Cuatro años de prisión para la banda narco de Cien Hectáreas

Operaban en una casa de Oberá. La luz encendida de la ermita que tenían afuera era la señal de que había droga
sábado 01 de julio de 2017 | 6:00hs.
El santuario del Gaucho Gil avisaba a los compradores cuando el negocio andaba mal o prosperaba.
El santuario del Gaucho Gil avisaba a los compradores cuando el negocio andaba mal o prosperaba.
Cuatro años de prisión. Esa es la condena para tres narcotraficantes que durante muchos años operaron desde un búnker a pocos metros de un colegio secundario y de una escuela primaria, pero además tenían otra base de operaciones en una casa frente al club de fútbol del barrio Cien Hectáreas.
Los condenados son los cabecillas, Ricardo Daniel Dos Santos (alias Chino) y Aldo Gustavo Candia (Gordo), aunque la misma pena recibió Alberto Alex Antúnez (30), quien a bordo de su moto se ocupaba de la distribución directa en otros sectores de la ciudad.
Estaban privados de su libertad desde mediados de junio de 2015. Con el objetivo de evadir la exposición en un eventual debate público, se inclinaron por el juicio abreviado por medio del cual acordaron junto a sus defensores las penas que finalmente le impusieron y deberán cumplir algunos meses más hasta que, por el tiempo que están en prisión, puedan acceder al beneficio de las salidas transitorias.
Se declararon culpables del delito de tenencia de estupefacientes con fines de comercialización y con ellos reconocieron que son parte de una misma estructura criminal acusada de manejar gran parte de la venta de drogas en los populosos barrios Cien Hectáreas, Villa Stemberg, 180 Viviendas y San Miguel.
Durante cinco meses, fueron seguidos de cerca por los investigadores federales a partir del aporte anónimo de algunos padres, preocupados por la cantidad de chicos drogados en proximidades de los lugares donde concurrían sus hijos a estudiar o hacer deportes.

Redada en La Cien
Sus detenciones fueron en el marco de una serie de allanamientos realizados por efectivos de Gendarmería Nacional. Uno de los operativos (para los investigadores, el más importante) fue en la vivienda de El Chino, sobre la calle Peteribí y avenida Picada Argentina de Cien Hectáreas, a unos diez metros del Bachillerato 10 y menos de dos cuadras de la Escuela 448.
En ese lugar, en el que los federales ligados a la investigación detectaron un búnker, se incautó la mayor cantidad de evidencia que dejó al descubierto la venta al menudeo de diferentes tipos de drogas, tal cual fue denunciado.
Se secuestraron casi tres kilos de picadura de marihuana acondicionada en pequeños paquetes de entre cinco y quince gramos, además de once tizas de xilocaína, utilizada para estirar la cocaína antes de ser comercializada.
También encontraron en distintos compartimientos ocultos de la casa, un total de quince teléfonos celulares con sus correspondientes tarjetas de memoria y chips de distintas empresas, que fueron peritados y se pudo conocer el complejo entramado de la estructura narco.
El despliegue de los uniformados incluyó también dos propiedades ubicadas sobre la avenida Yerbal Viejo, en el mismo barrio, frente a la cancha del club Ex Alumnos 185 y a tres cuadras de la casa de El Chino, donde fue detenido el Gordo Candia.
El movimiento de los pesquisas se replicó también sobre la calle Hultgren del barrio 80 Viviendas, donde fue detenido Antúnez. Las intervenciones telefónicas y seguimientos encubiertos de varias semanas determinaron su rol de distribuidor.


11 Tizas de xilocaína.
Tenía uno de los condenados en su casa, cuando los detectives de Gendarmería Nacional lo allanaron. Es una sustancia prohibida utilizada para estirar el rendimiento del clorhidrato de cocaína previo a su comercialización.


Una luz encendida en el santuario Por años, el Gordo comercializó drogas en su casa del barrio Cien Hectáreas. Por eso, cuando fue detenido quedó al descubierto una llamativa modalidad que hacía funcionar la estructura.
Fue ganando prestigio en el mundillo del narcomenudeo, por lo que su vivienda -ubicada sobre la avenida Yerbal Viejo entre Casco Romano y Picada Argentina- se convirtió en su búnker y era visitado por chicos (muchos estudiantes) de todas las edades que llegaban dispuestos a repartir y consumir.
El negocio de la venta de marihuana iba viento en popa pero tanto movimiento en la casa les obligó a crear una estrategia para pasar desapercibidos, entonces le dieron vida a una supuesta gomería que sirvió para esconder el verdadero negocio. Los dealers iban en moto para parchar un neumático pero en realidad lo que hacían era llevar pequeños envoltorios, se explicó en el expediente de la causa.
Pero eso no fue todo, ya que el secreto mejor guardado tenía que ver con una ermita del Gaucho Gil que Gordo construyó en la vereda de su casa y al poco tiempo estuvo cubierta de banderas y velas rojas.
No tenia nada que ver con la fe sino con una modalidad de aviso a los distribuidores y compradores.
Los detectives descifraron que cuando la luz de color roja en el interior de ese santuario estaba encendida había marihuana u otra sustancia, pero cuando estaba apagada era porque algo no estaba bien y el negocio estaba parado.
Los pasamanos se hacían a toda hora y, de acuerdo a la pesquisa, los cigarrillos de marihuana costaban entre 10 y 15 pesos. “Se pudo observar a personas que arribaban caminando o en motocicletas, aguardaban en un sector próximo para que alguien se apersonara a la vivienda donde se entrevistaban haciendo efectivo el ingreso a la morada y posteriormente, al egresar, hacían entre ellos una especie de pasamanos e inmediatamente después, se retiraban”. Lo que se describió el la modalidad en que operaban, todo en el más absoluto secreto pero a la vista de todos.