Los retrovirales (o la inexistencia de la originalidad)

viernes 24 de enero de 2020 | 5:00hs.
Federico García

Por Federico García sociedad@elterritorio.com.ar

La originalidad en el arte siempre ha sido un terreno fangoso a la hora analizar el rol que cumple un texto en el campo cultural en el que se inserta. Y por texto entiéndase cualquier formato comunicativo que pueda ser leído e interpretado, sea una foto, un poema, una película o una pintura. 
Podemos rastrear en la historia, por ejemplo, un cambio paulatino que va desde el colectivismo y anonismo propios de las obras medievales y sus antecesores inmediatos, hacia el individualismo y la importancia del nombre propio por sobre el valor del texto que comienza a verse desde el auge del humanismo y la puesta en eje del hombre como la medida de todas las cosas. 
Es así que, mientras que por un lado los medievales promulgaban la funcionalidad del texto como elemento aleccionador y trasmisor de valores éticos y formatos de vida y no se preocupaban por las formas y la perfección poética, puesto que consideraban que la palabra debía viralizarse sin importar la corrección artística -de hecho, tales conceptos ni siquiera estaban en su cosmovisión-, por el otro los renacentistas veían a la originalidad de las formas y a la firma del artista como signos de calidad de los bienes culturales.
Pero como bien dijo Macedonio Fernández, la innovación consiste en ponerse todos de acuerdo para imitar a uno solo, idea con la cual echaba por tierra la existencia misma de la originalidad pura. En el mismo sentido, un narrador misionero aseguró una vez en entrevista con quien suscribe estas líneas que el escritor es en sí mismo un plagiario. Algo de eso sabían los humanistas, quienes paradójicamente basaron su originalidad en la ‘remake’ de estructuras narrativas que ya estaban presentes en los géneros griegos y romanos. Es el caso paradigmático de la trama de Píramo y Tisbe que Shakespeare recoge de Las Metamorfosis de Ovidio para crear la historia de Romeo y Julieta. ¿Y acaso no se ha replicado la temática del amor imposible en incontables películas y libros?
Casi medio siglo después, la historia del arte parece repetir este mecanismo, como si su esencia fuera la de una reedición espiralada de sus propias tramas. En síntesis, las estructuras vuelven a reproducirse bajo innovadoras formas que a su vez despiertan debates en torno a las problemáticas sociales que nos atraviesan en la actualidad. Allí radica el valor de estas producciones.
En la época de la melancolía posmoderna, los artistas apelan a la memoria colectiva para captar a su público y, apoyados en la viralización de la social network, traen al presente, por ejemplo, éxitos del cine hechos a nuevo, o bien las plataformas de streaming, como Netflix o HBO, libran una batalla encarnizada por hacerse de los derechos de producciones de alta estima para la tribuna de la nostalgia. Es un camino que va desde la calle a las pantallas, y no a la inversa, como se podría suponer, pues habitamos la era del auditorio activo.
En este contexto, hay quienes se animan a asegurar que artistas eran los de antes y estos de ahora son simples reproductores del pasado. Esto sería así si los bienes culturales remozados no despertaran nada distinto a lo que generaron en su momento.
Un caso bien claro es el reestreno reciente de la serie infantojuvenil argentina Rebelde Way, que se subió entera a la plataforma de Netflix. Así, ni bien se estrenó, quienes habían sido sus protagonistas y directores comenzaron a advertir por las redes sociales que quienes vieran la serie tuvieran en cuenta el contexto social en el que se había desarrollado originalmente, en el que temas como la violencia de género y la discriminación no ocupaban el centro de la gran conversación humana. 
Por ello, quienes eran adolescentes y en su momento interpretaron como mensajes de ese programa los valores de la amistad, el compañerismo, el paso de la juventud a la madurez, entre otros, quizás ahora de adultos advirtieron que los capítulos están plagados de bullying, violencia psicológica y física hacia las mujeres, odio racial y aporofobia. 
Allí se instala la funcionalidad e importancia de estas inyecciones retrovirales, que introducen en la sociedad un reactivo que inocula debates nuevos en torno a bienes culturales que a priori parecen antiguos. Claramente, no somos los mismos y, por ello, no permanecemos inmutables al paso del tiempo, y eso permite que los mensajes puedan volver a interpretarse infinitamente. 
Quizás lo que los artistas modernos entendieron es que no vale de nada quemar neuronas pensando tramas, personajes y formatos novedosos cuando los basamentos de sus predecesores son perfectamente viables a la hora de crear dispositivos generadores de debates en torno a problemáticas actuales. De esta forma, es constante la reconfiguración de la representaciones sociales porque la sociedad no es la misma cada vez que un texto que parecía desplazado vuelve al centro de la escena. Es decir que no asistimos a un simple culto al pasado, sino a su revisión bajo los ojos del presente. Probablemente valga más eso que dar con algo totalmente nuevo -una verdadera utopía- cuya interpretación se agote rápidamente. Shakespeare estaría orgulloso.