor ministro...las embajadas...

-esa excusa de que las embajadas explotan no sirve, si en verdad tuvieras miedo tampoco viajarías en ómnibus ¿qué pasa si el chofer se duerme? ¿Quién te asegura que el del asiento de adelante no es un terrorista chiíta a punto de detonar su respaldo?

–es verdad, o un terrorista belga, tucumano, texano. No creo poder seguir asistiendo a cócteles protocolares temblando de miedo sin sostener con firmeza los canapés. Mirar a los hombros del cónsul cuando lo saludo para no reflejar el terror de mis ojos misiles. Podría leer y así contener la ansiedad por redactar una renuncia o informe negativo que involucre una denuncia de la cual me arrepienta al amanecer. Esta luz no es suficiente para leer, voy a incendiar este automóvil. Igualmente el libro que traigo no vale la pena, la personaje es una tarada, sufre por la salud de sus hijos y los sobreprotege, le atormenta que salgan al patio, que bajen la escalera, que coman, que les dé el sol, que crezcan. ¿Es peligroso leer libros? Boris Vian podría ser el nombre falso de un espía cuya lectura me comprometerá, renuncio.

Estamos a dos horas de la reunión más escalofriante de nuestras vidas y sin embargo todos duermen. ¡¿Cómo pueden?! Todos roncan, todos relajan sus cabezas y sus músculos. Más que ómnibus es omni somnum. ¿Cómo pueden? Cómo pudieron los ingleses cortar la palabra ómnibus y decir bus, mientras que lo importante era omni que significa todos. Debería tomarme esas pastillas. No sé porque le doy más contundencia al peligro de una bomba en la embajada que a un dormido camionero en la ruta o a un meteorito o una nada. Me acuerdo que en la escuela habíamos tenido una temporada de falsas alarmas, la detonaron los de tercero y nos gustó el resultado: edificio evacuado y suspensión de clases, entonces adoptamos la estrategia dos o hasta tres veces al mes. Fue una lástima que no nos animáramos a amenazar más.

Cierro los ojos y veo todas las bombas, todo el arsenal demoledor, toda la destrucción de toda la arquitectura de centurias, como un complot para destruir el pasado. Estuve en Budapest. Buda-Danubio-Pest podría ser Posadas-Paraná-Encarnación. Recuerdo la resistencia del Budai Var: palacio real del Siglo XIII bombardeado y vilipendiado tantas veces que recién cede y se desmorona con los martirios de la 2º Guerra Mundial; la restauración posterior es una burla turística, una bofetada a la providencia. Recuerdo el edificio del correo en Encarnación, Paraguay, no hubo guerra con soldados allí esa vez, lo destruyeron para construir una represa. Veo la Academia de Ciencias en Egipto, incendiada durante los disturbios entre Ejército y manifestantes. Albergaba unos 200.000 volúmenes, entre ellos la Descripción de Egipto, encargada por Napoleón. Todo se destruye, ya no me siento seguro Sr. Ministro. Acompáñeme en la deserción, renunciemos juntos a la guerra por los mismos medios, porque el mundo es un chiquero.

Vivo en peligro permanente. Temblé cuando, apenas salimos de la terminal, subió Gendarmería con sus perros adiestrados. Temblé como si yo llevara un kilo de merca o como si los perros estuvieran entrenados para detectar el miedo. Me distendí pensando, mientras el oficial que subió revisaba los bolsos y lugares recónditos, tres posibles motores de su accionar:

a) actúa automáticamente, con la mente en blanco, alienado y conducido por la rutina.

b) tiene grabada en la mente la idea de Orden como valor supremo. Orden es justicia, piensa, justicia es decomisar, orden es decomisar.

c) imagina beneficios personales si llega a encontrar algo. Quedarse con algún atado, algún tesoro prohibido.

Yo siento que tuve la mente en blanco y la cabeza vacía durante todos estos años. Un autómata de la negociación. Mi valor supremo: mi país. Mis premios: un monumental caserón donde alguna vez trabajaría y viviría al mismo tiempo con Mariana, no sin organizar suntuosos cócteles, fiestas de sonrisas falsas, fuegos falsos, todo falso. Nunca toleré los fuegos artificiales. ¡Qué deshonra al 1º elemento! ¿Cómo alabar algo tan falso? Cuál es el agua artificial, por qué no festejar con el fuego verdadero, como antes, en las fogatas.

No me revisen, gendarmes, soy agregado cultural, y acabo de sufrir una falsa alarma de bomba que derrumbó los cimientos de mis convicciones.

También sufro la tinitus mutante que va convirtiendo el constante zumbido en voces que me dialogan y calman mi instinto criminal. El sedentarismo es pacífico. Mariana vení a buscarme, me bajo en medio de la nada y me quedo en un lugar para siempre. Dejemos los viajes solo para nuestras placenteras vacaciones.

Tengo fósforos y tengo birome así que o escribo o incendio. Al final del documento de renuncia, informe de trabajo o carta de amor, pondría: escribir es incendiar un poco. Antes del final pondría: “En el encierro de este vehículo impregnado de olor a zorrino, que viene de afuera, y a chancho, que viene de adentro, tomo la decisión de no acercarme nunca más a las banderas extranjeras”. Dejo todo y vivo únicamente del amor a Mariana, con ella no necesito diplomacia. Vacacionar sobre escombros. Fotografiar la liquidación. Si estuvieras acá, Mariana, al lado mío, te confesaría que mi incentivo para empezar esta carrera fue tu casa en Avenida Lacroze. Tu monumental. El caserón de tus padres pensado para huéspedes. Pasar en limpio esta confesión: Me enamoré de esa casa antes que de vos. Y las embajadas son parecidas a tu caserón entonces quise frecuentarlas. Habitaciones vacías, encuadre luminoso.

-no culpes a Mariana por fracasos tuyos-

Querido tinitus, Mi otro yo, voz de mi conciencia, luz de mi camino, ideólogo de mis inhibiciones: el amor explota. Me lo enseñó la Bersuit. Pero sólo el amor explota bien.

“El rey de Francia fue un hombre. Yo fui un hombre. Por lo tanto, yo fui rey de Francia” Dice Hermosos perdedores libro de Leonard Cohen.

Todos corremos el albur de la ceniza, todos menos la salamandra, un animal incombustible. Cohen es incombustible. Cohen la salamandra y yo, inquemables.

El transporte es el principal problema de medio ambiente, no hay que viajar. Hacía mucho tiempo que no viajaba por tierra. Los baches en el camino son el juego preferido del chofer para distraerse y no dormirse, si se los come saltamos para arriba y si los esquiva saltamos para los costados. De cualquier manera escribir es imposible, y leer es un calvario. Paradójicamente, a la ida, en el avión, leí Ómnibus, libro de Elvio Gandolfo. Mi compañero no despegó los ojos del informe de cancillería, pero a mí me gusta leer otras cosas, así me distraigo. En el libro, un tipo aprende que las costuras de alquitrán de la ruta te pueden hacer saltar el café. Es difícil asentar el tema, dice; y parece como si el mismo movimiento del viaje se tramara en el texto, que integra digresiones constantes, y salta y cambia de dirección, como pasa cuando uno trata de escribir en un ómnibus.

Descartada la birome pienso en los fósforos de mi bolsillo. Si me dedicara a escribir cuentos tendría menos chances de explotar. Pero escribir también es incendiar un poco, morir un poco, hacer un poco de todo. Podría eludir la retórica y dedicarme exclusivamente a incendiar. Empezando por este colectivo, y después la mansión de avenida Lacroze. Cuando terminamos la secundaria mi lógica empezó a operar así: Mariana vive en estas mansiones; yo la quiero a Mariana; entonces (luego) yo quiero vivir en estas mansiones. Y elegí prepararme para el oficio que me permitiera vivir internado en un caserón de esos sin medir los peligros que acarrearía ponerse el traje de defensa de la patria y sobrestimar los menores alcances de la pluma y la palabra. Apenas baje de este ómnibus me subiré a otro que corra hacia un mundo ignífugo. Me buscaré algún vehículo mental, en recta marcha hacia la eterna seguridad.

Fuego.

Inédito. Morales tiene publicado los libros La devedeteca de Babel y Papeles de recienvencido.

Santiago Morales

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