Paciente 21: sin fiebre o dolores, sólo sentimiento de culpa

domingo 07 de junio de 2020 | 6:00hs.
Griselda Acuña

Por Griselda Acuñainterior@elterritorio.com.ar

“No sentía nada de nada, ni fiebre ni dolores, ni nada”. La frase le corresponde a Pablo (40), el paciente número 21 en Misiones. Se testeó de manera voluntaria luego de haberse enterado de que el hijo de su socio había contraído la enfermedad. Estuvo tres días internado en el hospital de Fátima, y luego continuó tratamiento en su domicilio, en Posadas. Si bien su socio se sometió a cuarentena ni bien enterado de que su hijo era un caso sospechoso, los compañeros de trabajo no esperaron los resultados de laboratorio y avanzaron a paso firme en busca de certezas. De un equipo de seis trabajadores, tres arrojaron positivo, entre ellos Pablo. Los testeos se hicieron en el Laboratorio de Alta Complejidad de Misiones (Lacmi).
“El miércoles 29 de abril me hicieron el test. Fue un shock, no me lo esperaba, me sacó de contexto que me iban a llevar al Hospital de Fátima. Yo estaba sin síntomas y tenía entendido que por protocolo no te llevan si no tenías síntomas y te quedabas en tu casa. Yo me opuse en principio y llegué a una negociación con los de Epidemiología de que iba a estar tres días internado ”, comienza relatando a El Territorio, en una oficina en el centro de Posadas. Pablo integra las filas de los asintomáticos, en todo el transcurso de la enfermedad hasta que negativizó el virus, no tuvo siquiera molestias en la garganta o alguna línea demás de temperatura.
“Tomé medicación, hidroxicloroquina, azitromicina y ranitidina. El justificativo para internarme era porque debían hacer un control por la tolerancia a la droga. Bajo esa premisa, accedí. Además hasta te sentís culpable en esa situación, porque contrajiste el virus y no sabes ni de dónde”, se sincera. El sentimiento de culpa parece un denominador común en los pacientes Covid, la mirada de los otros los lleva a sentirse responsables de algo que, en realidad, le podría suceder a cualquiera.
“Fui manteniendo comunicación vía WhatsApp con la gente, personas de edad muy mayor, porque yo un poco sentía la culpa o el miedo de haber enfermado a otro sin saberlo, porque en realidad uno no lo sabe. Yo sabía que a mí no me iba a pasar nada, estaba bien, pero mi miedo era generarle daño a un tercero”, cuenta, al tiempo que se lamenta el acoso que vive el personal de salud. “A una enfermera la escracharon sus vecinos, tuvo que cambiar sus horarios de trabajo y no tiene por qué vivirlo”, indica.
“Mi padecimiento fue más una cuestión laboral y social, porque se hace una bola de nieve y se van inventando cosas. Mi familia lo padeció también, salieron a decir que estábamos todos contagiados y todo eso termina haciendo una onda expansiva. No sólo afecta al enfermo sino que a todo su entorno”, dice.
“Todos los que estábamos en Fátima no teníamos síntomas, lo tuve que hacer por una cuestión de directiva. Me atendieron de 10, comíamos muy bien, me sentí contenido por los médicos y los enfermeros. Seis comidas al día, cosas ricas. Todos tenían buena onda, desde la que limpia, los enfermeros, los médicos, el hospital está muy bien equipado, me llamó un conocido psicólogo si no quería unas sesiones gratis y la verdad que no lo necesité”, agrega.
“Los que ingresaban a la habitación sí estaban con doble barbijo, antiparra, doble guante, cofia, sólo los que ingresaban a la habitación. Los que nos dejaban la comida no entraban. Y cuando ingresaban a la habitación, nos pedían que nos pongamos el barbijo y nos quedemos sobre la cama”, relata Pablo.
Tras ser externado, el tratamiento continuó en su domicilio bajo monitoreo de la Dirección de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública. “Estuve en comunicación con una médica de Epidemiología, que me llamó una vez y después fue por WhastApp hasta 72 horas, estuve encerrado once días más. El jueves 14 de mayo me volvieron a hacer el test que me dio negativo y el viernes 15 pude salir. Me testearon dos veces, una para darme el positivo y la segunda vez, el negativo. Sé de personas que fueron testeadas más veces”, detalla.
“Durante mi aislamiento estuve mucho tiempo con el teléfono, fue un caos, me llamó gente que ni conocía ya sea para saludarme y darme aliento o para comentarme que había estado conmigo en febrero. Yo le decía ‘no, en esta enfermedad el contagio es de 7 días para atrás’. Esto se genera por la desinformación y la sobreinformación”, relata.
“Me cortaron la hidroxicloroquina y me dieron otro antibiótico, yo cumplí al pie de la letra con lo que me indicaron”, sostiene y respecto al regreso a su rutina, asegura: “Volví a la vida social normalmente”.
Pablo no tiene dolores, ni cansancio ni ningún tipo de malestar. Volvió a trabajar, como todos, bajo las restricciones de la cuarentena.
Qué recomendaciones te hicieron, pregunta El Territorio. “Ninguna”, responde y desliza una crítica al control epidemiológico. “Cuando me da el resultado positivo, me hacen el test epidemiológico y yo nombré a cinco personas de contacto estrecho para que sean testeadas, de las cuales les hicieron sólo a dos el test y a las otras tres ni las llamaron. De hecho, estas personas se hicieron el test por privado y dieron negativo. Yo insistí que les hagan el test, pero no obtuve respuesta, por suerte dieron negativo”, asevera a lo cual añade una observación: “Quizás consideraron que no era necesario teniendo en cuenta que a las dos primeras personas de la lista que yo les di fueron descartadas”.
“Ahora tengo que hacerme el test para saber si tengo anticuerpos, el IgG , para cerrar un poco el ciclo. Quiero saber si estoy inmunizado y eventualmente si puedo ser donante para una persona que lo necesite”, comenta. Los test rápidos de detección de anticuerpos, IgM o IgG, son pruebas serológicas que detectan anticuerpos presentes en la sangre cuando el organismo está respondiendo o respondió a una infección específica, como Covid-19. Esto quiere decir que detectan la respuesta inmune del cuerpo a la infección causada por el virus, pero no detectan el virus en sí mismo.